Alexitimia

Prólogo

Ahí se encontraba ella, sentada en una de las bancas junto al hombre el cual era la pareja de su madre y por lo tanto, su padrastro. Ella decidió viajar con él, porque muy en el fondo sentía más confianza con él, que con su propia madre.

—Julieta Aragón —la llamó la asistente.

Ella miró a la asistente la cual cargaba una tabla con clip, de esas en donde sujetaban las hojas. Su acompañante se puso de pie y la invitó a ella a ponerse también. Ella lo hizo así mismo, se levantó sin ninguna expresión en su rostro, era una persona muy difícil de leer.

—Por aquí —dijo la asistente, y ellos la siguieron.

Al entrar al consultorio, el psiquiatra los invitó a tomar asiento. Él comenzó a leer el archivo que ya tenía sobre la paciente. Se aclaró su garganta mientras acomodaba las hojas en un mismo sitio. Se acomodó en la silla para mirar a las personas que tenía frente a él.

—¿Han escuchado sobre el trastorno de Alexitimia? —preguntó el psiquiatra, un tanto profesional.

—No —respondió, el acompañante de Julieta.

—¿Y usted señorita? —se dirigió hacia Julieta, ella sin embargo solo negó con la cabeza.

—Bien, les explicaré un poco acerca de este trastorno —explicó el psiquiatra—. La Alexitimia: es la incapacidad para identificar las emociones propias. Es la limitación provocada por un trastorno en el aprendizaje. Un alexitímico es incapaz de ponerle una etiqueta a lo que está sintiendo —explicó—. Es decir: las personas que sufren de este trastorno no carecen de emociones, están ahí, pero tienen que aprender a desarrollarlas.

El acompañante de Julieta pone atención a cada palabra que sale de la boca del psiquiatra, sin embargo, ella solo mira un solo punto, como si lo que estuviesen explicando no fuera de su importancia.

—También tienen dificultad para tomar decisiones —continúa el psiquiatra.

—¿Es por eso que ella no socializa? —preguntó aquel hombre que estaba muy interesado en el tema.

—Ella puede obedecer a sus superiores —explicó—. Puede relacionarse con otras personas. Puede tener un comportamiento social, pero no obtendrán una conversación personal, porque simplemente carecen de empatía.

Julieta comenzó a jugar con un bolígrafo que estaba sobre el escritorio. Mientras aquellos hombres hablaban, ella se mantenía en total silencio.

—Incluso, pueden tener una relación. Los alexitímicos suelen estar con su pareja, porque toca y ellos solo siguen las normas, hacen lo mismo que el entorno. Pueden tener relaciones sexuales por atracción, pero no sienten, ni expresan nada más. Si la relación termina, ellos solo llegan a sentir que se sienten mal, sin entender el por qué se sienten de esa manera.

—¿Tiene cura? —inquirió el hombre—. ¿Ese trastorno tiene cura, algún tratamiento?

—En este caso, el tratamiento puede hacer que mejore —explicó—. Con apoyo de fármacos como los antidepresivos. Más que nada el tratamiento para un alexitímico se basa: en el aprendizaje a identificar sus emociones y la de los demás.

Mientras el psiquiatra seguía informando acerca del trastorno psicológico, ella seguía sin mostrar alguna actitud. De vez en cuando aquel hombre que la acompañaba, la miraba de reojo, porque sí, a él le dolía el que ella estuviera afectada de esa manera.

Cuando salieron de aquella consulta y por fin el aire pegó en el rostro de ambos, ella por fin habló.

—No quiero —dijo.

—¿Cómo? —preguntó el hombre confundido.

—No quiero ningún tratamiento —afirmó ella—. No lo necesito. Yo me siento bien con mi persona, no quiero cambiar solo porque un tipo allá arriba, haya dado un diagnóstico que no me interesa en lo absoluto.

—Tienes un problema...

—No tengo ningún jodido problema —aseguró—. Soy así porque me gusta ser como soy y no pretendo cambiar solo porque un desconocido lo requiera.

—Julieta, tu mamá...

—Mi mamá no tiene porque saberlo —lo miró fijamente a los ojos—. Y espero, de verdad espero que por ese cariño que dices tenerme, no le digas nada, ni a ella, ni a ellos.

—¿Por qué?

—No quiero la lástima de nadie. Es suficiente para mí con saber que tú ya lo sabes. Prefiero que se queden con una imagen horrible de mí, a que se queden con una en la que para ellos soy una pobre chiquilla enferma.

—Sabes que jamás te mirarán de esa manera.

—Y no quiero averiguarlo. Solo quiero irme y si mi mamá sabe de ésto no va a dejarme ir, lo sabes. Leonel, yo ya no quiero estar más en esa casa, estar dentro de ella me enferma más.

—¿Y qué esperas que le diga a tu madre? —inquirió—. No puedo mentirle, no de esa manera.

—No vas a mentirle —ella le dijo—. Solo la vas a proteger de un sufrimiento que no merece. Ella ya pasó por demasiadas cosas, como para cargar con algo que no le pertenece a ella, solo a mí.

—Ella te ama... todos lo hacemos.

Ella suspiró aparentemente desesperada.

—Puedo tomar los antidepresivos si eso te hace sentir bien. Pero no quiero conocer nada, así estoy bien.

—Me estás poniendo entre la espada y la pared...

—Solo quiero volar, déjame hacerlo, apóyame solo en esto.

—¿Prometes que tomarás tus antidepresivos y que no te vas a meter en más problemas?

—Leonel, voy a cumplirlo.

—Quiero verte volar alto mariposa, tan alto que nadie podrá arrancarte esas alas.

Entonces, ella hizo una expresión que llevaba tiempo sin hacer.

Ella sonrió.

Y dijo:

—Las alas me las arrancaron hace mucho tiempo, pero me puedo poner unas postizas. 
 




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