Alex y Kate caminaban por lo que parecían los pasillos de un hospital en ruinas. Kate abrazaba a Alex con fuerza. La chica estaba más pálida que de costumbre.
“Asustada” era la palabra más adecuada.
Abrazaba a Alex buscando confort; Alex no la alejaba. No quería admitir que también quería que confort, este lugar era muy aterrador.
Todas las puertas están abiertas.
—¿A cuál quieres entrar?
—Yo elegí antes, ¿Recuerdas al sujeto que se estuvo cogiendo la cabeza de una mujer?
—Lastimosamente si lo recuerdo.
Los zumbidos del único foco que funcionaba los hicieron gritar. El dúo aterrado entró a una de las habitaciones.
Sala de cirugía.
Las luces funcionaban mejor. La sala, alguna vez blanca y desinfectada, tenía las paredes manchadas de mierda y sangre seca. En el centro se veía a un cirujano abriendo a una persona sin anestesia, sacándole los órganos y comiéndoselos. A pesar de que el paciente tenía casi todos los órganos fuera seguía vivo y no dejaba de gritar.
—¿Doctor? — preguntó Kate con resequedad en la boca. Alex se cubrió la nariz. El olor de esa sala era nauseabundo. Carne podrida, sangre y muerte.
El doctor se dio la vuelta, le faltaban ambos ojos, pero podía ver perfectamente. Sonrió. Tenía colmillos.
—Excelente. Pacientes nuevos. Voy a preparar la camilla para ustedes.
Tocó la cabeza del paciente y este ardió en llamas. Sus chillidos de dolor se quedaron en los oídos de Alex y Kate. El cuerpo se quemó hasta convertirse en cenizas.
—Pueden pasar — les dijo el doctor.
—¡Salgamos de aquí! — gritó Alex.
Los dos salieron de la cabeza de Víctor y se escondieron detrás del cuadro genérico de un paisaje. Alex trataba de vomitar mientas Kate se puso en posición fetal y llamó a su mamá con la voz de una niña de cinco años.
—¿Qué tiene ese tipo en la cabeza?
—Nunca más voy a meterme en la cabeza de nadie. Jamás — exclamó Kate sin dejar de temblar.
Kate abrazo a Alex buscando consuelo; él la abrazó de vuelta. También quería lo mismo. Estuvieron así por cinco minutos hasta que se calmaron.
—¿Qué hacemos ahora? — preguntó Alex mientras vigilaba a Víctor. Este seguía durmiendo tranquilo —. La operación “Dulces sueños” está cancelada para siempre.
—Para siempre — respondió Kate -. Tengo una idea.
Alex suspiró.
—Te escucho.
Víctor durmió por más de doce horas en un hotel en Curahuasi, el mismo lugar donde se había hospedado/escondido Alex. La cama era cómoda y el ambiente, acogedor. Sus heridas sanaron y se sentía mejor que nunca. Soñó con su primera noche de libertad. Tenía suficiente dinero para medicamentos; prefirió robarlas y matar al dependiente de un disparo en la cabeza. Le generó mucha emoción. Su cuerpo expulsó adrenalina.
Le gustaba cuando eso pasaba. La euforia que producía el matar a alguien era mejor que cualquier droga.
Eso fue hace una semana.
El despertador sonó a las cuatro de la mañana; Víctor se levantó, tenía que madrugar. Sacó el maletín de debajo de la cama. La cerradura estaba rota porque lo abrió como una roca. Se sentía como el hombre más afortunado del mundo cuando veía el dinero.
—¿Ese desgraciado robó un banco o qué? — se preguntó a sí mismo. Era una pregunta que no tenía respuesta porque el que la tenía estaba muerto.
Encendió la luz y fue al baño para tomar una ducha, lavarse los dientes y cortarse las uñas. Alex y Kate estaban sentados encima del televisor, decepcionados. Estuvieron trabajando toda la noche y no se dio cuenta el muy desagradecido.
Las paredes estaban repletas de escritos que decían:
“VENDREMOS POR TI”; “LO MEJOR QUE PODRÁS HACER SERÁ MATARTE PORQUE CUANDO TE ENCONTREMOS SUFRIRÁS, Y SUFRIRÁS MUCHO”; “NOS COMEREMOS TU CORAZÓN, NOS BAÑAREMOS EN TU SANGRE Y TE CORTAREMOS LA CABEZA SI NO TE PEGAS UN TIRO EN UNAS HORAS.”
Todo sumado con dibujos de cabezas decapitadas (con “X” en lugar de ojos), cadáveres de palitos y distintos dibujos difíciles de identificar.
Víctor salió del baño y vio todas las escrituras retorcidas. Bostezó. Esnifo un poco de cocaína y perdió el interés.
—Malditos chiquillos — dijo sin ganas.
Voy a matar a un niño al azar por esto, pensó.
Salió de su cuarto levantando su pie para no pisar el cadáver del campesino. Otro cuerpo más lo acompañaba, su esposa. Todas las habitaciones del hotel tenían las puertas abiertas. La mayoría de los huéspedes “dormían” en sus camas pacíficamente. Llegó a la recepción y vio a la recepcionista, que tenía una permanente expresión de sorpresa en su rostro agujereado. Sacó las llaves de su bolsillo y quitó las cadenas de la puerta.
Víctor se subió a su auto y se fue. Ahora manejaba un auto azul de segunda mano. Por mucho que le gustase, se tuvo que deshacer del descapotable rojo para no llamar la atención.
Desde que asesinó a su tía, a Esther y a Alex; Víctor se volvió adicto a matar, y cada vez que tenía la oportunidad saciaba su adicción. Iba a los hoteles y las posadas y asesinaba a cualquiera que se pusiera en su camino. Siempre se reía con cada matanza. Apenas terminaba se iba a dormir. Dormía como un bebé.