Alexitimia

Capítulo 29

Aidan alumbraba el camino con una lámpara, solo eran unos metros de distancia de la cabaña. Por la poca iluminación que lograba ver, me di cuenta que se dirigía a una especie de bodega cubierta con láminas oxidadas. Me detuvo apretándome fuertemente de mi cabello y acercó mi oreja a su boca.

—Te vas a agachar y abrirás esas dos puertas —alumbró unas pequeñas puertas que estaban sobre la tierra, a la misma vez que quitaba con su pie las ramas secas que habían sobre ella—. No intentes hacer ningún movimiento, no intentes correr porque tu huída será en vano y a quien le volaré la cabeza será a tu amiga, ¿me entendiste?

Asentí sin articular ninguna palabra. Aidan me soltó el cabello y aventó unas llaves hacia el piso, e inmediatamente sacó una pistola detrás de su pantalón, para así apuntarme con ella mientras hacía lo que él me pidió.

Me agaché mientras abría el candado con las llaves que él me había arrojado, abrí las puertas y me levanté lentamente como él me lo estaba indicando. No sabía qué cosa había abajo porque la oscuridad no me permitía mirar nada.

—Estira tus manos —ordenó.

Sin dejar de apuntarme con la pistola, él sacó unas esposas de la parte trasera de su pantalón. Las abrió y me las colocó en las muñecas, las apretó tanto de modo que yo no pudiera tener ningún movimiento.

—¿Nicole está ahí dentro? —señalé las puertas del piso.

—Cállate y avanza —ordenó.

Alumbró hacia el hueco oscuro y pude ver unas escaleras de cemento. Había bajado ya algunas y las bajaba con cuidado, pues si llegaba a tropezar, con las manos esposadas no había de donde sostenerme. Después escuché el sonido de un interruptor y fue de modo que una luz azul iluminó todo lo que había ahí debajo. Parecía una especie de cámara frigorífica, como si la bodega laminada solo fuese una fachada. El techo era de cemento, las paredes y el piso también. Todo era un perfecto escondite y entonces la vi.

Ella estaba en un rincón, amarrada a un tubo de metal, un collar oxidado adornaba su cuello y la correa era una cadena de fierro. La tenía amarrada como si Nicole fuese un perro rabioso, ya que el desgraciado le colocó un bozal. Estaba sentada en posición fetal, abrazaba sus piernas y temblaba de frío. Lo sabía, porque yo también sentí el frío que hacía adentro y como no, si era una especie de congelador en donde detrás de unas cortinas transparentes se miraban las siluetas de las carnes de animales colgados.

Nicky levantó la cabeza cuando escuchó nuestras pisadas en los pequeños charcos de agua. Me miró por unos segundos y después bajó su cabeza, negaba con ella misma y se abrazó más las piernas. Parecía que no quería que yo la viera así como el maldito loco la tenía.

—Suéltala —me giré a encarar a Aidan y golpeé su pecho, aún con las esposas en mis muñecas.

—Está amarrada como lo que es, una perra —se burló—. Agradece que a ti te tengo amor y no te amarro como ella. Pero sino cooperas te verás peor, colgada como los animales de allá atrás —señaló detrás de las cortinas.

—Eres un maldito enfermo —le escupí la cara.

Se limpió la cara con su manos, miró mi saliva entre sus dedos y después me dio un fuerte golpe que me hizo caer al charco de agua. Sentí hervir la parte golpeada, sentí que algo caliente me corría por los labios y al pasar mis dedos me embarré de mi propia sangre. Escuché que Nicole se movía con fuerza, ya que la cadena golpeaba el tubo de metal al que estaba amarrada. Sin embargo, no quise que ella me viera débil, no quise que ella me viera mal, tenía que ser fuerte aunque el dolor de mi mejilla me hiciera sentir mareada. Tenía que levantarme, tenía que demostrar que se necesitaba más que un golpe para tumbar a Julieta Aragón.

Entonces, me puse de pie. Aunque mis piernas temblaron en el intento, porque con las manos esposadas era más difícil, me acerqué a Aidan. Me acerqué tanto que mis labios manchados de sangre estuvieron a punto de tocar los suyos, y entonces le susurré:

—¿Eso es todo lo que tienes? —sonreí en su cara. Quería que viera mis dientes teñidos de rojo. Quería que viera lo que acababa de hacerme. Quería que viera bien mi cara porque no la iba a volver a ver nunca en su perra vida—. Puedes golpearme las veces que se te hinchen, puedes amarrarme como un perro o colgarme como un cerdo. Pero nunca, nunca volverás a tenerme loco de mierda.

Y entonces, volví a escupirle la cara, esta vez manchando su rostro con saliva mezclada con sangre. Ahí fue cuando rompí con toda su paciencia, ahí fue cuando demostró la verdadera bestia que podía llegar a ser. Pero lo poco inteligente era él porque me llevó justo a donde yo quería.

Volvió a arrastrarme del cabello, me aventó al suelo a un lado de otro tubo de metal, uno que quedaba quizás a tan solo dos metros de Nicole. Quería que me amarrara de la misma manera que la tenía a ella, para que así, Nicky no me volviera a agachar la cabeza nunca más. Había una cadena pegada al tubo y una argolla al final de la cadena, era muy pequeña para mi cuello, así que...

—Sube las manos —ordenó, mientras que con su mano derecha le apuntaba con la pistola a Nicole—. Si intentas hacer un solo movimiento que yo no te haya ordenado, le volaré la cabeza a tu amiga.

Hice lo que me pidió, no podía jugar con la vida de la coreana, ella seguía sin verme a los ojos y eso me hacía sentir de una manera que no podía explicar. Aidan me quitó las esposas de las manos y por inercia con una mano sobé mi muñeca, pero ni siquiera me dejó repetir el mismo proceso con la otra, pues de inmediato ordenó otra cosa.

—Ponte la argolla en el tobillo, debes apretarla de manera que tu pie no pueda salir.

Mientras ordenaba, seguía apuntando a Nicky. Hice exactamente lo que él quería, me apreté la argolla al grado de que con un leve movimiento me doliera el hueso.

—¿Miras estas llaves? —las agitó en el aire—. Le quitaré la correa a la perra de tu amiga, cuando me hayas suplicado perdón y la dejaré ir, cuando te hayas resignado a que solo puedo ser yo. Pero para que mires que no soy tan malo como crees que soy, le quitaré el bozal.




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