Alexitimia

Capítulo 30

Los rayos del sol se filtraban por la ventana de la camioneta. A mi lado venía David, abrazándome para continuar dándome calor, ya que mi cuerpo aún sufría espasmos de frío. La calefacción venía encendida y Naím iba manejando. El silencio abundaba en el interior de la camioneta, nadie decía absolutamente nada, ni siquiera David, él solo se dedicó a abrazarme todo el camino.

Tenía frío, hambre y sueño. Mi pecho me dolía como si me lo hubiesen arrancado.

Porque así fue.

También mi conciencia había regresado.

Me di cuenta que estábamos entrando a casa, Naím aparcó la camioneta y fue el primero en bajar, caminando hasta mi madre. Parecía que Naím intentaba explicarle cosas, ella insistía en caminar hacia mí, pero él no la dejó.

¿Y el cuerpo de Nicky? ¿Y Liam? ¿Y mi declaración?

Quería hacer tantas preguntas y a la vez no quería hacer ninguna.

Naím movía sus manos mientras le decía cosas a mi madre, ella tapó su boca con una mano, asintió varias veces y corrió hacia el interior de la casa. Cuando mi madre regresó, lo hizo abrazada a una cobija, se la entregó a Naím, ambos caminaron hasta la camioneta y la puerta fue abierta. David dejó de abrazarme cuando Naím le pasó la cobija, me la colocó detrás de mi espalda y me hizo que la sujetara por en frente. Después hizo un movimiento para bajarse de la camioneta y fue ahí, que mi mano lo detuvo de su muñeca. David volteó a ver el agarre de su mano y después me miró a mí, sus ojos entre verdes y amielados brillaron y con su otra mano libre se deshizo de mi agarre.

—Vas a estar bien —se acercó a mí susurrando y acariciando detrás de mi oreja—. Te irás a casa de tu 911, él va a cuidarte y no te dejará sola en ningún momento —cada palabra la mencionó como si lo estuviesen obligando a decirlas.

David volvió a realizar el mismo movimiento para bajarse y mi mano lo volvió a sujetar, esta vez con más fuerza y ni yo misma sabía de donde las había sacado. Él volteó a verme nuevamente, arrugó su entrecejo y lo suavizó cuando me vio negar con la cabeza.

Y sé que lo entendió.

Entendió que no querías irte a ningún lado.

Entendió que quería quedarme ahí.

Y que fuese él quien te cuidara.

Volvió a deshacerse de mi agarre, pero no me soltó. Él entrelazó su mano a la mía y la apretó tan fuerte que me hizo sentir que aún vivía.

—Ella va a quedarse aquí —soltó sin dejar de verme a los ojos.

Y su voz se adueñó de mi mente, haciendo a un lado a mi conciencia.

«David te ama, aunque sea un idiota que tampoco sabe lo que quiere».

¿Y qué es lo que yo quiero? —me pregunté.

Me ayudó a bajarme de la camioneta, él lo hizo primero para después cuidar que yo no fuera a tropezar o que la cobija se me fuera a resbalar. Sin embargo, cuando mi segundo pie tocó el piso, se me dobló y sus brazos me sostuvieron de nuevo.

—No voy a dejarte caer. Nunca —aseguró.

No pude aguantar el peso de su mirada sobre la mía, así que tuve que esquivarla y solo así me encontré con la de mi 911.

«También piensa en Naím y toma una decisión».

¿Y cómo se toma una decisión? —volví a preguntarme.

Con Naím siempre parecía que podíamos comunicarnos telepáticamente. Él se acercó a mí, sin importarle que todo mi cuerpo estuviera necesitando al de David.

—Mamacita, no te preocupés por nada ahora —acarició mi mejilla—. Si vos querés estar aquí, está bien. Voy a arreglarlo todo, te lo prometo.

Y yo le creía. Como también sabía lo mucho que se expandía la palabra "todo".

Cuando Naím decía todo, era todo o nada.

Terminó cerrando la puerta por la que yo había bajado. Cuando noté que él iba a irse, mi mano atrapó a la suya con fuerza, haciendo el mismo procedimiento que con David.

Ajá, sí, la mano.

Miré los ojos de David y luego los de Naím.

¿Estás tratando de tomar una decisión?

—Ella quiere a los dos —dijo mi madre, a una distancia prudente de nosotros.

Entonces, mi 911 volvió a acercarse a mí y David trató de alejarse, pero no se lo permití.

Yo duermo en medio.

—Volveré —Naím pegó su frente a la mía—. Yo siempre volveré a ti.

Besó mi frente y después le dijo a David que no me dejara sola en ningún momento. Ellos hablaron, ellos no pelearon, ellos estaban haciendo todo eso... por mí.

Mi madre me abrazó, me susurraba tantas cosas en el oído y me apretaba contra su pecho, sobaba mi cabello como tantas veces lo hizo cuando yo era una niña. En ningún momento respondí a su abrazo, no sabía por qué, pero no podía, me costaba demasiado tener ese tipo de afectos con ella.

«Jul... diles. Diles que no eres así por gusto. Por favor, diles».

Cuando David dejó de hablar con Naím, regresó a mí. Me ayudó a caminar ya que me había lastimado el tobillo con la argolla que estaba encadenada a mi pie. Mamá se adelantó a la cocina, diciendo que iba a prepararme algo caliente para que pudiera alimentarme.

Me di cuenta que la camioneta de Leonel no estaba. También me di cuenta que había demasiada seguridad armada por toda la casa y solo pude pensar que quizás era protección por si Aidan volvía a aparecer. Aunque yo sabía en dónde estaba, pero no sabía si todos los demás lo sabían.

¿Y Liam?

De él no sabía absolutamente nada.

—Despacio —comentó David cuando comenzamos a subir las escaleras.

Cuando llegamos al final de las escaleras, sentí que algo caliente me bajaba desde mi garganta hasta mis pulmones. Quizás aquella puerta volvería a ser abierta cientos de veces, pero ella nunca volvería a salir de allí.

No es tu culpa...

Nunca debí llevarla.

Sabía que David lo había notado, sabía que él sintió la tensión que había en todo mi cuerpo.

—Entremos —pidió, empujando la puerta de mi habitación y solo así aparté la vista de aquella puerta.

En mi habitación todo lucía tal y como yo lo había dejado la última vez. Sin embargo, no era mi cama lo primero que yo quería tocar, sino el baño.




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