Aleteos en la oscuridad

Capítulos 5 y 6

5

Tita cayó al suelo, completamente aterrada. El coyote era del doble de su tamaño y parecía capaz de despedazarla con sus dientes. Sin embargo, no hizo más que acercarse a ella y ladrarle a distancia.

–¿Otra vez tú?– rugió alguien detrás del animal –Creí haberte dicho que no te acercaras.

Era la voz del hombre de la máscara de gas del día anterior. El inmenso animal, que Tita reconoció como un perro cuando dejó de ladrarle, se escondió detrás de su amo mientras éste la ayudaba a levantarse.

–Será mejor que te vayas– le dijo –Hasta que acabemos de limitar el espacio del centro de tratamiento de desechos, no es un lugar seguro para jugar. Regresa por donde viniste.

–Sí, claro– respondió ofendida, más por la hipocresía del hombre al llamar centro de tratamiento a su basurero que por la humillación de pensar que estaba a punto de ser devorada por un animal salvaje.

¿Era posible que ese hombre llevara meses trabajando ahí sin haber notado un animal extraño volando por los alrededores?

Decidió que no le haría daño echar un vistazo en dirección contraria a donde le había señalado el trabajador. Introducirse un poco más en el bosque. Si lo que buscaba estuviera tan cerca de la carretera, cualquiera lo podría ver al pasar. No, la arpía tenía que estar más adentro. Quizás en el centro de la arboleda, en los árboles más altos. Quizás tenía un nido.

Así lo hizo. Se adentró más en el bosque. Pasaron minutos, ella no sabía exactamente cuántos. Caminó entre piedras. Descubrió un pequeño arroyo que no había sido infectado con botellas y basura. Llegó a la parte de la arboleda que aún estaba intacta y hermosa, y se maravilló. Tenía que fotografiar eso. de hacerlo, era casi seguro que la gente se interesaría por preservar ese lugar.

Y era aún más hermoso con el fulgor anaranjado del atardecer. ¿Atardecer? ¿Cuánto tiempo había estado caminando?

Por ahora eso no importaba. Tenía que tomar esa foto antes de que hubiera demasiada oscuridad para tenerla con claridad. Levantó su cámara. Apagó el modo de video y un flash tras otro se distinguió entre la bella reserva natural.

Y más aves volaron. Esta vez no emitieron ningún graznido. Tan sólo huyeron espantadas.

Una sombra apareció entre los árboles. A simple vista a Tita le pareció que caminaba, pero conforme se acercaba, le pareció que flotaba; no, se arrastraba.

Su cabello se mecía lúgubremente, como si se tratara de un alma en pena. Un fulgor rodeaba su figura espectral mientras aumentaba de tamaño entre los árboles. ¿Qué tamaño tenía? ¿Un metro? ¿Metro y medio? ¿Dos? Y continuaba creciendo.

El cielo cambió de anaranjado rojizo a púrpura azulado. Unas gigantescas alas se extendieron listas para emprender el vuelo mientras la chica distinguía esos rojos y penetrantes ojos. Su cabeza era color carne, tenía nariz, boca, dientes salidos que eran cuadrados, pero era lo menos parecido a un rostro humano que había visto en su vida.

Su cuerpo de serpiente estaba rodeado por plumas mal acomodadas. Se parecía mucho al dibujo del libro que yo le había mostrado, pero el dibujo era mucho menos deforme que el mismo animal.

Tita estaba cara a cara con la arpía.

 

 

 

 

 

 

 

 

6

La chica no podía creerlo. Quería levantar la cámara y tomar una foto nuevamente, pero sus brazos no podían moverse. No así sus piernas, que temblaban ante la espectral silueta del monstruo, que se quedó inmóvil, esperando que ella hiciera el primer contacto.

–¿Hola?– quiso decir, pero sólo balbuceó. ¿Podía entenderla? ¿Su cabeza deforme tendría la capacidad de pensar y su quijada salida la habilidad de articular palabra alguna?

Entonces el animal abrió la boca. La abrió más y más, hasta que la garganta rodeada por las dos hileras de dientes, hicieron desaparecer su cabeza.

Y la arpía gritó. Lanzó el chillido más escalofriante que alguien hubiera escuchado alguna vez en esa tierra. Las aves, coyotes y demás animales salvajes salieron del camino, huyendo aterrorizados. La espalda se le congeló por el escalofrío, los oídos le dolieron, sentía las piernas como gelatina y estuvo a punto de caer al suelo, pero, necia, como había sido desde el principio, se rehusó a caer y corrió para escapar de la criatura.

El animal desplegó las alas para ir en su cacería, se elevó sólo unos metros y después regresó al suelo, agotada, emitiendo chillidos más débiles, casi como lamentos, casi audibles como susurros.

La correa de la cámara de Tita se rompió, pero no le importó. Continuó corriendo hasta llegar a la carretera. Sudando frío, descubrió que Pancho y yo nos habíamos ido hacía ya tiempo. “¿O acaso entraron a buscarme?” Pensó.

La chica siguió corriendo entre la oscuridad. No le importaba si era emboscada por otro animal gigantesco, o por una serpiente. Lo único que le importaba era ponerse fuera del alcance de ese ser. ¿En qué estaba pensando al venir? ¿Qué había probado con eso? Ahora ni siquiera tenía su cámara nueva. Nadie le creería, las fotos que tomó se habían perdido, aunque eso era lo que menos le preocupaba.



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En el texto hay: monstruos, niños, bosque

Editado: 21.04.2020

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