Alex ya no quería seguir, Jeff ya no estaba. Pero una parte de él estaba seguro de que seguía vivo, debía estar en la cueva que había visto, pero ya estaban muy lejos para revisar en ella, habían caminado poco más de cinco horas, estaban cansados y hambrientos, eran pasadas las ocho de la noche, y ya no conseguían mantenerse en pie, por lo que decidieron acampar y seguir el día siguiente.
Alex tuvo el sueño de siempre, estaba en un hoyo, eso era seguro. Se ahogaba con su sangre, de pronto se oyeron gritos y lamentos como si hubiera pasado algo malo, muy malo, no sabía que era y no podía moverse. La espada seguía enterrada en su estómago, alzó la mano y se la arrancó, empezó a incorporarse y a subir por las paredes, siguió los gritos hasta que encontró de donde provenían. Divisó a una chica, de la edad cercana a los diecisiete años, llorando a cántaros.
Alex no podía hablar, su voz no salía, de pronto vio junto a la chica a un hombre tirado en el suelo, muerto; Alex no lo reconoció. Oyó que la chica sollozaba:
―No, tu no... Jeff, responde por favor.
Alex se contuvo, aquel no podía ser Jeff, al menos no el Jeff que conocía, el que había caído por un precipicio. Ese no podía ser su amigo.
Llegó de pronto una segunda chica de edad igual.
― ¿Dónde está Alex? ―preguntó débilmente.
―La última vez que lo vi, caía de un edificio de veinticinco pisos ―dijo la primera chica, luego señalando al horizonte volvió a hablar―. Cayó por ahí, vamos.
Alex las siguió. Aquel chico muerto se llamaba Jeff y había otro llamado Alex, eso no podía ser coincidencia. Iban por un camino oscuro, sin luz, no llevaban lámparas ni luces, Alex veía casi cada cinco metros chicos u hombres adultos tirados, muertos o heridos. Una chica que vio lo hizo estremecerse, tenía ya la boca llena de sangre, y no tenía un ojo. Continuaron y llegaron a lo que parecía un hoyo gigantesco, Alex supo que había vuelto al lugar donde comenzaba su sueño. Había caminado en círculo con las chicas. La segunda bajó y Alex vio a un chico recostado en el fondo. No le costó mucho reconocerse a sí mismo, muerto, totalmente sin moverse, ahora Alex no solo estaba asustado, estaba aún peor que eso. Al ver al chico en el hoyo la segunda chica lloró y dio un grito desgarrador.
Alex despertó. Nathan estaba junto a él, igual con los ojos abiertos.
―Hey, hombre. Tranquilo ―dijo con una risita.
― ¿Qué me ha pasado? ―preguntó Alex.
―Despertaste de golpe, como si hubieses tenido una pesadilla.
Alex le contó el sueño, en especial la parte donde se vio a sí mismo. Nathan lo miró como si se hubiese vuelto loco.
―Y en tu sueño, ¿Estaba yo? ―preguntó Nathan con angustia.
―No, no te vi, o por lo menos no puse atención.
―Debió ser solo un sueño, ese no podía ser Jeff, ya que él, pues... ya no está ―dijo Nathan con tristeza.
―Eso creo, pero...
―Pero ¿qué?
―No... nada, olvídalo ―dijo Alex temeroso, pensando sin descanso en las chicas y en la muerte que había visto.
Caminaron y caminaron durante mucho tiempo, unas doce horas aproximadamente hasta que decidieron descansar, quisieron cazar la cena, pero ninguno de los dos conseguía lanzar bien una simple flecha, así que Alex decidió ir por una presa a la cual pudiera atravesar su catana.
Esperó entonces, escondido detrás de un arbusto en el bosque donde se encontraban ahora y vio un ciervo, saltó sobre él y levantó la espada, dándole fin a la vida del animal. En ese momento se oyó un "¡Hey!" proveniente de un árbol.
―Oye, esa es mi presa ―dijo la criatura, bajando del árbol. Una especie de dragón pequeño hacía su arribo, de ojos verdes y cuerpo multicolor. Alex desenfundó su arma y la criatura chilló:
― ¿Para qué me apuntas?, soy inofensivo a menos que me provoquen. Mi nombre es Ash ―dijo la criatura estirando la mano―. Vamos, a nadie se le deja con la mano estirada, ¿acaso eres un salvaje?
―Alex ―contestó el chico atónito mientras respondía el saludo por instinto. El sol se reflejaba en la piel del majestuoso animal, el brillo pasaba por cada tono haciendo una vista maravillosa. Sus modales eran impecables y su sonrisa no se veía falsa en absoluto, por lo qué Alex igualmente sonrió―. Mi campamento está cerca de aquí, ¿por qué no lo compartimos?
―Eso estaría perfecto ―dijo Ash aplaudiendo de la emoción.
―Pues vayamos.
Regresaron y Nathan soltó un grito al ver al dragón, pero Alex lo tranquilizó al decirle que era inofensivo. No habría que decirlo, pero tardó poco más de dos horas tan solo para hacer bajar al pequeño de un árbol y una hora más para que el dragoncillo se ganara igualmente la confianza del pequeño. Se sentaron en grupo alrededor de la fogata que Nathan había encendido y Ash empezó a contar su historia.
―Estaba yo en mi túnel, pensando en mis asuntos cuando el suelo comenzó a abrirse, mi túnel quedó tan deshecho que hasta en cueva se convirtió― Alex recordó la cueva que había visto cuando Jeff cayó.
―Y... ¿no viste a algún chico de nuestra edad por ahí? ―preguntó Alex sin querer ser descortés.
―Lo siento, tuve que salir de inmediato, además, todos los humanos me parecen iguales ―dijo Ash. Las esperanzas de Alex de que Jeff estuviese vivo se estaban derrumbando―. Y ¿a dónde se dirigen?
―Al Camino de la Serpiente ahí...― comenzó a decir Nathan cuando de pronto Ash empezó a chillar.
― ¡Camino malo!, ¡Camino malo!, ese era mi hogar, pero es demasiado peligroso ir ahí.
― No tenemos opción, ¿gustas acompañarnos?, se ve que serías un buen guía ―dijo Alex.
― ¡No!, de ninguna manera ―dijo Ash mientras mordía la pata del ciervo―. Es su funeral.
―Vamos, se ve que eres un fiero y protector dragón, y nosotros solo somos unos débiles humanos, te necesitamos ―mencionó Nathan y la cara de Ash se iluminó.
―Tal vez... sólo prometan que no me dejarán ahí si las cosas salen mal ―respondió Ash temblando―. Digo, para que no se pierdan en el Camino.