7
Bajó bastante molesta del último transporte hacia la arboleda. Por un lado se sentía furiosa porque la habíamos abandonado sin decirle nada. Por el otro estaba muerta de miedo. ¿En qué estaba pensando? Una persona normal no se habría vuelto a acercar a ese lugar después de lo que había visto. Pero, después de todo, se trataba de su hermano.
¿Pero qué había visto realmente? Aún no podía definirlo. No quería pensar en ello. Tan sólo se preguntaba dónde estaría su hermano y, ¿Qué tan cerca se encontraría de aquella fantasmagórica bestia?
Se adentró entre los árboles que siniestros mostraban esas caras que le habían provocado escalofríos de día. Escuchaba agua correr al otro extremo de la arboleda y ramas crujiendo a su alrededor, pero era incapaz de distinguir nada entre la densa oscuridad. ¿Dónde se suponía que estaban las estrellas en ese momento? Un arbusto se meció y ella se agachó para intentar alejarse. Los sonidos también la engañaban. Escuchaba ruidos pero no sabía de qué dirección provenían. Un fuerte aleteo se escuchó. ¿De dónde había sido? ¿Delante, detrás o a su izquierda? Estaba confundida y desorientada. Si en algún lugar había campistas, deberían tener fuego, ¿No? Deberían ser visibles entre la oscuridad. El viento lanzó un susurro que le heló la sangre. Tenía deseos de gritar si había alguien ahí, pero ¿Qué tal si se trataba del extraño monstruo? No. Si fuera él, lo sabría por su brillo. ¿Entonces quién estaba con ella en esa arboleda?
Podría ser cualquier cosa: un verdadero coyote, o una serpiente siseando un sonido que a ella le parecía un murmullo porque su imaginación le jugaba bromas. Más ramas crujieron, y se dio cuenta que llevaba demasiado tiempo parada en un solo lugar. Avanzó lenta y torpemente, teniendo cuidado de no tropezar con las piedras y ramas, con las manos extendidas, caminando a tientas. Sus dedos rozaron la corteza de un árbol, lo rodeó y continuó. Trató de agudizar su vista y detectar algo. Lo que fuera. Cualquier ráfaga de luz por pequeña que fuera, y finalmente lo hizo: un brillo lejano llamó su atención. Había conseguido encontrar la fogata de los campistas. Caminó con más confianza y casi cae al suelo al pisar una piedra redonda. Se acercó. Algo era muy extraño ahí. La luz crecía, se mecía, se acercaba.
Asustada, se ocultó detrás de otro árbol, pero era tarde. Había dejado que se acercara demasiado y la había visto esconderse. El brilloso ser se acercó al árbol y Tita pudo escuchar las hojas deslizarse mientras la cosa se arrastraba hacia ella. Cerró los ojos. En cuestión de segundos sería alcanzada y no podía huir sin estrellarse con otro árbol. Escuchó la respiración y el lamento que simulaba ser un murmullo humano. Era la arpía, a centímetros de ella, dudando si de verdad había visto algo moverse en el camino. Su corazón palpitaba con fuerza, y Tita estaba segura de que el animal podía sentirlo. La luz comenzó a rodear el árbol. Quería gritar pero trató de evitarlo hasta el final, cuando estuvieron cara a cara, cuando la luz le cegó el rostro. Fue entonces cuando gritó, haciendo huir a las aves cuyos aleteos hicieron eco en la oscuridad.
8
–¿Tita?– exclamé sorprendido. Ella era a quien menos me esperaba encontrar en ese momento.
–¿Daniel?– murmuró ella, apenada, quitándose con ira la linterna de la cara.
–¿Qué haces aquí?
–¿Qué haces tú aquí?– dijo furiosa. El sonido de mis pies barriendo con las hojas la había hecho pensar que se trataba de la arpía arrastrándose y por eso se había llevado un gran susto, y en verdad era mi culpa. Miles de veces ella me había dicho que no arrastrara los pies al caminar.
–Buscándote– respondí –Tu mamá llamó al celular de tu hermano. Dijo que vendrías a buscarnos pero que no le habías dejado decirte en dónde estábamos.
–Eso no responde mi pregunta– dijo. Su voz aún se sentía con ira –¿Qué estás haciendo aquí?
Quería decirle pero temí que pensara que era algo exagerado. Al escuchar que su hermano iría de campamento a este mismo lugar, decidí tomarme la molestia de ir con él para asegurarme de que estuviera a salvo y que Tita estuviera tranquila después de todo lo que había sufrido por esa extraña aparición. Tenía la esperanza de que su mamá le explicara lo gentil que fui al ofrecerme, pero era evidente que ella no le había dado la oportunidad.
–También vine a acampar– le mentí –Estamos a unos metros del arroyo, cerca de una vieja casa de campamentos. Tenemos fogatas, tiendas de campaña y malvaviscos.
–¿Es que acaso no te importa la arpía?– me dijo, cortando la última palabra antes de que la terminara.
–¿La qué?– En ese momento yo no sabía lo que ella había visto, y cuando me lo contó, el camino de regreso al campamento me pareció escalofriantemente largo.
–Quisiera volver ahora mismo con los demás campistas– le comenté al oído.
Editado: 21.04.2020