Alex y Kate

Capítulo 1

Alex estaba vestido de pies a cabeza y aun así tenía frio. Usaba un traje marrón que gritaba: soy un contador o un empresario bancario; unos guantes negros y una máscara de payaso de látex. De sonrisa azul y nariz roja. El viento sopló con fuerza, atravesó la fina tela de su saco y le caló los huesos. Alex tembló, pero siguió caminando. Sus zapatos sucios pisaban hojas secas constantemente. En una mano llevaba una pala y en la otra, un pesado maletín. La ropa que llevaba no era la más adecuada para cavar, pero no le quedaba de otra.

Alex se encontraba en medio de un bosque espeso, a las afueras de un pueblo pesquero llamado “Estrella nocturna”. Lo primero que hizo cuando llegó fue preguntar porque se llamaba así. Un pescador le respondió que casa cierto tiempo se podía ver una estrella que brillaba por encima de las demás.

—Es como si Dios hubiera encendido un faro en la luna — le dijo.

Alex concluyó que esa frase no tenía sentido. Cuando eso ocurría, los pescadores se metían al agua. Conseguían más peces que en un día promedio. El recién llegado sintió que perdió su tiempo al hablar con ese hombre. Todo le pareció una estupidez. Alex no creía en supersticiones ni en fantasmas.

Dos semanas después de la llegada de Alex, el pequeño pueblo de “Estrella nocturna” fue testigo de un brutal crimen. Hace menos de una hora dos personas enmascaradas asaltaron el banco local. Murieron dos personas. Un guardia y uno de los asaltantes.

Dos ramas golpearon a Alex. Una en la cara y la otra en una zona más sensible. Las hizo pedazos con sus propias manos y siguió su camino. El ladrón no se dio cuenta que unos ojos lo estaban observando. Los ojos se movieron a la derecha, siguiéndolo con la mirada. Cinco minutos después, Alex encontró una tumba y una cruz a medio enterrar. Dejó el maletín a un lado, tomó la pala con ambas manos y se puso a cavar.

La tierra era dura así que tuvo que ponerle un esfuerzo extra. Alex cavaba con ahínco, pensando que la tierra dura era la cabeza de Jonathan y cada golpe que le daba le destrozaba más y más el cráneo hasta dejar su cerebro expuesto. Alex odiaba a Jonathan, ese borracho conflictivo. Por su culpa se vio obligado a cavar en medio del bosque como si fuera un depravado buscando cadáveres.

Alex no pudo evitar pensar que parte de esto es culpa suya. Tuvo que hacer enojar al ebrio más rencoroso del planeta. Literalmente su boleto para salir del país se encontraba a dos metros bajo tierra. Alex se detenía cada dos minutos para mirar el maletín, que se encontraba a pocos centímetros fuera de la tumba. Dentro de ese trozo de cuero había un tesoro. Cien mil soles.

Su mente divagaba mientras su cuerpo trabajaba. La culpa entró como un bandido armado a una taberna del viejo oeste y se apoderó de sus pensamientos. ¿Por qué? ¿Por qué no había registrado al guardia?, se preguntó.

¿Cómo diablos iba a saber que tenía una pistola tan pequeña? Le había quitado su arma reglamentaria.

El plan era sencillo. Dos sujetos vestidos con trajes baratos y máscaras de payaso entraban al banco; tomaban a los trabajadores y clientes como rehenes y doblegaban al guardia; los obligaban a llenar un maletín con dinero. En dos minutos saldrían del banco y correrían hasta la esquina, donde los estaría esperando Jonathan, quien los llevaría fuera del pueblo; les entregaría pasaportes y documentos falsos para poder escapar del país.

Los problemas iniciaron antes de entrar al banco. La noche anterior, Jonathan se había peleado con el falsificador. Le había dejado el ojo morado y la nariz como una bola de papel arrugada. En venganza, el falsificador escondió los documentos en medio del bosque, a las afueras del pueblo. Si querían sus preciados documentos tenían que ensuciarse las manos.

Alex sacó su arma, pero el falsificador fue mucho más rápido.

Alex tenía el arma entre los dedos; el falsificador tenía el cañón a pocos centímetros de su mejilla.

—Veamos si eres tan valiente, vaquero.

Alex guardó su arma resignado.

—Maldito Jonathan — dijo Alex a la nada. La máscara de payaso le estaba haciendo sudar.

Se supone que iba a ser un trabajo sencillo. Sin víctimas. Alex había trabajado en el banco por dos semanas bajo el nombre de Thomas López. Conocía el lugar y a sus trabajadores. Su culpa estaba más que justificada. El guardia le había dicho un viernes que tenía un arma extra mientras almorzaban.

—Tengo una medida adicional para acabar con cualquier infeliz que venga a robar a mi banco.

Alex retiró una pesada piedra.

—¿Cómo pude olvidarlo? ¿Cómo pude ser tan estúpido?

Alex notó un objeto negro en el fondo del agujero. Removió la tierra con ansiedad. Era una bolsa de tela. La abrió con la precisión de un desactivador de bombas. Ahí estaban los documentos que tanto necesitaba. No le importaba que la bolsa estuviera cubierta de tierra, Alex la besó varias veces.

Al ser un ex empleado del banco, Alex se encargó de mantener a los rehenes pegados contra el suelo. Su compañero Martin recogía el dinero. Este veía muy ansioso como el maletín se llenaba de billetes. Se dio el lujo de soñar despierto, se imaginó en una hermosa playa rodeado de cocteles de todos los colores. Se veía a si mismo descansando de la vida criminal.

Por el contrario, Alex se veía como alguien sin dinero. En unos meses tendría que volver a las andadas. Otra identidad. Otro crimen que le permitiría vivir con lujos por un breve periodo de tiempo.



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En el texto hay: ladron, humor negro, fantasmas y venganza

Editado: 10.08.2024

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