Alexander. Crónicas Del Soldado Del Infierno (completa)

Capítulo 26. Alicia la traidora.

—Supongo que entraron por una de las ventanas. Esta estaba abierta. — hablo señalando la ventana de la habitación de Carl.

—Supongo que sí. —balbucea Margaret. Se deja caer en los pies de la cama y solloza limpiándose las lágrimas con un pañuelo.

Carl reposa sobre la cama. Con un nuevo traje impecable, la cabeza unida y mucho maquillaje para ocultar los golpes en la cara. Listo para cuando venga la caja donde será visto por última vez.

Debía hacer parecer que habían entrado por él. Así que lo acomode en la entrada y golpee su cuerpo para hacer parecer que luchó por su vida. Destrocé la casa para darle más veracidad. Ya solo llamé a los hombres cara larga para empezar el show de "salí un minuto a contestar una llamada y cuando regrese ya era demasiado tarde"

Ya ellos se encargaron de llamar a la funeraria que lo armó, limpió en su habitación y lo dejó listo para esperar su cajón.

—por lo menos sé que luchó y quien sea que hizo esto también se llevó lo suyo—dice entre sollozosos Margaret.

—quien sea lo encontrare. No te preocupes, esto no se quedará así. —acaricio su hombro.

—Gracias Alexander. No sé qué hubiera hecho sin tu ayuda. —me enseña sus ojos llorosos y suplicantes. —encárgate de ellos ¿sí?

—así será.

...

— ¡Alicia! —grito llamándola y espero a que entre por la puerta, agitada por haber corrido.

Los minutos pasan y nadie viene.

A mi mente llega Perséfone. Quizás la esté entrenando.

Salgo del portal en mi habitación. Perséfone está de pie mirando por la ventana.

—¿Sabes dónde está Alicia? — clava sus ojos en mi a través del reflejo.

—Hoy no ha venido— niega.

Me siento en el sofá frente a los pies de la cama.

Maldita Alicia. Traidora.

—¿qué te ha pasado? — alzo la mano y hago un gesto restándole importancia. Viene a mí.

—Nada. Déjalo así.

Se arrodilla frente a mí. Busca mi mirada.

—un poco de sangre y estaré como nuevo.

Baja la cabeza. Se muerde el labio. Niego deleitándome con sus reacciones.

—muérdeme—masculla sin verme.

—¿que?

—muérdeme. Ya. —hace la cabeza a un lado y mueve su cabello plateado para darme vía libre.

Me le quedo viendo, ¿de verdad?

No lo pienso más. Le encajo los dientes antes de que se arrepienta y su sangre sale directo a mi boca como cascada. Suelta un quejido que no hace más que endurecerme la polla. Cada vez me es más difícil hacerla de lado. Por alguna extraña razón la quiero cerca. Muy cerca.

—ay, Belial. Solo dos...bueno. Así, así, está bien. Belial...hmm— estruja mis muslos. Su sangre se calienta más. Enreda su mano en mi cabello y me pega un tirón hacia atrás. La observo. Sonrío aun con la sangre escurriendo de mis labios.

—¿qué pasa? ¿te gusta que te muerda?

—llámame masoquista—y une nuestros labios. Meto la lengua en su boca y ella succiona su sangre.

Joder, quiero desnudarla.

—debo irme—me separo del beso.

—llévame contigo. Me volveré loca si sigo aquí.

Mierda. Como no está aquí Ares ni Muerte para ayudarme a controlar mi diablillo interno. Ni Ivory para asesinarme y ayudarme a callarlo...joder.

"Alicia. ¿Dónde estás?"

Ya se quien pagará los platos rotos.

—tengo cosas que hacer. No puedes estar cerca.

—¿por qué? ¿a dónde vas? ¿qué vas a hacer?

"Abrahel me enseñaba el mundo. ¿Dónde estás?"

"¿en qué parte están?"

"La plaza del centro. Cerca de la pista de patinaje. ¿quieres venir a patinar? Lo he visto solo."

"Voy para allá. Te espero afuera de la plaza"

—¿Belial? — Perséfone me mira preocupada.

—ya me voy. —me levanto y voy a la mesita de noche de mi lado. Discretamente saco una de las pistolas que me dio Carl que mata a los nuestros. Muero por usarla. ¿que se sentirá?

Y me dirijo a la puerta.

—llévame contigo, por favor. —me mira suplicante.

Mierda. No me mires así.

—muévete.

Tomo mi forma humana y abro un portal directo a mi carro. Me quedo en el asiento del conductor y la dejo caer en el asiento del copiloto. Su cabello se torna negro.

—no me has dicho que pasa—se acomoda.

—Alicia. Eso pasa.

—¿qué tiene? —pregunta confundida.

—Es una traidora. —se queda callada.

Conduzco a la plaza.

—debe haber un mal entendido.

—¿sabes lo que hizo? —niega— entonces no hables.

Aun no sé qué hacer con ella. Pero las va a pagar.

Llegamos a la entrada. Me quedo en el estacionamiento, de frente a la puerta principal de la plaza, y ahí van llegando con un montón de bolsas de marcas de ropa.

—solo sé que hoy va a morir.

Perséfone salta en su asiento. Asustada.

Caminan hacia nosotros.

—cuidadito y digas algo. —se ha quedado viendo al horizonte. Pasmada.

—llegamos—menciona Abrahel. Asomándose por la ventanilla de mi lado.

—metan las bolsas en el maletero—activo la puerta con el pequeño aparato en las llaves del auto.

...

—¡vamos! —su voz hace eco por el recinto cerrado. Rie como si nada. Dando saltos y haciendo piruetas en el aire.

—¡me voy a caer! — exclama Perséfone siendo ayudada por Abrahel quien la toma de los brazos y la hace deslizarse apenas unos pasos a las orillas.

Frunzo el ceño. Continúo patinando despacio por el hielo. Dando vueltas y vueltas alrededor de la pista. Sin saber qué hacer. No quiero alejarla de mi, pero a la vez quiero que sufra por su estupidez.

Parece que me he apegado a ella, pero no. Solo que da muy buenos orales.

Joder, Alicia. ¿Por qué lo has hecho?

—¡también seré patinadora! —eleva las manos, feliz—...algún día—añade en un susurro.

Me mira de reojo. Toso para desviar la vista.

Parece que aún no se entera que Carl murió porque quiso chantajearme. De hecho, parece que aún lo espera. Hmm, como si fuera a pasar.




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