Alex Reidfield y el Camino de la Serpiente

6. EL COMIENZO DE UNA ERA

 Alex notó que Melanie no estaba en el living, por lo que decidió buscarla en todos lados con tal de asegurar que ella estaba bien. Buscó en la cocina, buscó junto a la habitación y llamó a la puerta, pero cuando ya había decidido entrar, el teléfono móvil de su madre comenzó a sonar. Observó en la pantalla del teléfono que la madre de una de las amigas de Melanie decía que su hermanita se quedaría a dormir con ellas.

Alex tuvo un momento de repentina y fugaz felicidad, su hermana estaba viva. No se había quedado solo. Tomó el teléfono entre sus manos y llamó a las autoridades, pensando en lo extraño que era que ninguno de sus vecinos hubiera pensado en eso. El teléfono comenzó a llamar. Y Alex esperó.

¿Emergencias?― contestó una voz femenina de aspecto nasal.

―Bu... buenas noches― respondió Alex―. Mi nombre es Alex Reidfield.

¿Asunto?― dijo la voz.

―Mis padres, llegué a casa hace una media hora y vi a mis padres en el suelo.

Deme su dirección― Alex obedeció y le dijo todos los detalles que debían saber para llegar a su casa―. Mantén la calma, vamos para allá.

La casa se llenó de patrullas, las luces azules y rojas cegaban la visión de todo aquel que pasaba por la zona a observar cómo los paramédicos cargaban con los cuerpos de los padres del chico envueltos en blancas sábanas. Alex se sentó en las escaleras del porche y dirigió su mirada hacia los detectives que tomaban nota de la declaración del señor Williams y de Delancey.

―Jamás oímos cosas raras en la casa de los Reidfield, todo era muy pacífico― decía Boris Williams con voz rasposa.

―Cielo, "la visita"― dijo Delancey.

― ¡Oh, es verdad!― gruñó el señor Williams―. Vimos a un chico merodear por la casa de los Reidfield hace unas cuantas horas, no me sorprendería que ese vago estuviera involucrado.

―Sí, y sobre todo, Amanda fue a nuestra casa a decirnos que iba a tener visitas, que si oíamos ruido era porque los estaban atendiendo― dijo Delancey entre sollozos. Pocos minutos después los policías asintieron y agradecieron a los señores Williams por su tiempo. Al alejarse, Delancey y su esposo se dirigieron hacia Alex.

― ¡Oh, cariño!― gritó Delancey desconsolada―. Lo lamento mucho, si tan solo hubiésemos sabido― Alex no estaba para disculpas, pero con gusto y con tristeza, aceptó el abrazo que la señora Williams le proponía, el señor Williams permaneció en silencio y solo reaccionó cuando un detective pasó a su lado.

― ¿Qué le sucederá al mocos... quiero decir... al niño?― dijo Boris.

―Lo llevaríamos a la comisaría, pero hemos llamado a la hermana de su madre, dijo que vendría enseguida, por lo que me parece algo innecesario moverlo― dijo el hombre con un abrigo negro―. De cualquier modo, ya nos dio su declaración.

Alex miró hacia el suelo, las lágrimas volvieron a rosar sus mejillas e inspiró por la nariz. En ese momento llegó Tía Silvana, su sobreprotectora tía de pelo rizado color azabache, ojos marrones y cara aplastada (Cualquiera ni siquiera habría imaginado que esa mujer era la hermana de su madre, de hecho, Alex ya lo había dudado en un par de ocasiones).

Silvana corrió hacia su sobrino y lo abrazó fuerte mientras ella también sollozaba, comenzó a acariciarle el pelo y la espalda con movimientos circulares mientras recitaba:

―Todo estará bien, todo va a estar bien.

Alex si respondió el abrazo, pero no le respondió a sus palabras. Nada, absolutamente nada estaría bien, sus padres estaban muertos, ¡MUERTOS! Y el mundo se le caía a pedazos, por lo que lloró una vez más.

― ¿Do... dónde está Melanie?― preguntó Silvana.

―Le enviaron un mensaje a mamá. Mel está a salvo, en casa de Sasha, su mejor amiga― dijo Alex.

― ¡Gracias a Dios!― gritó Silvana―. ¿La van a traer?

―No estoy seguro, la verdad espero que no, sería un golpe muy fuerte― dijo Alex mirando hacia el cielo oscuro.

De pronto se oyó un chirrido de llanta que frenaba de golpe. Frente a su casa se había estacionado un pequeño convertible color amarillo, de su puerta trasera salió corriendo una pequeña de cabello color marrón y unos bellos ojos color verde. Melanie se dirigió directamente a su casa y abrazó a Alex.

―He vuelto― dijo con una triunfante sonrisa―. Te apuesto a que me extrañaste.

―Hola, Mel― dijo Alex―. ¿Qué haces a...?

―Sasha dijo que mi casa es mejor, así que obvio la traje aquí, pero su mamá parecía más alegre de venir a casa, estaba llorando de felicidad y... ¡Tía Sili!― dijo Melanie al instante en el que corría a abrazar a Tía Silvana―. ¿Qué haces tú aquí?

Silvana miró a Alex con los ojos envueltos en lágrimas mientras sostenía a Melanie, y el chico interpretó su mirada "¿Y ahora qué?". Alex negó con la cabeza y volvió a mirar al suelo mientras buscaba la forma de explicarle a Melanie lo ocurrido. Pero entonces Silvana tomó la delantera.

―Mel, cielo― dijo―. Entremos a casa, te prepararé una taza de chocolate y hablaremos, ¿bien?

― ¿Puedo invitarle a Sasha un chocolate también?

―No, creo que es mejor que solo seamos tú y yo― respondió Silvana―. Vamos.

Y cerraron la puerta tras ellas, lo último que Alex escuchó fue el sonido que hizo la taza de ositos rosas de Melanie al romperse contra el suelo antes de volver a estallar en llanto.

No supo cuándo o dónde cayó rendido, pero cuando despertó, Alex sabía que era lo que pasaría a continuación. Su tía se quedaría a cuidarlos, haciéndose cargo de las cuestiones legales, increíblemente la dejaron a cargo del sustento hasta que Alex cumpliera la mayoría de edad, sin embargo y por cuestiones personales, Tía Silvana solamente iba a poder ir a la casa tres o cuatro días a la semana, eso y en vista de que ningún otro pariente parecía estar conforme con cuidar a dos niños más aparte de los suyos, fue razón suficiente para que el juez le diera el beneficio de la custodia; eso, por obvias razones, logró que pudieran dejar atrás la tristeza un poco más rápidamente. Tía Silvana llevó juegos y películas, además de que cocinaba delicioso, la mayoría de las discusiones que se tuvieron en casa durante los dos días antes de los funerales eran solo por cuestiones de:




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