Alexander Bojabich

7. Marca del destino

El combate había estallado en todos los frentes. Huijh luchaba contra Mourth, esquivando cortes imposibles mientras lanzaba ráfagas de fuego para mantenerlo a raya. Alma, envuelta en corrientes de aire cortante, intentaba bloquear los rayos corruptos de Zedrick, sus muros de viento deshaciéndose bajo la presión. Y los hechiceros de otras regiones ayudándolos como podían.

Yo me abrí paso hacia Silver, sintiendo cómo cada paso era más pesado que el anterior, como si la corrupción misma quisiera encadenarme al suelo. Cuando llegué a unos metros, él simplemente me miró y sonrió.

—Vienes a morir antes de tiempo. Qué noble.

No tuve tiempo de responder. Silver desapareció de mi vista y, en un parpadeo, sentí su puño hundirse en mi estómago. El aire se me escapó en un jadeo seco, y antes de recuperar el equilibrio, una patada me lanzó contra una columna derrumbada. El impacto me hizo escupir sangre.

—Eres rápido… pero no suficiente.

Traté de reincorporarme, conjurando un círculo de energía dorada frente a mí, pero Silver lo atravesó con una mano envuelta en sombras y me agarró por la garganta. Me levantó como si fuera un niño, sus dedos presionando con una fuerza que quemaba.

—No tienes idea de lo que enfrentas, Alexander.

Su voz se filtraba dentro de mi cabeza como un veneno. Me arrojó al suelo con tanta fuerza que la piedra se agrietó bajo mi espalda.

Pero esta vez, no esperé. Me levanté con un impulso y dibujé en el aire tres runas de ataque rápido. La energía explotó en una ráfaga que golpeó a Silver directamente en el pecho, empujándolo varios metros hacia atrás. No se detuvo, pero sí retrocedió.

—Interesante… —murmuró, limpiándose el polvo del hombro—. Por fin muestras los dientes.

Apreté los puños, sintiendo la magia fluir como un torrente.

—Esto apenas empieza.

Me lancé contra él, esta vez más rápido, encadenando ataques de luz y fuego que lo obligaron a bloquear y retroceder. Varias explosiones iluminaron el campo de batalla, levantando columnas de humo. Sin embargo, cuando el aire se despejó, él seguía de pie… y sonriendo.

Silver se movió tan rápido que apenas vi el destello púrpura antes de sentir su puño estrellarse contra mi mandíbula. El golpe me hizo girar en el aire, y caí rodando entre los restos de una casa derrumbada. El mundo me daba vueltas, pero mi cuerpo reaccionó antes que mi mente.

Me puse de rodillas justo cuando una lanza de sombras perforó el lugar donde había estado mi cabeza. Me lancé hacia un lado, invocando una barrera circular que absorbió el siguiente impacto, pero se agrietó al instante bajo su fuerza.

—Eres resistente —admitió Silver mientras caminaba hacia mí—. Me gusta romper cosas resistentes.

Me lanzó una ráfaga de proyectiles oscuros. Levanté las manos y canalicé un hechizo de luz continua, un haz dorado que los desintegró uno a uno, pero no vi que él ya había cerrado la distancia. Su rodillazo me hundió el pecho. Sentí que mis costillas crujían.

La sangre me llenó la boca, pero no solté el grito. Aproveché el momento para colocar mi mano sobre su hombro y recitar a toda velocidad un hechizo de descarga. Una explosión de energía pura lo lanzó hacia atrás, arrancando piedras del suelo y rompiendo una pared.

—No… me… vas… a… quebrar —escupí, poniéndome en pie.

Silver emergió del humo, sonriendo con una expresión de hambre.

—Eso es lo que quería escuchar.

El siguiente intercambio fue brutal. Él atacaba con ráfagas de velocidad imposible, yo respondía con contraconjuros y golpes dirigidos a sus puntos ciegos. El aire se llenó de luz y sombra chocando, cada impacto enviando ondas de energía que hacían temblar el suelo.

En un momento, su espada de energía corrupta rozó mi mejilla, quemándola al instante. El dolor me nubló la vista, pero no retrocedí. Aproveché un descuido y lancé una cadena de fuego azul que se envolvió en torno a su brazo, quemando incluso la corrupción.

Él gruñó, por primera vez molesto.

—No sabes cuándo rendirte.

—Tienes razón —dije, limpiándome la sangre del rostro—. No lo sé.

Y volví a cargar, sin darme tiempo a pensar, solo a golpear.

El choque de luz y sombra había dejado el suelo lleno de cráteres y grietas ardientes. Alma, que hasta ahora había mantenido a raya a Zedrick con muros de viento, fue sorprendida por un corte invisible que le atravesó el hombro. El semidiós corrupto aprovechó la distracción para desatar una ráfaga de energía negra que destrozó su defensa, lanzándola contra los restos de un muro.

—¡Alma! —grité.

Ella intentaba levantarse, pero una cadena oscura surgía del suelo, enroscándose en su pierna y tirando de ella hacia una grieta. Su rostro reflejaba el miedo y el dolor.

No lo pensé. Rompí mi guardia y corrí hacia ella, atravesando el campo de batalla con hechizos defensivos apenas improvisados. Pero justo cuando iba a alcanzarla, una sombra gigantesca se proyectó frente a mí.

Silver.

Su mano golpeó mi pecho con una fuerza que no parecía física. No hubo sangre… pero sentí que todo mi cuerpo se apagaba. Mis piernas fallaron, y caí de rodillas. El mundo se volvió lento, mis manos temblaban y apenas podía respirar.




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