Alexitimia

Capítulo 32

Me esperé cualquier lugar menos ese. Cuando la moto paró frente a la cortina metálica, no dudé ni un segundo en recordar que había sido ahí, en donde Daniel me había obsequiado las gotas mágicas la primera vez. Sabía que ese era uno de sus lugares donde quizás hacía sus cosas ilícitas.

Y retorcidas.

Una puerta pequeña se abrió de la misma cortina, dejándome ver al sujeto que siempre acompañaba a Daniel a todos lados.

—El jefe la espera —dijo y me abrió paso.

Al instante sentí el frío y solo por esa vez, agradecí haberme puesto una chaqueta. En un rincón había montones de cajas de cartón custodiadas por dos sujetos. En la parte alta a los laterales, caminaban dos hombres que parecían ser vigilantes y justo al centro de la bodega, se encontraban tres camionetas.

—Es por acá, señorita —mencionó el hombre y lo seguí por un pasillo oscuro, que al final daba paso a lo que parecía ser la otra mitad de la bodega.

Me guió por unas escaleras en forma de caracol y al final de ellas, estaba una especie de oficina, la cual tenía un enorme ventanal polarizado. Cuando el sujeto que me guiaba iba a girar la perilla de la oficina, ésta fue abierta por el demonio que estaba del otro lado.

—A partir de aquí yo me encargo Benjamín —dijo desde la oscuridad de su oficina—. Que nadie nos moleste. 

Esta autoridad sí me gusta.

—Como ordene señor —respondió el sujeto y se marchó.

Bueno... ¿Qué prenda me comienzo a quitar?

Volteé hacia las escaleras solo para mirar como el sujeto que me guió se alejaba. Hasta que sentí como tiraban de mi mano y tropecé en el intento, sin embargo, terminé estrellada en su cuerpo.

—Te tengo, nena —sentí su aliento en mi cara.

Tomé postura y me alejé de él. Daniel encendió la luz de la oficina y tuve que girar para verlo de frente, ya que la oscuridad me había engañado y yo le estaba dando la espalda.

Se hubiera pegado a nosotras.

—Te ves bastante repuesta —comentó.

Levanté una ceja y coloqué una mano en mi cintura.

—Solo te estoy haciendo un cumplido —levantó sus manos en señal de rendición.

—Yo no vine aquí a que me hagas cumplidos estúpidos. ¿En dónde está?

Daniel dio tres pasos hacia mí, por lógica él era un hombre alto...

Y apuesto.

Así que al tenerlo lo suficientemente cerca, tuvo que levantar mi mentón para que lo pudiese ver a los ojos. Solo que al momento de levantar mi rostro, él bajo el suyo. Lamió sus labios a tan solo unos centímetros de los míos, acercó su nariz a mi oreja y olfateó detrás de mi cabello.

—No te imaginas cómo me pones cuando actúas como una fiera —susurró en mi oído y la punta de su nariz me hacía cosquillas en el cuello.

No te imaginas cómo me pones cada vez que apareces.

—Daniel... —aclaré mi garganta porque mi voz falló—. Quiero terminar con esta mierda de una vez.

Entonces, él se separó de mí. Se volteó y caminó hasta sentarse en un sillón de cuero, acomodando eso que le molestaba en su entrepierna.

Cabeza arriba, cabeza arriba, cabe... ¡Coño! ¿ya le viste eso?

—Te escucho —abrió un poco sus piernas y estiró sus brazos en el respaldo del sillón—. ¿Qué piensas hacer con él?

Esa posición está perfecta para irme a sentar sobre él.

—Yo... no he pensado en nada.

Fue su turno de levantar una ceja.

—Por supuesto. Porque no eres una asesina.

—Pues... no.

—Pero yo sí lo soy.

Ahorcarme entonces.

—Puedo darle una muerte rápida, o una muerte lenta y dolorosa. Lo que tú decidas.

Luchaba por mantener mis ojos arriba, pero...

Lo sé, es imposible no ver esa cosota.

—Nena, mis ojos están acá arriba —sonrió.

Pero tu ojito está abajo.

—Lenta dolorosa y muerte —solté. Él volvió a levantar su ceja y amplió mucho más su sonrisa.

Pero...

—Quise decir; muerte lenta y dolorosa —dije las palabras con calma.

—Bien. Puedo hacerlo a tu modo, pero... ¿qué gano yo?

Lo que quieras.

—¿Qué quieres? —me crucé de brazos.

—Lo que estés dispuesta a darme —comentó y volvió a ponerse de pie, caminando nuevamente hacia mí.

Este hombre irradia peligro en todos lados.

Su olor y su cercanía me estaban asfixiando.

—¿Qué es lo que estás dispuesta a darme, nena?

Tragué en seco.

—Puedo darte lo que tú quieras, siempre y cuando, cumplas con mi petición.

—Yo siempre cumplo, nena. ¿Y tú?, porque decir que puedes darme lo que yo quiera suena muy tentador y peligroso. No te imaginas todo lo que se me está cruzando por la cabeza en estos momentos.

—Yo también cumplo.

—¿Lo que yo quiera?

—Lo que tú quieras. Todo lo que tú quieras.

Mis ancestros escucharon mis súplicas.

Daniel terminó con la poca distancia que nos separaba, tomó mi mano fuertemente y la llevó hasta su entrepierna, ejerciendo fuerza para que yo sintiera lo que mi conciencia pedía a gritos.

Ajá, sí, cúlpame a mí.

—El peligro anda furioso, nena.

Sentí mis piernas temblar, pero aún así mantuve mi postura recta.

—Con entretenimiento se le baja la furia.

He creado un monstruo.

Aflojó su agarre y bajó su mano, nos miramos por unos segundos a los ojos, hasta que él bajó su mirada y fue donde me di cuenta que yo aún estaba agarrando su miembro.

Mira, nada perdida la niña, eh.

—Está dentro de un congelador —soltó—. Lleva 18 horas así, pero no te preocupes, cada cierto tiempo mis hombres lo revisan para que no se nos muera tan pronto. No creas que las 18 horas las ha pasado metido allí, también ha salido a jugar con mis hombres.

—¿Jugar?

—La hace de saco de boxeo —sonrió ampliamente.

Amo su sonrisa malévola.

—Oh.

—Oh, mira —me mostró su reloj—. Justo es la hora de que salga a jugar. ¿Vienes? —me señaló la salida.




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