Alexander Bojabich

8. La caida de Silver

Silver alzó la mano, y el rayo corrupto se disparó directo hacia mi pecho.

En el último instante, un destello de fuego cruzó frente a mí. Huijh.

—¡NO! —grité.

El rayo lo atravesó de lado a lado, y un grito ahogado salió de su garganta. La energía negra devoró sus venas, oscureciendo su piel desde el punto de impacto. Sus rodillas cedieron, pero se mantuvo de pie, interponiéndose entre Silver y yo.

—Eres… un maldito… —escupió sangre, mirándolo con furia—. No… lo… tocas…

Silver lo observó un segundo, con esa sonrisa fría que nunca se borraba.

—Admirable… pero inútil.

Apretó su puño, y la corrupción se expandió dentro de Huijh. Yo trataba de moverme, de romper las cadenas mágicas, pero era como intentar desgarrar acero con las manos.

Huijh me miró, apenas consciente, con una media sonrisa.

—Hermano… te… te… quiero…

Su cuerpo se arqueó una última vez antes de desplomarse frente a mí, sin vida, su mano aún extendida como si quisiera seguir protegiéndome incluso en la muerte.

Silver retiró la mirada, como si no fuera más que un estorbo quitado del camino.

—Uno menos.

Yo sentí algo romperse dentro de mí… y no fue magia. Fue todo.

La mano de Huijh, aún tibia, se me escapó entre los dedos. Seguía de rodillas, sintiendo cómo todo lo que me mantenía firme se derrumbaba. Mi respiración se volvió entrecortada, y las lágrimas comenzaron a caer sin control, mezclándose con el polvo y la sangre del campo de batalla.

—Huijh… —susurré, mi voz quebrada—. No…

El mundo se apagó a mi alrededor. Los gritos, el choque de magia, el rugido de las bestias… todo se volvió un eco distante. Solo quedaba ese vacío insoportable y la certeza de que no podía volver atrás.

Fue entonces cuando lo sentí.

Un calor comenzó a arder en mi pecho, subiendo por mi garganta hasta mis ojos. El libro de Therzäl, colgado aún a mi costado, vibraba como un corazón ajeno, y algo dentro de mí se sincronizó con él. No era solo magia… era una fusión.

Mis lágrimas brillaron, y mis pupilas se incendiaron en un dorado intenso, tan luminoso que incluso Silver dejó de sonreír por un instante. Una ráfaga de energía pura recorrió mi cuerpo, rompiendo las cadenas invisibles y levantando una onda expansiva que hizo retroceder a todos los presentes.

Me puse de pie.

—No… vas… a tocar a nadie más —dije, mi voz resonando con un eco que no era solo mío.

Silver recuperó su sonrisa y dio un paso al frente.

—Así que… ahí estás. El verdadero Alexander. Veamos cuánto duras.

Se movió primero, una sombra a velocidad imposible, y su espada corrupta buscó mi cuello. Pero esta vez la detuve con una mano desnuda. La hoja vibró, intentando perforar mi piel, pero no logró más que chispas.

Con la otra mano, lancé un golpe directo a su pecho. La explosión de luz dorada lo envió volando varios metros, estrellándolo contra el suelo y dejando un cráter humeante.

Silver se incorporó lentamente, riendo.

—Esto… sí que es interesante.

Su contraataque fue brutal. Columnas de magia corrupta emergieron del suelo, cadenas negras intentaron aprisionarme, y el cielo mismo se abrió con relámpagos púrpura. Yo respondía con ráfagas doradas que cortaban su oscuridad como cuchillas, con escudos que se regeneraban antes de romperse, con movimientos que no sabía que podía hacer.

Cada choque era un estallido que hacía temblar Valdoria. Los suelos se fragmentaban, los muros se derrumbaban, y la batalla se convirtió en un torbellino de luz contra sombra.

Silver lanzó una ola de destrucción que habría arrasado medio pueblo… pero la absorbí, sintiendo su poder desintegrarse en mis manos.

—No eres invencible, Silver… —le dije, avanzando paso a paso—. Y ahora lo sabes.

Por primera vez, vi algo en sus ojos que no era burla. Era… cautela.

Silver se movía cada vez más lento frente a mí. Cada golpe que le daba no solo lo dañaba físicamente, sino que deshacía capas enteras de corrupción que lo envolvían. Un corte de luz dorada abrió su hombro izquierdo, y un segundo impacto lo arrodilló.

—¿Dónde quedó tu arrogancia? —le pregunté, mi voz tan fría como el acero.

Le sujeté por el cuello y lo arrastré contra el suelo, dejando un surco ardiente mientras sus uñas raspaban la tierra. Lo lancé hacia el aire y lo recibí con un rayo de energía directa al pecho, que lo envió contra una torre en ruinas.

El polvo aún no se asentaba cuando caminé hacia él, decidido a terminarlo. Pero entonces… lo escuché murmurar.

No era un idioma que conociera, pero cada sílaba me quemaba los oídos. Las runas púrpuras empezaron a dibujarse en el aire, más y más, hasta formar un círculo tan grande que abarcaba todo el cielo sobre nosotros.

—Alexander… —sonrió, sangrando por la boca—. Creíste que habías visto mi verdadero poder…

El círculo explotó en un pilar de energía oscura que lo envolvió por completo. La tierra tembló, el aire se volvió pesado, y cuando la luz corrupta se disipó… Silver estaba cambiado. Más alto, su cuerpo cubierto por una armadura orgánica de sombras, sus ojos ardiendo como brasas negras.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.