Alex Reidfield y el Camino de la Serpiente

20. PIEL DE ROCA.

Avanzaban lo más rápido que podían hacia la casa de Jeff. El viento cada vez se volvía más fuerte. Una nube color negro se arremolinaba con otras de un tono más grisáceo sobre un edificio en construcción, el cual irradiaba un color verde y unos cuantos rayos caían sobre su techo.

―Creo que ya sé dónde está "esa cosa" ―dijo Jeff.

― ¿Enserio?, no me digas ―respondió Alex sarcásticamente.

―Debemos correr más rápido ―lo ignoró Jeff mientras apresuraba el paso.

Corrieron tanto que superaron su propia marca, pero no pudieron celebrar, porque al llegar, Travis Thompson (El verdadero) estaba en la puerta.

―Así que, has vuelto ―dijo éste.

―No lo molestes, Travis ―dijo Jeff―. Vamos a mi habitación, Alex.

Alex pasó junto al hermano de su amigo, suspirando profundamente y sin detenerse, pero con la cara en alto y una sonrisa en ella.

Llegaron pues a la habitación de Jeff, bajaron la palanca y cayeron al fondo. Alex vio de nuevo la habitación totalmente blanca, después de lo que le había parecido una eternidad.

―Bien ―dijo Alex―. ¿Para qué me trajiste?

―Amigo ―comenzó Jeff―. Cuando caí y me salvé, quedé demasiado débil, así que volví a casa. No sabía cuándo volverías, habían pasado ya tres meses y ni una señal de ti, así que pensé que estabas en problemas. Trabajé noche y día, cree un arco con flechas de energía pura, el cual ya me has visto usar, sin embargo, tenía el presentimiento de que tú necesitarías otra arma.

Alex se quedó pensativo, ya tenía dos catanas de energía pura, no creía que necesitara más, pero lo que recibió lo hizo cambiar de opinión.

―Te hice un arco también ―dijo Jeff mostrándole un hermoso arco color negro y plata, con una mira infrarroja y un carcaj negro con correa ajustable―. Extra precisión, para terminar enemigos a largas distancias.

Alex no sabía que decir, ese era un gran obsequio, a decir verdad, se sentía mucho más protegido ahora.

―Cielos, Jeff. Gracias ―dijo Alex―. Es increíble.

―Bien, ¿el intercomunicador aún funciona? ―preguntó Jeff.

―No lo sé ―respondió Alex―, no lo he ocupado. Por cierto, ¿no podrías mejorar el traje para que haga más cosas?

― ¿Cosas? ―preguntó Jeff, sorprendido―. ¿Cómo qué?

―No lo sé, quizá, algo práctico ―dijo Alex―. Como... volar, por ejemplo.

―Ja, no te aceleres tanto, Reidfield ―rio Jeff―. Una cosa a la vez.

Alex se decepcionó un poco, pero todo se calmó cuando recordó a quién tenía enfrente, una vez fuera del Camino, un poco de la adrenalina se había esfumado. Estaba en casa, junto a su mejor amigo.

―No sabes cuánto te extrañé ―dijo Alex y le dio un abrazo a Jeff.

―También te extrañé ―respondió Jeff riendo de felicidad, luego recuperaron la compostura―. Bien, tenemos poco tiempo, o al menos eso creo. Su ejército es enorme.

―Lo sé, ¿pero tú me guiarás no?

―Claro. Tu arco —dijo Jeff mientras entregaba el arma a su amigo.

― ¿Cómo aparecen las flechas?

―Presiona el botón inferior en el arco ―dijo Jeff. Alex obedeció y al pulsarlo, el botón se tornó verde y el carcaj se llenó de flechas color esmeralda, listas para ser lanzadas.

―Bien ―dijo Alex―. Manos a la obra.

Salió de la casa de Jeff, no sin antes recibir un par de insultos por parte de Travis, el cual al parecer no había superado la falta de interés de Alex y se dirigió al edificio en construcción.

Corrió y corrió, entre los autos y los edificios, la ciudad, su ciudad "Ahora estás en zona, Grener". Nueva York se veía renovada iluminada y fuerte.

Llegó a su objetivo y volteó a ver la base del edificio. Todo, absolutamente todo, cualquier sitio que viera, tenía una gárgola guardián, aquello tenía un aspecto de videojuego, debía ser silencioso y matarlos uno por uno.

Bien, creo que ya sabes que es lo que hay que hacer ―dijo Jeff a través del intercomunicador.

―Ya extrañaba tenerte en mi cabeza, Jeff ―respondió Alex.

Lo sé, tengo ese efecto en las personas, ahora concéntrate. Por encima de ti hay una cuerda, sostiene una especie de máquina... debes cortarla y con suerte matarás a algunas gárgolas.

―Bien, allá voy ―dijo Alex respirando hondo para concentrarse, sacó el arco y presionó el botón inferior. Sacó una flecha color esmeralda del carcaj y apuntó a la cuerda, sólo tenía que esperar a que por lo menos dos gárgolas se posicionaran debajo, "Qué predecible, algo muy pesado sobre los malos". Esa escena le recordaba las series para niños donde los malos eran aplastados por pianos y yunques, sin embargo, no había ningún piano a la vista, rio un poco de su mal chiste, susurrando para que no lo escucharan.

Esperó el momento apropiado. Pasaron tres minutos, luego cinco, pero nada ocurría. Luego el momento deseado llegó por fin. No eran muchas las gárgolas en un solo lugar, pero era un buen número para comenzar la batalla. Preparó una flecha, se concentró y disparó, sin embargo, jamás había disparado una flecha desde una distancia así, por lo que esta salió volando cinco metros más hacia la derecha de lo deseado.

¿Qué demonios fue eso? ―preguntó Jeff.

―Lo siento, fue la luz, me deslumbró.

Sí, ajá ―dijo Jeff―. Bien, concéntrate, el viento es tu amigo, ¿vale?, úsalo como tal, ¿en qué dirección va el viento?

Lo siento muy a la derecha.

―Bien, dispara hacia la izquierda de la cuerda.

Alex le hizo caso, sacó otra flecha, se concentró y disparó. La saeta rozó la cuerda, logrando, al menos, rasgarla un poco.

Mucho mejor, pero no lo suficiente.

Uy, lo siento "Señor Exigente", lamento no haberla cortado justo en el centro.

―No, no es por eso.

― ¿Entonces?

Voltea hacia abajo.

En efecto, al parecer la flecha no había dado en el centro y las gárgolas lo sabían, ya que se acercaban rápidamente al punto de origen del proyectil.




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