Alexander Bojabich

1. Llegada al muelle

—¡Señores, bienvenidos de vuelta a Veng! —exclamó el capitán, con una gran sonrisa de oreja a oreja.

Desde la embarcación ya era fácil notar las torres desgastadas del pueblo. Corrí a mi habitación para despertar a Huijh y recoger nuestras cosas.

—¡Huijh! —le grité, apurado—. Levántate, hermano, que hemos llegado.

Huijh notó mi emoción y se preparó para abandonar el barco lo más rápido posible. Después de una extensa búsqueda del libro de los Billasd, por fin habíamos vuelto a casa.

La embarcación se acercaba al muelle mientras yo terminaba de empacar. Estaba tan feliz que lo único en lo que pensaba era en llegar a descansar. En este viaje comprendí muchas cosas. Aprendí a controlar mejor mi magia y a manejar mis emociones en situaciones estresantes. Realmente se me hizo complicado…

Salí de la habitación caminando de manera contenida, pero con el corazón emocionado.

Por fin el barco se había detenido.

Descendí al muelle junto a Huijh, que me acompañaba en silencio. Caminamos un poco por el pueblo; no notamos ningún cambio. Seguía siendo un lugar sencillo.

Llegamos hasta la puerta de mi casa y, al tocar, escuché su voz.

—¡¿Sí?! —preguntó mi madre.

Toqué de nuevo y, esta vez, la puerta se abrió.

Mi madre corrió a abrazarme mientras repetía cuánto me había extrañado.

—¿Cómo te fue, mi niño? —preguntó con curiosidad.

—Pues… no tuvimos el resultado esperado en nuestra misión. Tratamos de hacer lo mejor que pudimos —le respondí, insatisfecho.

Mi madre notó una herida en mi pierna. Me preguntó qué me había pasado, y le respondí que fue durante una batalla contra un ciempiés gigante.

Ella se levantó, se lavó las manos y volvió hacia mí. Agarró mi pierna con suavidad e invocó una especie de hechizo que, para ser honesto, no entendí y me dio un poco de miedo.

Cuando terminó, retiró sus manos de mi herida. Al mirarla, estaba completamente curada.

Mi madre adoptiva era la Elfa Maestra, un tipo de elfa con poderes curativos y dominio de la magia.

Me sentí mejor, porque ya estaba en mi hogar, el único lugar que me hacía olvidar lo cruel que podía ser el mundo. Subí a mi habitación para ponerme cómodo.

Al llegar, me recosté en mi cama mirando hacia el tejado. Hacía un frío intenso en el pueblo. Dormí de inmediato; estaba agotado después de cinco meses de navegación. Había esperado este momento durante mucho tiempo.

Debo admitir que aprendí muchas cosas en aquel viaje: a controlar mi temperamento, a realizar hechizos que me mostró el capitán y a practicar meditación profunda. No fue en vano.

Cerré mis ojos y dormí la eterna noche.

Al llegar la mañana, desperté de un brinco; Huijh me esperaba en el piso de abajo. Cambié mi vestimenta y bajé.

—Te estaba esperando —me dijo Huijh mientras permanecía sentado.

—Perdóname, amigo. Se me olvido que nos veríamos hoy.

Íbamos a ver a Hall; tenía que informarnos de algo muy importante.

Al salir de casa, vimos algo que no habíamos notado antes. Me resultó extraño ver una estructura nueva. Parecía una especie de escuela. Nos desviamos para investigar aquella novedad.

Caminamos rápido; la curiosidad nos mataba. Llegamos al edificio y buscamos la entrada. Al entrar, notamos una construcción preciosa; aquello que veíamos parecía el Olimpo. Exploramos nuestro entorno, buscando objetos que nos resultaran interesantes.

Mientras caminábamos, observamos muchos símbolos que reflejaban la hechicería.

—¿Crees que deberíamos irnos? —preguntó perplejo Huijh.

—No, sigamos explorando. Este sitio se me hace muy familiar —le respondí.

—¿Familiar? —preguntó confundido—. Acabamos de entrar. No sabemos en qué lugar o sala estamos. No conocemos a nadie aquí.

—Relájate, Huijh. Solo estamos investigando. El lugar es nuevo… imagina que aprendamos algo.

Miré sorprendido un salón lleno de libros. Mis ojos brillaron al verlos. Corrí hacia ellos. Los observé con emoción, como si nunca antes hubiera visto un libro. Pero comprendía mi reacción: eran libros de magia y hechicería avanzada, objetos que en el pueblo no existían.

Tomé uno y me acomodé en un espacio abierto. El libro levitaba ante mí. Coloqué una hoja al azar frente a mis ojos y, siguiendo todos los movimientos descritos, logré realizar un hechizo. Pude controlar la velocidad y el tiempo.

—¡Ey! —gritó alguien.

Huijh se escondió tras las estanterías, dejándome solo en medio del hechizo. Yo estaba sorprendido por lo que acababa de hacer.

—¿Quién eres? —preguntó la persona que había gritado.

—Le ofrezco una disculpa. Todo fue culpa mía —respondí nervioso.

—Espera, relájate. Dime… ¿cómo hiciste eso? —preguntó con sorpresa en el rostro.

—Solo seguí los pasos del libro. No tocamos nada más.




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