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–¿Y ahora qué vamos a hacer? – le pregunté, sin poder esconder el miedo, pero una sonrisa se dibujó en su rostro.
–Te la creíste– me dijo, sin poder contenerse más –Claro que no estamos perdidos. ¿Olvidas que mi cámara también graba video?
Una vez más había caído víctima de sus bromas. Ella tenía un peculiar sentido del humor para cuando se trataba de quedarse sola conmigo, pues sabía que entro en pánico fácilmente.
–He estado grabando desde que comenzamos a correr– dijo, mostrándome la cámara colgando de su cuello –Tan sólo tenemos que seguir el camino de regreso y estaremos de vuelta en la carretera para poder llegar a casa.
Sin embargo, cuando dimos reproducir al video, notamos que no era de mucha ayuda, la grabación había salido borrosa y agitada con el movimiento de mi amiga.
Caminamos tratando de guiarnos por la reproducción del video. Ambos miramos la pantalla con ansiedad. Más árboles borrosos, y el momento en que Tita cayó al suelo, y se levantó. Entonces notamos una silueta en el aire. Dos alas desplegadas.
–¿Qué fue eso?– le pregunté.
–El búho que vimos hace rato– me contestó, pero había algo en esa ave que no parecía un ave.
Seguimos viendo el video, y regresando por el tramo que recodamos. Tita había dado vueltas en círculos en aquel árbol para evitar que la alcanzara, yo casi había chocado con ese otro. ¿O era el de la izquierda? El video sólo nos confundía más. Llegó un momento en que no estábamos seguros de haber pasado por el lugar en que nos encontrábamos.
–Empiezo a preocuparme– me dijo ella.
Entonces unos aleteos extraños me helaron la sangre.
–¿Qué fue eso?– pregunté.
–¿Qué fue qué?
–Ese sonido.
Antes de darme cuenta, una gigantesca garra se clavó en mi hombro, jalándome con violencia. Tita gritó, al igual que yo, mientras la criatura que me había atrapado me miraba con sus gigantescos ojos negros como de insecto, y una trompa sobresalía de su rostro verdoso y siniestro, mirándome con furia asesina.
3
–¿Qué creen que hacen aquí?- rugió el trabajador –No es lugar para unos niños. Podría ser peligroso.
La criatura que nos había sorprendido era un trabajador que portaba una extraña máscara anti gas. Llevaba un overol beige con guantes negros y había manchas de lodo en estos. Su voz sonaba más de miedo que de furia.
–Nos perdimos– dijo Tita, tratando de conmoverlo –No sabemos cómo regresar a la autopista.
–Es en aquella dirección– respondió de mala gana.
Nos retiramos de su alcance bastante confundidos. ¿Qué estaba haciendo un trabajador en medio del bosque, sobre todo tan protegido?
Aún no sé exactamente cómo nos las arreglamos para volver al camino entre tanta basura que se encontraba apilada al costado de la carretera, pero en cuanto Tita tomó un par de fotografías, regresamos de inmediato a su casa.
No pasaron ni cinco minutos de su llegada para que subiera a cambiarse de ropa mientras yo, siguiendo sus órdenes, como de costumbre, encendía la computadora para almacenar las fotografías que ella había tomado. Di clic en su carpeta de imágenes y di pegar a los archivos de fotografía y video que habíamos tomado. Las imágenes empezaron a pasarse una por una. Todo normal, una fotografía de un charco grisáceo con varios papeles alrededor. Otra mostraba un pasaje de árboles en los que había más envolturas revoloteando. No podía creer que de hecho se siguiera acampando en un lugar así, ni que ni siquiera dichos campistas se hubieran propuesto alguna vez hacer algo por el entorno en el que se congregaban. Más fotos de árboles, algunas flores, el búho que me había asustado, y una foto en particular que llamó mi atención.
–¿Ha salido todo bien?– me preguntó cuando regresó, con un atuendo limpio y más fresco.
–Sí– le dije, mientras contemplaba la última foto.
–¿Qué es eso?– preguntó cuando se dio cuenta de lo que tenía en la pantalla.
–No lo sé– le respondí. Entre las copas de los árboles había una silueta larga, oscura y borrosa, que parecía haberse movido en el aire a gran velocidad.
–¿Podrías poner de nuevo el video que nos tomaste?– le pedí. –Creo que es la misma cosa que vimos.
Así lo hizo ella, y esperamos impacientemente el momento en que ella cayó al suelo. Cuando pausamos el video, contemplamos una figura alargada en el cielo, con alas extendiéndose.
–¿Qué clase de ave es esa?– le pregunté.
–Parece una serpiente– me dijo –No un ave.
–Pero tiene alas y está volando.
–No sólo tiene alas– me respondió, con la voz quebrada. Acercó la imagen de alta definición de su cámara, y aunque el video había salido muy movido, pudimos contemplar una cabeza de lo más extraña. No era un pico ni la cabeza de un reptil, era más bien cabello humano y una nariz aguileña, aún bastante borrosa.
Editado: 21.04.2020