Alexitimia

Capítulo 27

Me sentía completamente satisfecha. No necesitaba ni más ni menos. Naím siempre sabía a qué éxtasis llevarme.

Llevarnos.

Su celular había sonado muchas veces, pero él había ignorado todas las llamadas. Se dedicó únicamente a escucharme, hasta asegurarse que expulsara todo mi estrés.

Y después la serpiente vómito su veneno dentro de ti.

Y ahí estaba de nuevo, el mismo sonido molesto de una llamada entrante.

—¿No vas a responder? —le pregunté a Naím.

—Es mi papá —dijo—. Quedé en devolverle el favor, me necesita para una vuelta.

—¿Irás?

—¿Y dejarte sola? no que va. Que se joda, ya se cansará de llamar.

—Respóndele, sirve y aprovecho para llamar a Nicky —tomé mi celular y me levanté de la cama.

Sin que Naím se diera cuenta, saqué el gotero que yacía debajo de mi almohada y lo coloqué detrás de mi celular. Él no se dio cuenta cuando agarró su celular para revisarlo. Así que aproveché ese momento para escabullirme hacia el baño y así encerrarme.

Tenía una infinidad de llamadas perdidas. De Asher tenía como diez llamadas y fueron por la mañana. Tenía una llamada de Nicky a medio día y el resto eran de mamá, Leo y Liam. Esas llamadas ya eran desde la tarde, hasta ese momento que justo darían las 8:00 PM. Pero no fueron las llamadas las que me hicieron quedar en shock, sino el mensaje de texto.

Mamá.
Asher está hospitalizado.
 


 

—Mierda —tapé mi boca. 
 


 

—Jul... —Naím tocó la puerta del baño—. Tu hermano... 
 


 

Abrí la puerta del baño y miré a Naím quien tenía un semblante pálido. 
 


 

—Mamá me envió un mensaje y me dijo que Asher estaba hospitalizado —solté. 
 


 

—No era mi padre quien llamaba, sino Liam —comentó—. Asher... él se cortó las venas, beba. 
 


 

Huy. 
 


 

Me fui para atrás y casi tropiezo cuando Naím me alcanzó a sujetar. 
 


 

—Vea mi amor que el pelado va a estar bien —añadió—. Lograron parar la hemorragia. 
 


 

—Él... —mis manos temblaban—. Él me llamó y yo no le respondí. 
 


 

—Sabés que vos no tenés la culpa ¿cierto que sí? —Naím me tomó de las mejillas. 
 


 

—Hizo... él... lo hizo... yo... 
 


 

—Mírame mi amor —Naím sujetó mi cabeza con fuerza—. No podés saber qué fue lo que pasó por la cabeza del pelado ¿estamos? 
 


 

—Soy su ejemplo —murmuré—. Mamá siempre dice que nosotros somos el ejemplo. 
 


 

—Hey, céntrate. Cógela suave —me obligó a que lo viera—. Me hacés el favor y te me calmás ¿va?, iremos al hospital y verás a tu hermano.
 


 

—No quiero ir. 
 


 

—¿Cómo así que no? ese pelado es tu hermano, tenés que estar ahí.
 


 

—No quiero verlo. No quiero ver a mamá, no quiero ver a nadie. 
 


 

—Tenés que ir. Vos no sos una ladrona como para andarte escondiendo siempre de todo. Es tu hermano y yo sé que lo querés ¿cierto? —me sujetaba la cara con fuerza para que no le apartara la mirada—. Iremos juntos, tenés que estar ahí. 
 


 

—Es mi culpa...
 


 

—Pero que terquedad, ya te dije que no sabés que pasaba por la mente del pelado cuando hizo eso —Naím suspiró—. Además... 
 


 

—Además ¿qué? —levanté la voz. 
 


 

—El peladito no quiere ver, ni hablar con nadie, solo con vos. 
 


 

—¿Liam te dijo eso? 
 


 

Naím asintió.
 


 

—No puedo. Sabes que no soy buena compañía, ni la mejor animando —quité sus manos de mi cara y pasé por su lado.
 


 

—Sí podés, porque sos una berraca y nada te queda grande. 
 


 

No hay falla en su lógica. 
 


 

—Bien —solté—. Voy a cambiarme. 
 


 

Eres tan "berraca" que ni siquiera se dio cuenta que tenías las gotas mágicas en la mano. 
 


Cuando llegamos al hospital, sentí una tensión horrible, no me gustaban esos lugares, nunca me gustaron. Naím preguntó por mi hermano y nos mandaron unos pisos más arriba. Subimos al elevador y de nuevo volví a sentir esa ola de calor por todo mi cuerpo. De nuevo mis manos volvían a sudar y esa vez, mi lengua se sentía entumecida.

Cuando las puertas del elevador se abrieron, Naím me sujetó de las manos, pero estaban tan sudadas, que en el intento su mano resbaló y soltó la mía.

—Hey, yo estoy contigo y no voy a permitir que te hagan daño —susurró.

El elevador estaba a punto de cerrarse de nuevo, pero Naím metió la mano evitando que eso sucediera.

Entonces salimos.

Miré a mamá sentada en unos sillones junto a Leonel. Liam estaba tirado en el piso con las manos en la cabeza y David estaba recargado en la pared, con sus manos cruzadas en el pecho. Intenté regresarme, pero Naím me sujetó más fuerte y me obligó a avanzar. Cuando mamá se dio cuenta de nuestra presencia, se levantó del sillón y se abalanzó a mis brazos, llorando y diciendo que estaba muy asustada por Asher.

Mientras ella me abrazaba y yo no le correspondía, sentía algo que me oprimía el pecho. No sabía lo que ella estaba sintiendo y tampoco quería saberlo. Solo pude pensar, que iban dos de sus hijos los que no querían vivir.

—Quiere verte solo a ti —dijo mamá cuando por fin me soltó, limpió su nariz y abrazó a Leonel cuando él se acercó.

—Yo no quiero entrar —dije y sentí el pellizón que Naím me dio.

—Lo que pasa —Naím se aclaró la garganta—. Es que acá la beba andaba un poco indispuesta, pero estaba que moría de preocupación por Asher.

¿En serio?

Miré a Naím con cara de yeso.

—¿Dónde es que está el pelado? —preguntó cuando notó que no diría nada.




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