Alex y Kate

Capítulo 20

Víctor salió del sótano gracias al juego de llaves de Esther. La sala se le hacía tan familiar, no había cambiado nada desde que la vio por última vez.

Víctor revisó la vasta colección de piezas cinematográficas de su tía. Las estanterías estaban repletas de espadas, armas falsas, naves espaciales, muñecos, e incluso un traje tamaño real de un Stormtrooper y una copia del guion original de Terminator 2: Judgment Day.

Víctor encontraba fascinante todo este museo, los curioseaba todos los días después de ir a clases, cuando aún era libre. No era un fanático de las películas, al menos no tanto como su tío, pero toda esta colección le parecía espectacular. Era un museo dedicado al cine, dónde cada pieza contaba una historia única del séptimo arte.

Víctor quería seguir mirando, pero se contuvo.

—Primero el trabajo — se dijo a sí mismo. En realidad, apenas cumpla su venganza lo primero que hará será ir a la caja fuerte y robarse todo el dinero. Luego se irá sin mirar a atrás.

Víctor subió por las escaleras en forma de espiral sin hacer ruido. No quería despertarlos. El corazón se le aceleraba al pensar en los rostros aterrorizados de sus tíos al ver el cañón de la escopeta. La imagen de sus tíos, con las cabezas agujereadas y las frazadas bañadas en sangre se le hacía las nítida. Víctor sonrió.

Pasó por las habitaciones de Kate y Sonia. Sonia había desaparecido hace tiempo, y apenas había mantenido una charla de cinco minutos con Kate en toda su estancia. Lo último que necesitaba era una testigo. Pensó en matarla…

—Primero el trabajo… — se repitió para enfocarse.

Una vez hayan muerto sus tíos matará a Kate. No sabía que alguien se le había adelantado (y que hasta ahora se arrepiente de haberlo hecho). Estaba harto de esa familia. Víctor vio a dos ratones cerca de sus pies. Ellos estaban parados en dos patitas. Miraban a su amigo con ojos ansiosos.

—¿Todo listo? — preguntó Víctor.

Ambos ratones asintieron al mismo tiempo. Víctor levantó el pulgar.

Mónica estaba sentada en su cama, nerviosa. Usaba un albornoz color rojo y tenía el cabello cubierto por una toalla. Se había dado una ducha para relajarse. No funcionó. Esther se estaba demorando demasiado. Mónica pensó que ella se había acobardado, que no lo había matado. O, peor aún, que Víctor haya conseguido…

Mónica negó con la cabeza varias veces, como si fuera un robot descompuesto. No quería pensar en eso. Trató de ver las cosas por el lado más amable, que Esther se haya largado significaba más dinero para ella.

Mónica se levantó de la cama y caminó al cajón más cercano. La mujer sentía que sus piernas estaban hechas de fideos a medio cocinar y creía que en cualquier momento fueran a sucumbir a su peso. Abrió el cajón. Dentro había varias botellitas de colores. Venenos. Junto a los venenos había una pequeña pistola.

No necesitaba a Esther. Ella misma iba a matar a su sobrino. Si pudo matar a su esposo, no tendría problema alguno en matar a su sobrino.

El estruendo de una patada hizo que Mónica soltara el arma. Víctor rompió la cerradura y dejó que la puerta se abriera sola. Ella vio horrorizada el rostro vengativo de su sobrino, una vena amarga y latente se dejaba ver en su frente. Tenía la boca ligeramente abierta, como si quisiera arrancarle uno de sus ojos de una mordida.

—¿Qué estás haciendo aquí? — preguntó Mónica tratando de hacerse la tonta. Ella sabía muy bien lo que estaba haciendo su sobrino.

—Aléjate del cajón — le ordenó Víctor.

Víctor había cambiado desde que lo vio por primera vez. Cabizbajo, incapaz de desobedecer una orden o de levantar la mano a la figura de autoridad de turno.

Ese Víctor desapareció. Ningún rastro de él quedaba en el hombre que tenía al frente. Ahora solo veía a un hombre rabioso que sostenía la escopeta de la familia, la misma que le había dado a Esther para matarlo.

No le fue muy difícil conectar los puntos.

Víctor no dejaba de apuntarla con el arma, sin bajar el cañón ni soltar el dedo del gatillo.

—He dicho que te alejes de ese cajón. ¡AHORA!

Víctor creyó haber escuchado unos ruidos. Estaba tan acostumbrado al silencio y al encierro que cualquier ruido extraño lo alarmaba.

Esto se debía principalmente a su estancia en el centro de rehabilitación. Se podía escuchar el aleteo de una mosca en sus pasillos. Era uno de los lugares más callados del mundo. Esto se debía a que los enfermeros (hombres musculosos y con tatuajes) les daban una paliza a cualquiera que hiciera el menor ruido.

A un interno le quitaron la habilidad de silbar al destrozarle la mandíbula.

Víctor miraba por la puerta destrozada. Mónica aprovechó la distracción para sacar el arma y apuntar a Víctor. Sus pies descalzos salieron de la cama y pisaron el suelo alfombrado.

Ella no fue la única que aprovechó las oportunidades.

Varias ratas salieron de debajo de la cama y le mordieron los dedos con ferocidad. Una de ellas le arrancó un pedazo tan generoso que se podría decir que le arrancó un dedo. Sus mordiscos dejaban marcas moradas en toda su piel.

Mónica chilló, de miedo y de dolor, al ver el mar de ratas en el suelo. Regresó a la seguridad de su cama y cambió de objetivo. Apuntó a las ratas. Disparó un par de veces y no le dio a ninguna.



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En el texto hay: ladron, humor negro, fantasmas y venganza

Editado: 10.08.2024

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