Alexander Bojabich

4. Mision Valdoria

El salón quedó en silencio. Ni el viento osaba colarse por las grietas.

Los nombres que el principal acababa de pronunciar pesaban más que cualquier hechizo.

Zedrick. Cedra. Mourth.

No eran simples hechiceros.

Eran leyendas. O al menos eso creíamos… hasta ahora.

—¿Estás diciendo que hay más como él? —pregunté, sin poder ocultar el asombro.

El principal y Alfin asintieron, cruzando los brazos.

—No solo eso. Silver no actuará solo. Si ha regresado, es porque algo lo despertó. Y eso mismo podría abrir las puertas para los demás.

—¿Zedrick… Cedra… y Mourth están vivos? —dijo Huijh, con una mezcla de asombro y preocupación.

El profesor Alfin nos dijo que salgamos a ver cómo está el pueblo y que regresemos luego.

Llegamos a la salida de la escuela, las puertas se cerraron detrás de nosotros con un suave estruendo. Era la primera vez en días que no sentía la presión constante de la energía arcana en cada rincón. Afuera, el viento era real. El aire sabía a polvo de camino y hojas recién agitadas.

Me era difícil pensar que este era el primer día de escuela.

—Al fin aire limpio —dijo Huijh, respirando profundamente—. Aunque… no sé si decir "limpio" es correcto.

Alcé la mirada al cielo.

Note grietas moradas en el cielo.

Como cicatrices en el mar celeste. Fracturas brillantes que serpenteaban entre las nubes como relámpagos detenidos en el tiempo. Algunas palpitaban con tonos oscuros, otras simplemente colgaban como si el cielo mismo estuviera por romperse en pedazos.

—Eso no estaba así antes… —murmuró Alma a mi lado, con los ojos entrecerrados.

—¿Y si se siguen abriendo? —pregunté, sin esperar respuesta. Respuesta que no recibí.

Caminamos por un camino de piedra que cruzaba la pradera cercana. Cada paso nos alejaba de la seguridad de la escuela y nos acercaba más al mundo real… uno que ya no era el mismo.

Alma caminaba a mi lado. Sus pasos eran suaves, casi flotaban. El viento parecía respetarla, girar en torno a su cintura como un escudo invisible. Sus ojos miel se paseaban por el horizonte, atentos a cada pequeño cambio, a cada temblor del aire.

—¿Te molesta todo esto? —le pregunté, sin mirarla directamente.

—¿Molestarme? —repitió, pensativa—. No. Me inquieta. Me duele... un poco. El viento habla diferente ahora. Ya no canta. Ahora… susurra como si temiera lo que viene.

Guardé silencio unos segundos.

—Me alegra que estés con nosotros —dije, al fin.

Ella me miró, curiosa.

—¿Por qué?

—Porque contigo… todo es más real. Más… mágico. No sé. Me haces recordar que hay cosas bonitas en medio del desastre.

Alma sonrió. Una de esas sonrisas sinceras que no se ven todos los días.

—No sé si eso fue coqueto o hermoso.

—Ambas —dije, riendo.

Huijh, que caminaba unos pasos adelante, giró la cabeza con gesto burlón.

—Ey, ey, si se van a enamorar, háganlo después de que el mundo deje de partirse en pedazos, ¿sí?

—Cállate, Huijh —respondimos los dos al mismo tiempo.

—Está bien, pero comportesen al margen por lo menos—. Dijo con burla.

Seguimos caminando.

A lo lejos, sobre una colina, una de las grietas del cielo empezó a sangrar luz púrpura, como si algo al otro lado estuviera buscando entrar. Alma se detuvo y apretó mi brazo con fuerza.

—¿Eso es… magia corrupta?

—Sí —dije—. Silver está moviéndose.

—¿Crees que su intención es… destruirlo todo?

—No. Quiere gobernar. Él no busca caos por caos. Quiere un orden… pero hecho a su imagen.

Uno donde la hechicería corrupta mande. Donde no exista bondad… solo poder.

Alma bajó la mirada.

—Entonces tenemos que impedirlo. No solo por Valdoria… sino por todos los mundos que aún no han sido tocados.

Regresamos a la escuela de magia para avisar al profesor Alfin de los hechos que estaban sucediendo.

Tuvimos que pasar por el pueblo. Todos los habitantes estaban fuera de sus hogares, tratando de entender lo que pasaba.

Las puertas se abrieron ante nuestra presencia al llegar.

Los pasillos estaban más silenciosos. Algunos aprendices miraban desde las escaleras. Había curiosidad y miedo en sus rostros.

Huijh caminaba con la camiseta un poco mojada. Alma, a mi lado, mantenía la mano cerca de su arena elemental. Por ahora, yo solo pensaba en intentar saber a fondo que estaba pasando.

Lo hallamos en el salón astral del principal, frente al enorme mural donde las estrellas de Valdoria posaban.

—Profesor Alfin —dije, con voz firme.




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