Alexitimia

Capítulo 35

Mientras Naím estaba del otro lado del umbral, yo solo estaba haciéndome preguntas en mi cabeza.

¿En dónde estaban sus ojos verdes resplandecientes?

¿En dónde estaba esa sonrisa que a veces solía querer borrar?

Ese no era Naím. Ese no era mi 911.

Destruímos lo único que teníamos completo. Y quizás, le hicimos creer que era el depósito de mierda.

Esbozó una sonrisa, que a la vez, parecía estar demasiado forzada. Subió sus manos un poco, mostrando las dos bolsas que traía cargando.

—Supuse que no habías comido —murmuró—. Así que traje sushi y coca cola.

Puse cara de yeso. No entendía por qué estaba allí, ni por qué estaba hablándome. Menos entendía por qué seguía preocupándose por mí.

—¿Por qué...?

—Un día te prometí que pasara lo que pasara, yo regresaría a ti ¿cierto? —suspiró—. Pues aquí me tenés mamacita, el 911 llegó a limpiar la escena del crimen —sabía que se estaba esforzando en ser el de siempre, pero también sabía que eso era forzado.

Sin formular ninguna palabra, me hice a un lado para que él pasara y mientras lo hacía, yo cerraba la puerta lentamente, a la vez que ponía mi otra mano en el cuello.

Entonces me giré y él estaba ahí, de pie, con el collar de rosa negra en sus manos, elevándolo en el aire.

—¿Desde cuándo lo sabías?

Entonces supe que no se refería al collar. Sino a lo que había dentro de él.

Y mi mente viajó a aquel día, para ser más exactos, a España. Pero para eso tenemos que recordar a Jefferson, sí, Jeff. Aquel compañero universitario con el que fui a mi última competencia de moto en Barcelona.

Eran las 8:05 pm. Estaba en el estacionamiento de un gimnasio, esperando a que Jeff saliera de su rutina de ejercicios, que por cierto, ya había demorado 5 minutos en salir. Yo estaba arriba de mi moto, pero le estaba dando la espalda a los manubrios. Disfrutaba de la vista de los que entraban y salían del gimnasio, hasta que Jeff salió. Se despedía de un tipo, mientras secaba con una toalla, lo que supongo era el exceso de sudor, lo miré beber agua, mientras caminaba hacia mí.

—Chavala —saludó. Era rara la vez que él me llamaba por mi nombre, casi siempre me decía "chavala".

—Jeff.

—No puedo creer que me hagas hacer esto —se acercó a mí, mientras negaba con la cabeza.

Me senté en una mejor posición en mi moto, para que él pudiera sentarse en ella y así quedara frente a mí.

—¿Las conseguiste? —pregunté lo que realmente me interesaba saber.

Entonces, Jeff metió una de sus manos al bolsillo de su pans y sacó unas llaves que agitó en el aire.

—¿Tú qué crees?

Sonreí y después mordí mi labio inferior, lo halé de la toalla que tenía alrededor de su cuello y lo besé. Jeff era como yo, tampoco le gustaban las relaciones y a veces, nos divertíamos.

—Me siento usado —gruñó en mis labios.

—Y te encanta ser usado por mí, ¿no?

Jeff regresó a su posición, solo que las arrugas en su frente me hicieron entrar en alerta.

—¿Qué? —inquirí.

Él no dejaba de ver mi cuello y tuve que bajar un poco la cabeza, entonces fue que miré que las llaves que él traía en la mano, se habían quedado pegadas en mi collar de rosa negra. Las despegué sin tomarle importancia.

—¿Nos vamos ya?

—Esas llaves no debieron pegarse a tu collar —murmuró—. El material del collar no es magnético.

—Ajá, ¿y eso qué tiene que ver con que vayamos a irrumpir a la oficina de tu padre? —puse cara de yeso.

—Nada. Solo que la única manera de que las llaves pudieran pegarse con tu collar sería... —él negó—. Olvídalo, es estúpido.

—¿Sería, qué? —inquirí.

—Que el collar tuviese algún aparato magnético por dentro, no sé, como un rastreador, por ejemplo.

Entonces fue mi turno de arrugar la frente.

—Sería algo enfermo que tu amigo el que te regaló esa cosa, ese que te encontró mágicamente en las carreras de la playa, te hubiera puesto uno ¿no?

—Naím no tendría motivo para hacer eso —bufé—. Ese día me encontró por Nicole —mentí. 

Pero claro que no había sido así. No era la primera vez que Naím me encontraba en distintos puntos de España. A veces, llamaba para preguntarme cómo me había ido en tal lugar y yo ponía cara de yeso, pero nunca le presté atención. Claro que esa espinita se había enterrado en una parte de mi cuerpo.

—¿Existe alguna manera de saberlo? —le pregunté.

—Hay que desarmarlo. Lo podemos hacer después de ir a hacer eso que quieres.

Entonces me volteé de nuevo hacia los manubrios, para poner en marcha la moto. Tenía que entrar al campus, a la oficina del padre de Jeff, para alterar unas calificaciones que había sacado mal. Jeff siempre era mi salvación, afortunadamente él es un excelente hacker, tal como lo es mi 911. Y después que hicimos nuestra travesura, Jeff y yo nos fuimos al departamento de Naím, en el cual solía vivir. Desarmó el collar y efectivamente, tenía un pequeño chip, ese puntito rojo que no dejaba de parpadear, ya me tenía hasta la mierda.

—¿Quieres que se lo quite? —preguntó Jeff—. Lo metemos en agua y el rastreador dejará de funcionar.

—No. Ponlo de nuevo —dije—. Sé que me servirá más de una vez.

Y así fue como me di cuenta, que por ese pequeño motivo, Naím siempre solía encontrarme.

El chasquido de sus dedos frente a mis ojos, me hizo volver al presente.

—¿Y entonces...? —inquirió, agitando el collar.

Somos turistas.

Se lo quité de las manos, pasé por su lado y le di la espalda solo para volver a colocarlo en mi cuello. Ese collar ya era como una parte de mi cuerpo, me sentía extraña sin él.

—Jul... —presionó.

—Muchas veces te dije que era alexitímica, más no pendeja —volteé a verlo, una vez que el collar ya estaba sobre mí.




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