Alexander. Crónicas Del Soldado Del Infierno (completa)

Capitulo 6. Nieve en rojo

        

—¿Ven? No existe —les dice un chico rubio a dos pelinegros. No pasan de los quince y ya juegan con fuego ¿eh?

—Sí, es una farsa —añade uno de los pelinegros.

¿Qué no existo? Solo di mi nombre. Déjame entrar.

—Es imposible, lo saque del libro prohibido, me lo vendieron muy caro —argumenta el ultimo muchacho sosteniendo unas hojas con texto en diminutas letras.

—Lo siento Billy, te timaron, vámonos —el chico rubio le palmea el hombro.

—No puede ser— ahora luce decepcionado.

—Vámonos—dice el rubio. Alejan la tabla de la ouija de sus cuerpos y se levantan.

—Belial, eres una farsa —bota al piso una mochila de escuela y sigue a sus amigos a la salida de la casa en construcción.

Sonrío de lado, alzo el mentón, orgulloso. Poco a poco las personas me van nombrando con más frecuencia.

¿Estás seguro Billy? —murmuro en su mente. Detiene su paso, asustado, se ha puesto pálido.

Lamo mis labios, su miedo es grandioso.

Bajo del techo en un salto. Lo sigo sin dejarme ver. Se despide de sus amigos y entra a su casa.

No escucho a nadie.

—Hola Billy— cierro el pestillo de la puerta. Me dejo ver en mi forma humana. Él grita y corre escaleras arriba.

Subo a paso lento, escucho su agitada respiración y unos rápidos latidos de corazón. Sonrío de lado.

— ¿No me vas a saludar? Muchacho mal educado— digo burlón.

Sus palpitaciones se vuelven más rápidas. Camino tranquilo hasta la habitación. La puerta está cerrada con seguro. Giro y giro la perilla, pero esta no abre.

—Billy, abre —canturreo.

Retrocedo unos pasos y le pego una patada a la puerta. Esta cae haciendo escándalo. Un adolescente sudoroso me recibe con un bate en alto. Agito la mano y riéndome lo lanzo por los aires. Cuando cae en el mueble, este se rompe en trozos y él, grita.

Voy hasta él y lo tomo de la playera alzándolo a su altura.

—Pero si fuiste tú quien me invocó— le digo con burla y mirada divertida — ¿creías que era un juego? —me mira poniéndose pálido. Su cuerpo tiembla. Su rostro está dañado por las astillas del mueble. Balbuceaba —la ouija parece algo divertido, pero invocaste al demonio equivocado. —me acerco a su rostro y murmuro —no hubieras dicho mi nombre.

Lo dejo caer al piso y aplasto sus manos. Grita encogiéndose con gesto de dolor. Se arrastra tratando de llegar a la puerta, pero aplasto sus piernas.

Los crujidos resultarían espantosos y los desgarradores gritos pondrían los pelos de punta.

El joven llora en silencio.

—Un gusto conocerte...—rio —...y un placer matarte...—y presiono sus costillas hasta fracturarlas.

Sus ojos se van apagando y la sangre sale a borbones por su boca.

Lo volteo y me arrodillo a su lado para morder su cuello. La sangre brota y la degusto.

Dejo el cuello, saco la daga que siempre cargo en mi cadera y la entierro varias veces en su torso. La sangre me salpica, me gusta. Una vez que descargo mi adrenalina. Absorbo su alma y tarareo juguetón caminando al gran ventanal, haciéndome poco a poco transparente, luego invisible y finalmente desaparezco.

Listo, ya tengo lo que necesito.

Llego a mi castillo. Voy directamente a la cocina por un trapo, para limpiar mi daga.

—¡Ivory! —la llamo y ella inmediatamente aparece en marco de la puerta con una bolsa de sangre en la mano. Me la entrega.

—¿Qué deseas?

—Vamos a torturar estas almas hasta que se vuelvan como nosotros. No pares, hazlos sufrir. —me acerco a ella y se las transfiero de boca a boca. —adelántate.

Sonríe diabólica, le encanta torturar. Sale deprisa.

Termino de limpiar mi daga y voy a cambiarme de ropa. Cuando llego ya los tiene sobre las planchas, atados y listos.

—Que empiece el show

Después de varios días, día y noche de largas torturas por fin se rindieron. Me entregaron su espíritu y liberaron su parte humana. Por fin eran de los nuestros.

Salí victorioso de las cavernas, ahora no solo con un demonio sino con cuatro.

Vamos a dar pelea.

—Bruja, escóndeme de los demás —asiente y alza la mano en mi dirección. Me hago invisible y ella oculta mi existencia. —si ven algo raro, me avisan. —asienten con el rostro serio.

Me esperan atrás de la valla. Camino despacio a las orillas del Infierno, buscando alguna grieta, alguna entrada. Voy sigiloso, en posición de ataque, con mi daga en alto por si acaso. A lo lejos escucho voces y pasos.

Veo una grieta. Y muchos humanos recién convertidos entran y salen con nieve en las manos. No tienen expresión como lo que recién convertí, pero si llevan un listón negro en el cuello.

Me acerco lo más que puedo. Es una grieta hacia algún lugar donde cae nieve.

Aprieto los dientes, hago puños. Voy a matarlos.

Enfrían el infierno. Pero, ¿para qué?

Minutos después entra la pala de una máquina y deposita una gran bola de nieve. Humanos la ruedan metros después y la deshacen.

No espero más. Voy hasta ellos, el hombre que maneja la maquina echa a correr. La incendio simplemente tocándola y dejando fluir mi poder. Clavo mi daga en los corazones de los primeros tres, y corto cabezas de los siguientes cuatro. Me baño en sangre. Busco con la mirada al único que salió corriendo.

"Asmodeus, hay una grieta en el lado oeste"

Llamo a mi hermano.

"Voy"

Inmediatamente contesta.

Termino con ellos y atravieso la grieta. Es un bosque y hay demasiada nieve cubriéndolo.

Asmodeus llega agitado, sus ojos rojos fuego y su cuerpo rojizo también bañado en sangre. No pregunto. Seguramente atacaba a otros o estaban en sus jueguitos.

—¿Cómo la cerramos? — la mira de arriba abajo.

Es grande. Abarca desde lo más alto a lo más bajo.

—Yo por afuera y tú por adentro. Distribuye la fuerza y ciérrala como su la cosieras.




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