Alex y Kate

Capítulo 12

Kate extrañaba a su hermana. Tenía pensado en ir a visitarla cuando todo esto acabe. Había leído ese correo varias veces que su dirección quedó grabada en su memoria.

Kate salió del cuarto de Sonia y continuó con su investigación para su intento de homicidio. Kate recordaba que en la había de sus padres había una cama muy grande.

Ese fue uno de los cambios en su ausencia. En lugar de una cama enorme había dos camas medianas bien separada.

—Parece que algo no va bien en su matrimonio — se dijo a sí misma.

Frente a las dos camas había un televisor tan grande como la pantalla de un cine. Eso sí lo recordaba. No fueron recuerdos agradables. Una vez quiso ver una serie animada de superhéroes, pero se llevó con la sorpresa que el televisor estaba programado para acceder únicamente a telenovelas y canales de moda. Era el televisor de Mónica y de nadie más. Dos cómodas se encontraban a lado de las camas, todas llenas de ropa. A su lado había una cómoda con un espejo y una silla. Estaba repleta de envases de maquillaje y una copia de un libro de economía que Agustín escribió hace años.

Dos roperos gigantes descansaban, ambos rosados, descansaban a los lados opuestos de la habitación. Los dos estaban repletos de todo tipo de ropas. Casi toda era la ropa de Mónica, la mayoría de los trajes de Agustín se encontraban dentro de su casillero en su gimnasio privado.

Kate ingresó al baño privado de la habitación. Recién acabado de limpiar. Se metió en el botiquín de primeros auxilios y buscó entre los medicamentos. Encontró las pastillas azules. Eran muy parecidas al veneno. Kate pensó en reemplazar algunas de esas pastillas con las envenenadas. Así cuando su padre se las tome morirá envenenado.

Buen plan a prueba de tontos.

Kate intentó abrir el frasco, pero no pudo. Estiró sus brazos hasta alcanzar ambos lados del frasco y giró para la derecha y para la izquierda. Nada. A veces detestaba ser tan débil.

Kate recordó que cuando estaba viva tenía que arrojar los frascos al suelo y mojarlos con agua caliente para que recién pueda abrirlas.

Kate odiaba ser tan débil. Tanto en vida como en muerte.

Siguió intentándolo un par de veces más hasta que una luz se distrajo. Era Esther quién entró al baño y abrió el botiquín. Kate se escondió detrás de unas pastillas contra la gripe con sabor a naranja.

La ama de llaves agarró el envase de pastillas azules y lo abrió con facilidad.

—Esto es humillante — se dijo Kate a sí misma.

Esther sacó una botellita del bolsillo de su delantal. Era similar a esas botellitas de licor que te regalaban en el avión. Era de color almíbar y no tenía ningún nombre en la etiqueta. La abrió y le echó unas gotas a las pastillas.

Kate no sabía cómo reaccionar al respecto. Aquí estaba pasando algo raro y no estaba segura de lo que era. El fantasma salió del estuche y atravesó a Esther. Ella volvió a ponerse en estado de alerta mirando a todos lados, ahora con más nerviosismo que nunca porque sabía que estaba haciendo algo incriminatorio. Kate arrastró un trapo húmedo hasta los pies de Esther; ella lo pisó y se resbaló. Al caer derramó las pastillas.

Agustín estaba tomando un descanso, órdenes del médico. Escuchaba unas canciones de Juan Gabriel en la soledad de su oficina. Uno de los pocos adornos que había en la oficina era un cuadro con los tres miembros de su familia: Agustín, Mónica y Sonia. Aunque Agustín detestaba a Sonia no podía deshacerse de ese cuadro. Simplemente no podía. Retiró la foto del cuadro. Estaba doblada. El cuadro era demasiado pequeño para que la foto cupiera completa.

Era un regalo de navidad de Kate.

Hasta para los regalos es decepcionante, pensó. Se arrepintió al instante. Suspiró. Dobló la foto y vio a los cuatro miembros de su familia en un picnic. Kate tenía la boca pintada de amarillo, como si fuera una pre- hepatitis, debido a la excesiva mostaza de su sándwich; los padres se abrazaban y Sonia bebía un poco de gaseosa.

No pudo evitar sonreír al ver a los cuatro juntos. Su sonrisa estaba mezclada con nostalgia. Un día así jamás se repetirá.

Puso la foto dentro del cuadro y cogió su celular para separar una cita con el cardiólogo. Este le dijo que podía atenderlo a las cinco de la tarde. No estaba pasando nada importante en su trabajo. Se levantó con pesadez y salió de su oficina. Subió las escaleras y entró a su cuarto. Vio a Esther en el suelo del baño.

—¡Dios mío! — exclamó Agustín alarmado.

Ayudó a Esther a levantarse. Tuvo que hacer un esfuerzo extra y Esther lo noto. Este hombre está más débil que un gatito, pensó.

Bien.

—Voy a salir a despejar mi mente.

—¿Y sus medicamentos?

—Por lo que veo están en el suelo.

Agustín recogió el frasco vacío y fue a su cajón por la receta.

—Compraré un paquete nuevo. No me esperen, puede que regrese para la cena.

Se fue antes que Esther pudiera objetar algo. Kate lo siguió, sin saber que le había salvado la vida.



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En el texto hay: ladron, humor negro, fantasmas y venganza

Editado: 10.08.2024

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