Alex Reidfield y el Camino de la Serpiente

18. EL RESCATE, REGRESO Y MUERTE

Ahora ya era tarde para arrepentirse, era el tramo final, Alex podía sentirlo. Del otro lado de la puerta, el Camino estaba iluminado y a los cien metros podía ver algunas figuras con forma de humanos, decenas.

― ¡Vamos! ―gritaba Alex a todo pulmón, usando su catana como bastón.

―Lo hemos logrado ―decía Nathan.

―Ya me quiero ir ―decía Ash.

Ahora el Camino se había ensanchado hasta convertirse en un círculo. Habían llegado al final, y estaban enteros. Alex vio a sus lados. Muchos chicos y chicas desmayados estaban a su alrededor, todos con la boca tapada para evitar gritos y al parecer algunos habían intentado resistirse, debido a que tenían moretones totalmente de color negro en varias partes del cuerpo. Era horrible.

―Tenemos que sacarlos de aquí ―dijo Alex.

―Claro ―dijo Nathan―. Ash, ayúdame con los chicos de la izquierda.

― ¿No se han dado cuenta, o no quieren darse cuenta? ―dijo Ash molesto―. Son como cincuenta chicos, nos llevaría una semana mínimo salir de aquí, y dudo que dejen que lo hagamos.

Después de pensarlo un corto tiempo Alex y Nathan vieron que lo que decía Ash era cierto, no podían llevarlos a todos en un periodo de tiempo corto, eran demasiados. Lo más seguro era despertarlos, pero ¿Cómo?

Alex lo intentó con un chico de más o menos diez años. Moviendo su hombro de lado a lado, aumentando su velocidad con cada minuto que pasaba, no había respuesta, pero estaba seguro de que seguía vivo, podía sentir su respiración.

―Está vivo, pero no despierta ―dijo Alex.

―Quizá esté noqueado ―contestó Ash.

―Tal vez... ―dijo Alex, interrumpido por un terrible grito.

― ¡AYUDA!

―Stephanie ―susurró Alex antes de correr de nueva cuenta hacia el origen del grito.

― ¡Alex, espera! ―gritaron sus amigos al unísono mientras lo perseguían.

Corrieron hasta el final del círculo y se iluminó una puerta de metal, con cerrojos negros y una altura de cinco metros. La abrieron, pero necesitaron su fuerza combinada ya que era extremadamente pesada.

Ante sus ojos estaba una habitación, más o menos del ancho de una casa y, en el centro, había una chica de once años de cabello negro, que observaba con los ojos muy abiertos. Junto a ella había otras dos chicas, una de tez morena de aspecto hispano y una niña de ocho años, Melanie y María. Estas estaban noqueadas.

― ¿Esa es Stephanie? ―dijo Nathan.

―Sí, es ella ―dijo Alex, quiso correr para desatar sus manos; no tenían tiempo que perder, pero entonces escuchó un ruido extraño―. Escóndanse.

Los chicos corrieron detrás de una roca grande, asomaron sus cabezas y escucharon voces.

―Sí, eso, pónganla por ahí ―dijo una de ellas.

―Hey, conozco esa voz ―dijo Alex, asomado la cabeza y quedándose boquiabierto con la imagen. Habían depositado una gárgola inmóvil al lado de Stephanie, ella era la siguiente. Lo que no lograba coincidir era el hombre que daba las órdenes. Era un hombre calvo y regordete, con anteojos de media luna―. Henry ―dijo Alex al volver a esconderse.

― ¿Quién? ―dijo Nathan.

―Es Henry, el hombre junto al que me senté en el avión.

― ¿Qué hace aquí? ―preguntó Nathan.

―No lo sé.

De pronto, Ash alzó su mano temblorosa, apuntando hacia arriba, con una mueca de profundo terror. Por encima de ellos había una sombra enorme, con unas alas gigantes extendidas.

―Oh, ya ha llegado, mi señor ―dijo Henry, haciendo una pequeña reverencia.

―Calla, Clever ―dijo la sombra, agitando débilmente sus alas para aterrizar en tierra―. Dime, ¿Quién sigue?

―La chica, mi señor ―dijo Henry Clever apuntando con el dedo a Stephanie.

―Bien, tráela ante mí ―dijo la sombra.

Clever se dirigió a Stephanie, ella pataleó tan fuerte que de un golpe le tiró un diente al hombrecillo, éste chillo de dolor y la dejó a cinco metros de su amo, retorciéndose en el suelo. La sombra bajó a la luz, dejando al descubierto su piel áspera y gris como roca, sus cuernos pequeños, además de unas gigantescas alas.

Stephanie se retorcía cada vez más fuerte, estaba a punto de romper sus ataduras.

―Cállate niña, no dejas que me concentre ―dijo la gárgola alzado su brazo y noqueando a Stephanie.

Alex quiso levantarse y enfrentar de una vez por todas a la gárgola, pero Ash y Nathan o detuvieron y le hicieron señas para que siguiese mirando. En vez de cometer una locura, Alex les hizo caso y siguió junto a sus amigos.

―Listo, comencemos ―dijo la gárgola―. "Per la noctis skotádi" ―el cuerpo inmóvil de Stephanie comenzó a elevarse del suelo, y la gárgola de piedra que habían depositado para la fusión también comenzó a alzarse―. "óti ta spirituum..."

Alex no dudó, se levantó a pesar de las advertencias de sus amigos y lanzo una catana hacia la gárgola.

―Te estaba esperando... héroe ―dijo esta, se volteó hacia Alex y atacó, dejando tiempo al chico solo para ver unos penetrantes ojos amarillos dirigiéndose hacia él y sintiendo un brazo enorme sujetándolo por su hombro. Las garras de la gárgola penetraban el traje, un dolor inmenso se colaba por el brazo a Alex y lo hacía gritar de dolor.

La gárgola soltó al chico y lo estrelló contra una roca, dejándolo tan débil que sus párpados se cerraron por instinto.

Alex abrió los ojos y vio que Stephanie estaba a su lado, noqueada todavía, aún se inflaba su estómago al inhalar, no estaba muerta, y eso le causó una gran satisfacción. Volteó la cabeza hacia donde estaba la roca donde se escondían Ash y Nathan, ellos aún seguían observando desde ahí. "O la gárgola los vio y los dejó ahí, o simplemente es tan idiota como para no haberse fijado si venía acompañado".

Comenzó a dolerle la cabeza, era un dolor intenso, no como los que siempre sentía. Quiso tocarse la parte de la cabeza que le molestaba, pero no pudo alzar las manos, las tenía atadas en la espalda. Forcejeó para liberarse, pero una voz lo detuvo en seco.

―Ni siquiera lo intentes ―dijo―. Estás muy débil.




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