Los padres de Kate optaron que la mejor forma de pasar tiempo juntos como pareja era viendo una película en el cine en casa de Agustín. La sala era totalmente roja, salvo por la enorme pantalla blanco, y a prueba de ruido. Los asientos eran enormes, podrían caber dos personas sin problemas. Agustín tenía toda la intención de que así fuera.
El dueño del cine elige la película; y Agustín eligió “Con la muerte en los talones” de Alfred Hitchcock. Quería poner “Scream”, pero su esposa odiaba las películas violentas. Mónica estaba en el baño preparándose mientras Agustín proyectaba la película, una vez hubo terminado se sentó en el cómodo asiento. Usaba una bata roja, en la que había un condón agujereado en uno de los bolsillos.
Valia la pena intentarlo.
Mónica se dio una ducha y se puso su mejor camisón, uno negro de seda. Abrió el botiquín y sacó un frasco de píldoras blancas; de uno de sus cajones sacó una botella de color almíbar, muy parecida a la que tenía Esther. Le echó un poco a las pastillas y más agitó con ferocidad.
Kate atravesó la puerta y voló alrededor del museo de cine de su padre hasta que encontró un disfraz que le encantó. “Scream” era una de las películas favoritas de Agustín Cárdenas.
La puerta del cine se abrió y Agustín se desabrochó los primeros botones de su bata.
—Ya era hora — dijo Agustín con un tono seductor que hizo que la persona detrás del disfraz se tambaleara.
Agustín volteó para ver a Ghostface, el asesino de la franquicia Scream, bajar por las escaleras alfombradas de la sala de cine. La túnica del asesino era mucho más grande de lo normal, no se podían ver sus zapatos al bajar las escaleras.
—Mónica, acabas de cumplir una de mis mayores fantasías — dijo Agustín muy divertido. El aire acondicionado congeló los vellos de su pecho haciendo que Agustín se vuelva a abotonar su bata.
La figura no dijo nada, su túnica cubría todo el suelo y la máscara no expresaba nada más que un grito perpetuo. Levantó el brazo para mostrarle a Agustín una hoja arrugada.
—¿Qué es esto?
Agustín desdobló la hoja. Era una carta con una caligrafía muy familiar, por lo mala que era. La carta solo contenía una oración.
“Yo estuve ahí y escuché todo lo que dijiste.”
La oración estaba escrita con un plumón rojo sangre y adornada con varios corazones por todo el papel. Agustín se puso pálido y vio a la figura inexpresiva. El asesino icónico solo se limitó a inclinar la cabeza a la derecha.
—¿Kate? — preguntó Agustín, incapaz de decir nada más.
La figura se quitó la máscara. El rostro de Kate estaba podrido y agusanada, le faltaba un ojo y los labios, lo que resaltaba más su sonrisa diabólica y le daba el aire de una perturbadora caricatura. Agustín podía verla perfectamente y no quería hacer. Ese monstruo alguna vez fue su hija.
—Creo que así me veo actualmente — Kate se río —. “Alimento para gusanos” es gracioso porque es cierto — miró a Agustín con su único ojo -. Hola papá, te extrañé mucho.
Agustín sintió un fuerte dolor en el pecho, como si cinco personas distintas le clavaran cinco dagas en el pecho.
No, era su corazón deteniéndose.
Agustín agarró su pecho con su mano. Sus ojos miraban a ambos lados diferentes; su piel perdió todo el color. Agustín sufrió otro infarto.
Murió…
Kate se quedó quieta, su rostro regresó a la normalidad. La chica se estaba riendo, recordó una frase que le había dicho su padre hace dos años:
“Esta generación. No dura nada.”
—Y tú eres el menos indicado para decirlo — dijo entre risas —. Estas generaciones de antaño, un sustito y quedan en modo K.O.
Su padre no respiraba, llevaba así por dos minutos. Eso solo significaba una cosa: Agustín Cárdenas murió. Estaba muerto, lo había matado. Ella sola, sin la ayuda del inútil de Alex. Kate salió del disfraz para celebrar. El fantasma volaba en círculos encima del cadáver.
Mónica entró al cine con las pastillas y el agua.
—Agustín, no me digas que te quedaste dormido. Despierta que tienes que tomar tu medicina.
Con solo un empujón bastó para hacer que Agustín cayera de su asiento como una muñeca de trapo. Eso y añadiendo el hecho que no respiraba la hizo llegar a la conclusión de que estaba muerto.
—Mi trabajo aquí ha terminado — Kate estaba dispuesta a irse. No quería ver a su madrastra llorando.
—Jejeje…
Kate se detuvo como si un freno invisible se hubiera activado. La rosa fue creciendo como una semilla en tierra fértil. En pocos segundos se convirtió en una sonora carcajada. Mónica saltó de alegría le dio una patada a las pastillas. El frasco se abrió en el aire y varias pastillas azules volaron a distintas direcciones. Algunas chocaron contra la pantalla. Levantó el cadáver de Agustín agarrando sus hombros y se puso a bailar con él; ella dirigía los pasos por obvias razones.
—¡Por fin estás muerto! Tanto tiempo ha tenido que pasar, pero lo he conseguido. Es un maldito sueño hecho realidad.
No he estado muerta tanto tiempo, pensó Kate. Incluso ella sabía que esa no debía ser la reacción de una esposa sufrida por la muerte de su marido. Se supone que ella debía llorar y abrazar el cadáver, sin intención de soltarlo. No bailar con el muerto en una burlesca expresión de maldad.