Alex y Kate llegaron a la casa de la familia Cárdenas. Este si había sido una aventura homicida. El ladrón y el fantasma viajaban en un descapotable rojo, el anterior vehículo era un auto blanco sin mucho chiste. Se había malogrado a mitad del camino.
—No puedo creer que hayas robado un auto malogrado — se quejó Kate al ver que estaban en medio de la nada.
El motor expulsaba un humo blanquecino. Alex miraba el motor como si lo hubieran fabricado en otro planeta. Sabía conducir autos, pero no tenía la más perra idea de su funcionamiento. Se quemó nueve de sus diez dedos al tratar de manipular el motor. Después de una inspección de dos minutos concluyó:
—No sirve.
—¿Cómo se supone que vamos a llegar? — le preguntó Kate.
Alex no respondió. Quería sugerir que esperasen a que pare un auto para que los lleven, pero no habían visto a ninguno en kilómetros. La carretera estaba despierta. Caminaron unos kilómetros, la única compañía que tenían eran los animales que vivían entre los árboles y el sonido del viento.
Alex se cansó después de caminar dos kilómetros. Vio a ambos lados de una carretera vacía. Pensó que lo mejor hubiera sido quedarse en el auto y dormir en los asientos traseros hasta el día siguiente. Desechó la idea al acordarse de Esteban, un joven que robó un auto. Sufría de narcolepsia. Se quedó dormido en medio de la calle. La policía lo detuvo y ahora comparte la cama con otros tres presos más en El Penal de Lurigancho. Le faltan veinte años para completar su condena.
Alex puso su maleta en el suelo y la usó de almohada. Se quedó dormido de golpe. Soñó que estaba en una playa con una rubia en bikini encima de él. Ella se quitó la parte de arriba del bikini. Antes de terminar de desnudarse, un puñal le atravesó la cara formándole una nueva nariz. La rubia murió al instante. El cadáver cayó encima de Alex.
Frente a él había un sujeto de dos metros que sostenía un enorme machete y usaba una máscara de Spiderman.
—Patente en trámite — dijo el asesino con una voz profunda.
El asesino se quitó la máscara revelando el rostro sonriente de Kate.
—Despierta — dijo ella con su voz normal.
Alex soltó un grito que se escuchó en varios metros de la carretera. La mitad del cuerpo de Kate salió de su cabeza.
—Tienes sueños muy genéricos. Deberías ser más creativos — Kate comenzó a reírse de forma infantil —. ¿Sabes? Tengo mi trasero sentado dentro de tu cabeza.
—¡SAL DE MI CABEZA! — gritó Alex furioso.
Kate obedeció. Sobrevolaba encima de Alex sonriendo de oreja a oreja.
—No sabía que podía hacer eso. Tú sí que sirves para experimentar. Descuida, también me sirves para otras cosas.
Alex no escuchaba las palabras de Kate. Tenía otros traumas que sobrellevar.
—Lo sentí… escuché el sonido del machete destrozando su cara, sentí el peso de su cuerpo encima de mí y saboreé su sangre cuando entró a mi boca. Realmente vi y sentí a una mujer siendo asesinada frente a mí.
Alex frunció el ceño.
—Por el amor de… no vuelvas a hacer eso, ¿Has entendido?
—Solo quería despertarte para decirte que acababan de pasar tres carros.
Alex se levantó al ver un par de luces viniendo al horizonte. Levantó su pulgar y un auto descapotable rojo se detuvo al lado de ellos. Lo manejaba un hombre diez años más viejo que Alex.
—¿Necesita que lo lleve?
Alex le dijo hacia donde se dirigía. Cómo caído del cielo, el hombre le informó que también se dirigía a “Estrella nocturna”. Era un cantante y tenía que tocar en un bar del pueblo. Alex se subió y se instaló en el asiento trasero, junto con Kate y la maleta.
El auto avanzó, fue yendo más y más rápido. Alex no tenía ningún problema, mientras más rápido llegue a “Estrella nocturna” mejor.
El hombre tenía el cabello negro, cejas pobladas, nariz angular y una constante expresión sería. A Alex le recordaban a los héroes de las películas de los años 70. Hombres rudos de moralidad gris; héroes que carecen de un dilema moral a la hora de matar al malhechor de turno.
Alex era un malhechor.
Alex vio una foto de un hombre de grueso bigote y brazos musculosos levantando a un joven en sus hombros. La foto estaba pegada en el espejo retrovisor.
—Mi nombre es Benjamín — dijo el conductor —. Puedes llamarme Benji, si quieres.
—Yo soy Alex — respondió el pasajero.
—Papá — susurró el conductor con una voz infantil.
Alex se dio cuenta que no estaba con un héroe de moralidad gris, sino con un villano de mente destruida. Benji se dio la vuelta y roció a Alex con un líquido transparente. Alex intentó sacar su arma, pero esta pesaba más de la cuenta. Era como levantar un ladrillo solo con dos dedos.
Alex se desmayó en unos segundos. El auto se adentró en el bosque.
Alex despertó gracias a una picazón que sentía en la espalda. Quiso rascarse; no pudo mover los brazos. Ni las piernas. Ni el resto de su cuerpo. Alex estaba amarrado a un árbol tan grueso que cubría toda su espalda. Frente a él estaba Benji y entre los dos había una fogata. Alex se retorcía, buscando una forma de escapar. Era inútil. Los nudos estaban bien hechos.