Alex y Kate

Capítulo 8

Kate recorrió la ciudad, para aclarar su mente y alejarse de las aburridas actividades de su mejor amigo, como le aconsejó Alex. No funcionó. No pudo concentrarse. Salió del pueblo en busca de un lugar más tranquilo. Frente a ella había unas montañas majestuosas, la luz del sol iluminaba sus cimas. Se quedó mirándolas por horas, hasta que el sol se escondió para darle la bienvenida a la noche.

Kate extrañaba su hogar. Sentía una gran urgencia de hacerle una visita. En ningún momento de su vida había estado tan lejos de casa. Se despidió de Alex y se dirigió a “Estrella nocturna”.

Kate regresó a casa. El viaje fue largo y accidentado (se perdió cinco veces), no obstante consiguió llegar a “Estrella nocturna”. Se adentró al bosque hasta llegar a su hogar, que se encontraba en medio de los espesos árboles. Su casa era de tres pisos con más de diez habitaciones de color vainilla.

El señor Agustín Cárdenas (el padre de Kate) era un próspero empresario; dueño de varias granjas ganaderas, al igual que muchos negocios en “Estrella nocturnas” (la mayoría eran bodegas, talleres mecánicos y tiendas de ropa). Dos talleres mecánicos: “Rápidos y furiosos” y “Furia en dos ruedas” eran rivales durante muchos años tenían de dueño a la misma persona.

Pero su negocio más lucrativo era su fábrica de conservas de pescado “Bocado marino”. Una de las marcas más vendidas del país.

El padre de Kate era un hombre robusto que siempre usaba trajes negros que varios obesos encontraban muy sueltos. Agustín entrenaba tres horas al día. Su ancho estomago era musculo, no grasa. Tenía que hacerlo. Tenía que ser fuerte si quería ser un empresario en Perú. Muchos delincuentes veían a los prósperos empresarios como cajeros automáticos con patas, solo tenían que presionarlos un poco y les entregarán el dinero.

Agustín no lo veía de esa manera.

Muchos intentaron extorsionarlo y obligarlo a pagar cupos, pero ninguno consiguió sacarle un céntimo.

—Casi ninguno — dijo Kate en voz baja.

Una vez, cuando Kate tenía diez años, ella y su padre salieron del cine media hora antes porque Agustín tenía una importante reunión de negocios.

—Prometo llevarte la próxima vez y esta vez la veremos entera.

—Mañana la quitarán de la sala — respondió Kate con un puchero — Hemos ido al cine tres veces y en las tres veces hemos tenido que salir antes de que termine.

—Entonces te compraré la película en Blu Ray — dijo Agustín, quería añadir algo más pero su celular volvió a sonar.

Dos delincuentes similares (podrían ser hermanos) les impidieron seguir avanzando. Uno llevaba un arma.

—Que celular tan bonito, ¿Me lo prestas?

Kate se apoyó en la pierna de su padre buscando protección. El arma le daba miedo y el que la portaba tenía los dedos demasiado largos. Kate le rogó a su padre que le entregara el celular para que se fueran. Agustín escuchó a su hija y le acercó el teléfono al ladrón armado. Este acercó su mano con cautela.

Agustín golpeó en la cara con el celular al delincuente y le quitó la pistola. Disparó a su compañero en el pie. Este cayó de trasero al suelo agarrándose el pie herido. Una persona estaba sorprendida, una aterrada y dos adoloridas.

De la sorpresa pasó al enfado.

—Infeliz, te atreves a apuntarme con un arma cargada.

La boca del delincuente ya estaba sangrando por el golpe del celular. Expulsó un diente y medio cuando Agustín le golpeó con la culata de la pistola. Cayó al suelo. De dos pisotones le rompió las dos manos. Se acercó al otro delincuente, que estaba estirando el brazo para agarrar a Kate. Era inútil porque Kate se alejaba más y más. La niña estaba pálida y su labio temblaba.

Agustín se puso encima del segundo delincuente. De un golpe seco lo dejó privado por varias horas, cuando despertó tenía el rostro hinchado y una mano esposada a un radiador. Varios dientes y un escupitajo de sangre mancharon los zapatos blancos de Kate. Ella se encontraba entre el asombro y el miedo. Ella solo quería ver si La capitana Marvel conseguía derrotar a los Kree al final y terminó viendo un espectáculo más sangriento.

Recogió un diente y lo guardó en su bolsillo. Todavía lo conserva.

Su padre enojado la tomó de la mano. Su ropa estaba sucia. No podía ir a la reunión de esa manera. La subió en un taxi y él fue a comprarse un traje nuevo.

Kate todavía guardaba ese diente en su habitación.

El volver a ver su casa le generaba mucha nostalgia. Nada había cambiado desde que murió. Si, su casa había sido el escenario de muchos conflictos y disputas entre los miembros de la familia Cárdenas, pero era su hogar. Atravesó la puerta. La sala estaba pintada de un celeste acogedor y tenía los suelos de madera. Frente a ella había dos sillones rojos, cerca de una chimenea de ladrillos. Encima de la chimenea estaba colgada una foto familiar, una cabeza de jabalí y una escopeta.

Era una escopeta vieja, propiedad de su abuelo Sebastián Cárdenas, uno de los máximos responsables del imperio Cárdenas. Él fue el que inauguró la pescadería que en varias décadas se convertirá en la fábrica de conservas de pescado “Bocado Marino”.

Kate miró la escopeta con admiración. Siempre quiso tocarla. Ella misma se imaginó a si misma sosteniendo el arma, disparando y convirtiendo el pecho de su padre en un colador. Lo último que vería antes de morir sería un arma flotando. La idea se le hizo tan tentadora que no pudo dejarla pasar.



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En el texto hay: ladron, humor negro, fantasmas y venganza

Editado: 10.08.2024

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