Alexitimia

Capítulo 36

Una vez David mencionó que nuestros labios eran las piezas faltantes del rompecabezas. Y justo en ese momento, cuando nuestros labios estaban conectando adecuadamente, fue que lo supe; el rompecabezas estaba completo porque estábamos juntos.

Sentía cosquillas en mi estómago con solo sentir su olor, incluso había dejado de sentir ansiedad. Quizás no necesitaba antidepresivos, porque él era mi antidepresivo.

Ajá, sí, como sea. ¿A qué hora es que se va?

—¿Y eso qué fue? —preguntó cuando me aparté de sus labios. Estaba sonriendo. Sus ojos que en ese momento eran verdes, brillaban en demasía.

No sabía si había tomado la decisión correcta. Solo sabía que era la decisión que tenía que tomar y me sentía satisfecha con ella.

—¿Tienes hambre? —señalé las bolsas con comida que había sobre la cama. Pero no esperé una respuesta de su parte.

Lo halé de la mano y lo obligué a sentarse en la cama. Él me miraba con el ceño fruncido y sabía que mi aspecto no era el adecuado, pero era el único aspecto que tenía y por eso trataba de ignorarlo.

Él no te miraba así por tu aspecto. Te miraba así porque no entendía tu actitud.

Abrí torpemente cada caja en donde venía el sushi, incluso me costó tomar los palillos entre mis dedos. Me sentía alterada, pero no ansiosa. Era como si tuviese algo guardado con candado y ese algo quisiera salir a toda costa. Mis manos temblaban y no tenía frío, de hecho, sentía como si estuviese envuelta en una ola de calor.

Y ni siquiera tenía hambre. ¿Cómo pensar en comida en un momento así?

Es como si en ese momento mi estómago se hubiese comprimido.

David puso su mano sobre la mía, para que ésta dejara de temblar y eso fue peor. Fue peor porque me sentí asfixiada, como si él se estuviese robando mi oxígeno y realmente, me sentía estúpida por sentirme de ese modo. Carajo, era una sensación horrible.

—Amor, ¿por qué estás tan extraña? —preguntó y yo me puse de pie nuevamente.

Comencé a caminar de un extremo a otro. Pensaba en cómo se apagaba eso dentro de mí que no dejaba de latir. Había olvidado hasta cómo respirar. Me arrodillé en el suelo, intentando tomar respiración, pero me era imposible. Entonces, de pronto, David se arrodilló frente a mí, levantó un poco mi mentón y me introdujo a la boca el inhalador que había olvidado que podía usar.

—Respira, tranquila —hacía movimientos con sus manos, y tomaba aire, explicando cómo debía hacerle.

Cuando mi respiración volvió a la normalidad, me ayudó a ponerme de pie. Subimos a la cama nuevamente y él me sujetó de las manos.

—¿Para qué querías verme? —preguntó.

—Yo no sabía que Naím iba a venir —solté de inmediato, como si necesitara que él lo supiera.

—Lo sé. Fui yo quien le llamó para que viniera a verte —confesó.

—¿Por qué...?

—Pensé que te haría bien hablar con él.

Negué.

—Yo... yo quería hablar contigo, por eso te envié ese mensaje.

—Y aquí estoy. ¿Qué es eso que quieres decirme?

—Yo...

Realmente estaba mal. Quería decirle que lo había elegido a él, pero también habían otras cosas peores dentro de mí que me impedían hacerlo. Si para una persona normal, podría resultar difícil expresarse, para mí lo era mucho más, ya que era una alexitímica. Parecía que dentro de mí había un detonador que en cualquier momento iba a explotar.

—Yo...

—Tú... —me intentaba presionar para que hablara.

Yo solo pude cerrar mis ojos, pensé que el no verlo, sería la manera más fácil para hablar.

—¿Aún dejarías a Adara por mí? —solté la pregunta. Creí que eso me haría sentir mejor, pero todo lo contrario, empeoré más.

Conté alrededor de treinta segundos. Mis ojos permanecían cerrados y no escuchaba nada de David.

Abre los ojos tú.

Y le hice caso a mi conciencia.

Me permití abrir los ojos con lentitud. Primero abrí uno, y después poco a poco, empecé a abrir el otro.

Y ahí estaba él, viéndome con unos ojos verdes brillantes, mantenía su boca abierta y parecía que no estaba respirando.

—¿David? —murmuré.

—¿Por qué me estás preguntando esto? —iba a responder, pero inmediatamente añadió—: Yo dejaría cualquier cosa por ti.

Con tanta miel, temo quedar pegada en tu cerebro.

Por supuesto que no esperaba una pronta respuesta, ni siquiera me dio tiempo de pensar en algo más que pudiese decir.

—Aún no me has dicho por qué me pediste que viniera —añadió.

Y no entendía por qué era tan difícil hablar con él, cuando muchas veces lo había hecho.

—David, yo...

Mi respiración volvió a aumentar y me costaba tomar aire.

—Respira conmigo, amor, hazlo conmigo —volvió a enseñarme como hacerlo.

Hacer, ¿qué?

—Tenemos que hacerte esos exámenes para ver cómo están tus pulmones. No me gusta como respiras.

Asentí.

—David, yo...

Y dale con lo mismo, dile ya o ve detrás de Naím. Porque solteronas no nos vamos a quedar.

—Te escucho, Jul. Lo que sea que quieras decirme yo te escucharé.

Volví a cerrar los ojos. Inhalé y exhalé con los ojos cerrados.

Eres más que esto.

—David yo...

—¿Tú...?

Parecía que tenía una motosierra en mi pecho que buscaba salida.

—Ya he tomado una decisión —solté y apreté mis labios.

De nuevo estaba ese silencio.

Y tuve que volver a abrir los ojos lentamente para ver si seguía acompañada.

Y él me miraba.

—Lo sabía. Volverás a España —no me lo preguntó, más bien lo afirmó.

No joda. ¿Segura que quieres esta clase de persona en tu vida? Es que a veces creo que ni es una persona. ¡Es un burro!

—No, no, no —negué varias veces—. Me refiero a... otra decisión.

—¿Otra? ¿O sea que sí tienes pensado volver a España?

—Olvida España. No es España mi decisión.

—¿Entonces...?

Lo que tienes entre tus piernas.

No sabía si las palabras podían pegarse en nuestro paladar, pero sí que se me dificultaba mucho soltarlas.




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