Alevosía: El Principio de la Paranoia

Introducción

El dolor era incalculable. Era un incendio forestal concentrado en su pecho, la espada de plasma que lo atravesaba cortaba tendones y hueso como mantequilla, y de no haber sujetado la mano de su agresor, le habría partido en dos. Las lágrimas que creía extintas resurgieron en un intento de canalizar el sufrimiento en algo más manejable. Pero aún en ese momento no sabía si esa era la razón, ¿le dolía la carne perforada, o por la mano detrás de la acción? Una vez más miró hacia atrás, y los ojos que siempre lo habían acompañado lo miraban carentes de cualquier emoción. Antes de caer inconsciente por la pérdida de sangre se cuestionó, ¿cómo todo pudo terminar así, por las manos de su propia creación?

 

Alguien tocó la ventana de la habitación real. Era temprano en la mañana, él tenía por norma levantarse a las ocho en punto para poder rendir eficientemente el resto del día. Soltó un gruñido de cansancio a la vez que se dio una bofetada sonora en el rostro, tratando de forzar a su cerebro a comenzar operaciones. Aunque no es como que éste se detuviera un segundo. Retiró el cubrecamas color violeta de finos bordados y reverso dorado, dejando al aire su pijama azul bebé de una pieza con el símbolo de su querida patria grabado en la espalda y el hombro derecho. Metió cuidadosamente sus pies dormidos en un par de pantuflas negras con la imagen de un monstruo caricaturesco de dientes afilados, soltando un bostezo que obligó a su cuerpo a estirar hasta el más mínimo músculo. Volvió la mirada somnolienta hacia su cama, divisando largos hilos sedosos, propios de un cuidado cabello negro que cubría el cubrecama a su derecha. Pasó su mano enguantada por la cabeza de la mujer a su lado, sonriéndole apaciblemente.

— Buenos días, Schanny.

Pronunciadas las palabras, el joven se puso en pie, sintiendo un ligero mareo al hacerlo. Caminó hacia la ventana y abrió suavemente las cortinas purpúreas, viéndose cegado por la luz del sol. Apartó la mirada para evitar el dolor en sus ojos, pero el repentino sonido de un pajarito cantando le impediría ignorar la escena exterior. Era un ave de no mayor tamaño a un colibrí, de plumas blancas y pecho rosado, bastante curiosa por aquello que yacía tras el vidrio que la limitaba. El joven abrió la ventana con el mayor cuidado del mundo, intentando a toda costa no despertar a su amada. El pajarito aprovechó la oportunidad y voló hasta el hombro del chico, piando dos veces antes de volar en círculos por toda la habitación. Él se lo quedó mirando con una sonrisa en el rostro, poco tiempo después volvió la mirada hacia atrás y divisó, desde la torre más alta de su castillo, las calles, casas, tabernas y centros de investigación del reino Azhuli. Y a la distancia, los grandes muros blancos que los mantenían protegidos. Hizo una pausa por un momento para contemplar el próspero reino que había creado, ese reino del cual era Príncipe.

El pajarito que había entrado por la ventana pió una vez más, llamando de regreso la atención del Príncipe. El avecilla había volado hasta la cabeza de Schannon, su prometida, quien aún dormía plácidamente en la cama real. Un sonido pitante, como si algo hubiese sido encendido, se escuchó tras el pajarillo.

— No te recomendaría que hicieras eso — dijo el Príncipe cruzándose de brazos.

Tras la cama real, a una velocidad calmada y pausada, emergió una luz rosada junto al sonido de unas cuantas chispas. El pajarillo miró hacia atrás y vio a un extraño dispositivo mecánico flotar tras de sí. Consistía de un centro circular y cilíndrico no más ancho que un pulgar, de bordes metálicos y centro púrpura rojizo, bien guardado tras un panel de cristal, además de dos proyecciones holográficas a sus costados que mostraban figuras parecidas a la última letra griega, el omega. Sin embargo, el pitido que emitía se hacía un poco molesto, inclusive para la dama que dormía, quién de forma involuntaria se cubrió la cabeza con una almohada. El Príncipe chasqueó los dedos y los dispositivos se desactivaron.

— ¿A qué viniste, madame Staenna?

Las cortinas detrás del joven se cerraron, impidiendo el ingreso de luz, el avecilla voló hasta el frente del Príncipe y, envuelta en humos brillantes de los colores de su plumas, se convirtió en una alta mujer portando un largo manto blanco que al reverso era rosado. Tenía pocas arrugas en el rostro, pero sus aires de madurez y sabiduría hablaban por sí solos. Llevaba el cabello suelto, era perfectamente liso y color rojo oscuro, con algunas decoraciones florales al costado izquierdo. El Príncipe hizo una reverencia con la cabeza y procedió a preguntar:

— Vistes el manto de claridad, ¿traes buenas noticias?

La mujer asintió con la cabeza, nunca sin quitar sus brillantes ojos morados de curiosas pupilas blancas de la mirada del Príncipe.

— Te espera una larga guerra.

— El concepto de «buenas noticias» cambió bastante desde que me fui a dormir —. interrumpió , esbozando una sonrisa ladeada, como era característico en él.



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En el texto hay: fantasia, misterio, androides

Editado: 17.04.2019

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