Alex y Kate

Capítulo 2

Alex se encontraba en una habitación de hotel en Curahuasi, Abancay. Este se encontraba muy por debajo de sus expectativas. Las paredes rosadas tenían rajaduras; el televisor gordo no servía (gracias a Alex) y el colchón podría competir con una piedra en dureza en cualquier momento. Pero no podía quejarse. Las celdas de la cárcel eran mucho más sucias y tenía que compartirlas con otras veinte personas más.

Además la mujer que lo acompañaba mejoraba un poco las cosas. Alex conoció a Shirley en una discoteca. Los dos hacían el amor por tercera vez. Alex podía aguantar otras tres veces más. Shirley era una joven delgada y morocha, de cabello rubio teñido. Que extraño, pensó. Usualmente los hombres con los que estaba apenas terminaban la primera vez. Tal vez sea porque Alex era más fibroso que cualquiera de esos hombres.

En realidad nada de esto tenía que ver con la capacidad, o incapacidad, de los hombres por satisfacerla. Aunque ninguno tuvo ese honor. Y uno de ellos, que pesaba 120 kilos, casi se muere antes de llegar al orgasmo.

—Si quieres podemos parar. Las erecciones van y vienen. Es algo muy humano.

—No… yo… puedo… ¿Qué clase de hombre sería si no pudiera satisfacer a una mujer?

Uno vivo, pensó ella. El hombre sudaba y jadeaba. Shirley estudiaba obstetricia y había visto partos donde hubieron menos jadeos y mucho menos sudor.

—Mejor llamaré a una ambulancia — dijo ella mientras se vestía lentamente. El hombre de 120 kilos quería un segundo y un tercer round. Vas a tener que hacerlos con tu propia mano cariño, pensó Shirley mientras salía de la habitación a esperar a la ambulancia.

Y lo hizo. La habitación estaba mucho más pegajosa cuando llegaron los paramédicos. Shirley se hizo humo.

No, Shirley dormía a sus víctimas para poder llevarse todo su dinero. Las clases no eran baratas. Shirley pensó en echarle un somnífero en la bebida de Alex y escapar con todo su dinero, y cosas de valor. Cuando lo vio entrar a la discoteca “Los pasos zigzagueantes” lo primero que hizo fue pedir la bebida más cara que tenían. Pidió cinco copas más.

Ese hombre tenía dinero, pensó la rubia teñida. La ropa costosa y el Rolex de oro en su muñeca solo confirmaban la idea.

Shirley masajeaba su rostro, mientras que Alex masajeaba sus tetas. Ella notó una cicatriz en la cara de Alex. Le faltaba un trozo de cachete. Ella no lo había notado antes debido a la poca luz de la discoteca. Sonrió y acarició levemente la herida. No podía negar que los hombres con cicatrices le parecían atractivos.

A los hombres con cicatrices solo les robaba la mitad. Aunque con Alex iba a hacer una excepción.

—¿Y esta cicatriz? — preguntó con curiosidad —. ¿Es una herida de guerra?

Alex amó ese comentario, aunque estaba muy lejos de ser verdad.

—Se puede decir que si — respondió con tono misterioso. Su cerebro trabajaba en una anécdota.

—Mentiroso.

—¿Qué dices?

El cuerpo de Shirley seguía ahí, pero su rostro había desaparecido. Lo reemplazaba la cara de alguien 15 años más joven. De piel lechosa y mejillas algo infladas. Unos ojos bien abiertos color miel y una sonrisa diabólica, propia de alguien que había hecho una gran broma.

Kate sobrepuso su rostro al de Alex. Ella vio que Alex todavía conservaba sus manos en los pechos de Shirley.

—¿Te gustan mis nuevas tetas? Si quieres tener un par así de delicioso te puedo dar el número de mi cirujano plástico.

Alex gritó de miedo y la empujó fuera de la cama. Gracias a la caída, Shirley se golpeó en la cabeza. Ella se levantó del golpe, sin dejar de frotarse la zona lastimada. Su rostro volvía a ser el suyo y sus pechos se movían al ritmo de una respiración agitada. Alex deseaba tenerlos de regreso en sus manos.

—¿Qué diablos pasa contigo?

—Si, ¿Qué diablos pasa contigo? Así no se tratan a las mujeres — Kate se encontraba entre Alex y Shirley, pero estaba del lado de quien compartía su género.

—¡VETE! — le gritó Alex a Kate.

Shirley no necesitó escuchar más. Tomó su ropa y se dirigió a la puerta, sin que Alex se diera cuenta también tomó su billetera.

—Imbécil.

Se fue cerrando la puerta de un portazo. Alex miró a Kate que se comportaba como si no hubiera hecho nada malo.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Cementerio de mascotas — respondió Kate sin dejar de mirar al techo.

—¿Qué?

—Eso de las caras. Lo saqué de Cementerio de mascotas. El demonio que poseía pequeño Gage transformó su rostro en el de la esposa de Jud para atormentarlo antes de matarlo — Alex sintió un sudor frio al escuchar la palabra “matarlo” —. En la versión del 2019 intentaron hacer algo similar, pero no lograron transmitir el mismo impacto de la novela. Yo pensaba que algunas cosas debían quedarse únicamente en el papel, pero una puede estar equivocada — Kate se rio cubriéndose la boca —. Tienes la piel de gallina.

—¿Qué diablos estás haciendo aquí? — volvió a preguntar Alex. Mucho más desesperado.

—¿Por qué? ¿Acaso interrumpo algo? — preguntó Kate, como si quisiera que Alex le explicara sobre las flores y las abejitas. En el caso de Kate tendría que adelantarse un par de clases. Una amiga del colegio le explicó lo básico —. ¿Tu manguera está triste y por eso está cabizbaja? — el fantasma señaló el pene expuesto de Alex.



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En el texto hay: ladron, humor negro, fantasmas y venganza

Editado: 10.08.2024

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