Alexander Bojabich

3. Ecos corruptos

Seguía hipnotizado en los ojos miel de Alma. Ella era como un poema sin letras, era algo mágico… El aire danzaba entre su cintura, no podía mantener mi mente clara.

Pero el momento se quebró rápidamente.

—¡Alexander! ¡Profesor Alfin! —gritó una voz desde el pasillo, corriendo con pasos de gravedad.

La puerta se abrió de golpe y Huijh irrumpió con el rostro pálido y los ojos desorbitados.

—¡Tienen que venir! ¡Ahora! Uno de los aprendices… está… ¡algo está mal!

—¿Qué sucede? —preguntó Alfin, ya caminando con firmeza hacia él.

—Un chico, intentó leer uno de los libros sellados en un sótano… ¡y el libro lo abrió! Pero no como tú, Alexander. Lo abrió… y la salió magia oscura dentro de él. Salió disparada hacia el suelo.

—¿Hasta el suelo…? —murmuró Alma.

Alfin se detuvo un segundo y murmuró algo en un idioma antiguo.

—No puede ser. El libro de Silver.

—¿Qué hacemos? —pregunté un poco nervioso.

Alfin me miró fijamente.

—Vamos al sótano. Dijo Alfin dirigiéndose a la puerta.

Alma asintió, ya caminando tras Alfin.

Mas maestros de magia estaban fuera intentando saber que había pasado.

—El viento está inquieto —dijo Alma en voz baja.

Sin más palabras, corrimos por los pasillos, con Huijh guiándonos al centro del desastre. Lo que nos esperaba… no era solo magia descontrolada.

Llegamos rápidamente mediante unas escaleras. Había mucho ruido por lo sucedido.

—Es aquí —dijo Huijh, apurado, señalando una sala poco iluminada.

Las antorchas de las paredes parpadeaban débilmente, como si algo más fuerte las estuviera apagando desde dentro. En cada paso, el aire se volvía más pesado… y más frío.

Al llegar, vimos a un grupo de chicos reunidos. Hablaban entre ellos, confundidos, algunos heridos, otros simplemente paralizados. Nos apartaron el paso al ver llegar a Alfin.

—El chico sigue ahí —dijo una chica de túnica roja—. Está atrapado… pero no sabemos si por su culpa, o por la del libro.

—Nadie debió tocar ese libro —murmuró Alfin, apretando los dientes—. El de Silver nunca debió abrirse.

Al asomarnos, entendimos por qué estaban tan tensos.

El lugar estaba completamente alterado. Donde antes había piedra firme, ahora se extendía un suelo resquebrajado, como si algo lo hubiese drenado desde dentro.

El estudiante, un chico joven de cabello oscuro, temblaba en medio de todo.

—¿Qué hacemos? —pregunté, mirando a Alfin.

Él observó con atención por unos segundos, midiendo el daño. Luego habló con firmeza:

—Tenemos que dividirnos. No hay tiempo.

Me miró directamente.

—Alexander, ve por ahí, si ves un tipo de nube negra me llamas tengo que ir donde el principal.

—¿Y nosotros? —preguntó Huijh, que empezaba a preocuparse de verdad.

—Alma y tú bajarán al nivel inferior, por el acceso de al lado. Hay un canal mágico que alimenta este sótano. Si no lo sellamos, la corrupción va a seguir extendiéndose.

—¿Qué tan peligroso es eso? —preguntó Huijh con seriedad.

—Mucho —respondió Alma con un tono sereno—. Pero el viento nos guiará. No se preocupen.

Yo los miré una última vez, sabiendo que no era una situación cualquiera.

—Nos vemos pronto —dije.

—Eso espero —respondió Huijh—. Y esta vez guarda los hechizos raros para cuando esté presente.

Sonreí. Pero no duró mucho.

Al cruzar la entrada del sótano, camine hasta unos baños para ver si había algún tipo de actividad fuera de lo común.

Camine más por los pasillos, preparado para cualquier cosa.

Una voz, lejana pero clara, se filtró entre las paredes.

No venía de ningún lugar… y de todos a la vez.

—Nunca debiste nacer…

Me quedé quieto.

—Tú… eres un error. Un capricho de la magia. Una aberración.

Las palabras no eran gritos. Eran ecos, susurros antiguos que atravesaban las capas del tiempo y mi propia mente.

—¿Quién está ahí? —pregunté, alzando la voz, aunque sonara más temerosa de lo que esperaba.

—No eres humano. No eres elfo. No eres nada.

Tú eres una grieta. Una malformación del equilibrio.

Cerré los puños. Sentía el peso de esas palabras hundiéndose en mis hombros. Pero di un paso adelante.

—¡Muéstrate! — Grite invocando un hechizo para ver espíritus.

Y entonces… lo vi.

De un espejo agrietado, salió una figura lentamente, como si el cristal fuera agua. Una silueta alta, elegante, de túnica negra cubierta de inscripciones vivas que se movían como venas. Su rostro no era del todo humano. Tenía ojos completamente verdes, vacíos. Piel casi blanca, como pergamino antiguo. Cada paso que daba hacía temblar la pared.




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