A través de un complejísimo sistema de cableado y maquinaria hidráulica, las imponentes puertas del reino Azhuli se abrieron pausadamente, dejando ver a un pequeño convoy compuesto por un carruaje morado con detalles dorados y siete evian escoltas. El carruaje era impulsado por un par de caballos mecánicos que galopaban en clínica sincronía. Eve, puesta en la silla del cochero, se encargaba de dirigirlos a través de un camino de ladrillos rojos con ligero desgaste por el tiempo.
En el interior del carruaje iban el Príncipe y Lady Schannon, ella con un largo vestido plateado, él con sus usuales prendas, que de por sí eran lo suficientemente elegantes.
El regente, quien iba mirando por la ventana con cara de pocos amigos, movía las rodillas de forma frenética y se palpaba la mejilla con el dedo de la mano en la que se apoyaba.
— ¿Impaciente por llegar, mi Principe? — dijo Lady Schannon, con voz apacible y juguetona.
— La península de Ganelón está directamente al éste del reino Azhuli, Eve pudo habernos teleportado ahí en un instante — protestó el otro.
— Creería recordar que fue mi Príncipe quien hizo éste carruaje con la única intención de ir a Ganelón.
— Eso fue hace siglos — exclamó con un suspiro —. Sé que me gusta conservar un tema compartido entre nuestras cosas, pero ésto es un desperdicio.
Schannon pausó por un momento, se pasó al lado del Príncipe y le colocó una mano en la rodilla que movía.
— Puedes ser honesto conmigo, mi amor — susurró ella —. ¿Por qué no quieres ir a Ganelón?
— Pff... ¿qué te hace pensar que no quiero ir? — refunfuñó —. Sólo me quejo por éste medio ineficiente de transporte.
Ella rió, ciertamente tenía un punto débil por el Príncipe de los pucheros.
— ¿Algún problema con el Conde? — insistió la dama de ojos plateados —. ¿O tal vez hay inconveniente con que yo vaya?
— Sabes que no es eso — se gira hacia ella, tomándola de las manos. Soltó una bocanada de aire y pasó su pulgar por el anillo de compromiso en el dedo anular de Schannon —. Es que... no me gusta cómo te miran los nobles en Ganelón.
Una ligera coloración rojiza pasó por sus mejillas mientras él evitaba hacer contacto visual. Luego ella explotó en risas. Por supuesto, Lady Schannon conocía al Príncipe mejor que nadie, ella sabía desde un principio la razón de su inquietud, pero ver el rostro apenado del hombre más poderoso en toda la nación era un deleite que sólo se podía dar en contadas ocasiones.
Ella lo abrazó y le dio un beso en la frente. Tomó su mano derecha y se la llevó hasta el pecho. Pudo sentir como el pulso del Príncipe se elevó de golpe. Entonces susurró, de tal forma que ni Eve pudiera escucharla:
— Cada vez que esos celos vuelvan a ti, recuerda a quién le pertenece éste corazón.
El Príncipe tragó saliva, se alejó un poco de ella y la miró directamente a los ojos.
— ¿Algún día dejarás de estar a mi lado, Schanny? — preguntó él con una sonrisa confiada, tomándola de la barbilla.
— ¿Le preguntan las flores al sol si saldrá el día siguiente? — respondió ella, con una confianza idéntica.
— Sabes que me vuelves loco cuando eres arrogante.
Inmiscuido en un potente calor, el Príncipe se lanzó hacia los labios de su querida. Entonces el carruaje dio un repentino salto, haciendo que el dúo real se golpeara en la frente. Schannon dejó salir una risita inocente.
— ¡Eve! — exclamó él.
— Mis disculpas, mi Príncipe — dijo Eve, sin quitar los ojos del frente —. Hay algunos adoquines en la vía que requieren reemplazo.
— Sabía que no debía dejarle éste trabajo a los ganeloneses — protestó nuevamente, acomodando su abrigo y volviendo mirar por la ventana —. Ah, maldigo mi tendencia a proteger promesas inconvenientes.
Pasados varios minutos de tedioso viaje por tierra, el convoy del Príncipe finalmente llegó hasta la frontera de la península de Ganelón. Aunque oficialmente se le denominaba como tal, «península», la realidad es que el estado de Ganelón era una sub-isla flotante atada a la tierra principal por dos titánicas cadenas, sobre las cuales fueron construidos puentes con tecnología evian. Nadie nunca se había tomado el tiempo de obtener las medidas exactas de las cadenas, pues éstas no habían sido hechas en el país. Pero con una aproximación bastante generosa de parte de un ojo tan preciso como lo es el de un evian, se tenía entendido que las cadenas tenían de grueso lo que el Príncipe tenía de alto.
Los escoltas azhulíes se acercaron hasta los guardias ganeloneses y reportaron la llegada del Príncipe y lady Schannon. Ellos, los guardias, vestían uniformes de dos piezas de color verde oscuro y acentos blancos y negros, además de un sombrero alto de tres puntas que, por lo menos para el Príncipe, siempre se vio ridículo.
Editado: 17.04.2019