El cielo rugió, sus ojos se apagaron y por fin los gritos se dejaron de escuchar. La dejé caer al piso, sin vida. Escuchando como su cabeza rebotaba contra el frio y mojado pavimento.
La lluvia siguió empapándole la poca ropa que ocupaba y su delicado cuerpo, algunos cabellos le cruzaban el rostro simulando cortadas.
La muerte, a mi lado, sonrió con placer. Tendría que tachar otro nombre de su lista.
—¡Belial! —alzamos la cara y ambos vimos como Ivory, mi demonio personal, corría hacia nosotros. Conforme salía del portal iba tomando forma humana: una pelinegra de ojos verdes, piel bronceada y escultural cuerpo.
—Te...—llegó frente a mí, jadeando agitada —...están buscando
—¿Quién? —pregunté, extendiendo las manos para que la lluvia terminara de quitar la sangre de ellas.
—Lucifer
Mi padre, si, ese del que todos hablan, el ángel caído.
Tomé por los pies a la mujer y la acomodé completamente bocarriba para después silbarle a mi perro de tres cabezas, cerbero. Quién estaba sentado al lado de Muerte, observando la escena, esperando por su cena, se abalanzó sobre la mujer desgarrándole el torso para devorar sus entrañas. —Buen chico—le palmeé el hocico.
—Íremos, dense prisa— caminamos rápido desvaneciéndonos poco a poco para bajar al infierno, a casa. Saliendo de aquella deshuesadora de autos que ya nadie visita.
Los gritos, las llamas y el calor nos reciben. Caminamos por el puente de las almas perdidas y atravesamos el pequeño jardín de las flores marchitas de había cosechado mamá. Todo sigue igual, el cielo naranja y los castillos de mármol de los demás demonios importantes alrededor del de la familia, el único de piedra oscura adornado con obsidiana. Pronto llegamos hasta el castillo familiar, los guardias me hacen reverencia y abren la gran puerta, entramos a paso lento y veo un gran séquito de legiones recibiendo ordenes de mi padre.
Como siempre.
La puerta se cierra tras de mí y en ese momento todos callan y giran las cabezas a ver. Miles de ojos negros iguales a los míos se clavan en nosotros y de inmediato hacen reverencia. Los ignoro y sigo caminando hasta la plataforma donde se encuentran los tronos y tomo asiento en el mío. La corona negra que nos distingue hace su aparición en mi cabeza. Le hago seña a mi padre para que continúe hablando y él vuelve a lo suyo.
Siete tronos, siete coronas y solo dos ocupadas además del mío. Dos son más altos que los otros cuatro. Uno es donde se supone debería ir mi madre que seguramente está en el cielo guardando la calma mientras nosotros nos la arreglamos solos. El otro es donde mi padre está sentado con pierna cruzada mandando y ordenando a sus legiones dar pelea, y a su lado, de pie, Adramelech, el demonio más longevo de la historia, el primer residente del infierno, el anterior guardián, él fue quien me enseño algunos trucos, digamos que es algo así como mi abuelo paterno.
En los otros deberían estar mis hermanos; Killdrem, Galia y Jake pero por ahora solo estamos Asmodeus y yo. Asmodeus es el único idiota que cree que tendrá recompensa por salvar nuestro patrimonio. No sé qué espera si sabe lo que obtendrá: larga lista de espera para recibir algo por parte de nuestro padre.
Yo solo quiero acabar lo más pronto posible para regresar a casa y desangrar a quién se me ponga enfrente.
Así que me recargo en el respaldo, me apoyo en la posa brazos, estiro los pies y que el mundo gire.
—Pensé que no vendrías—susurra mi hermano y no hago más que voltear los ojos hacia él. Sigue viendo al frente, inclinado ligeramente hacia mi lado.
—¿Dónde están los demás? —murmuro. No queremos interrumpir a Lucifer, se pondría gruñón.
—En lo suyo—ruedo los ojos. Me acomodo de nuevo.
Bufo. Vuelve a su posición. Observo con atención a todos. Mismos soldados, mismas armaduras plateadas, mismas expresiones vacías y mismas figuras sombrías. De repente todos voltean, incluso mi padre.
—Tu presencia es necesaria aquí, puesto que se han unido ejércitos en nuestra contra y lo peor es que planean arrebatarnos el trono.
—Mi deber es custodiar las entradas, no cuidar de ustedes
—No me has entendido, quieren derogar nuestra existencia para quedarse con los tronos
—Es imposible, las puertas están selladas— comento irguiéndome en el lugar, cruzando los brazos y relajando la postura, volviendo a esa pose chulesca despreocupada de siempre.
—Han abierto nuevas y han empezado a atacar reinos, tus hermanos están reteniéndolos lo más que pueden, ya hemos mandado por ayuda...pero no nos damos abasto, tienes que ayudar
—Estoy esperando por toda la información. —mi padre suspira y ordena a todos abrir paso a los reinos aledaños dando por iniciada la reunión.
—Ahí vienen
Veo como las grandes puertas se vuelve a abrir.
Muerte llega a mi lado, susurra algo en mi oído y yo solo puedo esperar por mas información para el ataque.
Primero entran los demonios de mayor jerarquía. Entra la malcriada Allaton con almas afligidas encadenadas de pies y manos, los arrastra tirando de sus cadenas detrás de ella. Lamo mis labios, me encanta el sufrimiento que emanan. Ella clava sus ojos violetas en mí, me sonríe, pero no me importa, no está a mi nivel, es solo una demonio "importante" solo porque heredó el lugar de su padre asesinado por humanos. Después sigue Bilé, un demonio cambia formas, detrás de él vienen sus legiones cargando un ropaje hecho de piel humana. Sigue Elerie con su ejército de demonios con forma de vikingos que desprenden hierro incandescente.
—Todos con sus entradas triunfantes y tú solo entraste como cualquier cosa — murmura con burla a mi lado, Asmodeus. Ruedo los ojos.
—Yo no doy circo
Mi sangre hierve cuando veo entrar a dos Diosas de la guerra. Morrigan y Atenea hacen que todos observen sus majestuosas apariciones. Mi estómago se revuelve.
—Qué es esto, yo soy suficiente para terminar con lo que sea que nos quiere destronar. —aprieto mis puños. Miro furioso a Lucifer.