Alexitimia

Capítulo 37

La puerta era tocada con demasiada insistencia. Yo me sentía demasiado cómoda como para levantarme. Tapé mi cabeza con la cobija, pero ni así dejé de escuchar ese molesto sonido, así que decidí levantarme y con mi vista aún nublada, busqué la bata que David me había quitado por la noche. Me la coloqué torpemente y caminé hasta la puerta con los pies descalzos. La abrí mientras bostezaba y entonces lo vi.

Gatito, miau.

—Naím —dije y volteé de inmediato hacia la cama en donde tenía que estar David, pero él no estaba.

—Se ha ido —comentó Naím y volteé a verlo de nuevo.

Sus ojos lucían cansados y apestaba a alcohol. Llevaba puesta la misma ropa de la noche anterior, pero igual no era algo que en ese momento me interesara. Yo necesitaba saber en dónde estaba David y por qué Naím mencionó que se había ido.

No lo entendía.

—¿Cómo que...?

Naím ni siquiera me dejó terminar de formular la pregunta.

—No quiso despertarte —dijo—. Es su mamá.

—¿Cómo que es su mamá? —inquirí. No entendía ni un coño.

—Esta mañana la encontraron colgada en un árbol del hospital mental —explicó—. La mamá de David está muerta.

—Oh, eso —dije con desdén mientras me apretaba los listones de la bata—. Ya se había tardado.

Un peso menos. Imagínate que nos pregunten: ¿Y cómo es tu suegra? Tendríamos que decir que es una loca y nuestra reputación se iría por el caño.

Naím seguía del otro lado del umbral, viéndome fijamente y en una posición recta.

—¿Qué? —inquirí.

—Vos lo elegiste a él ¿cierto?

Puse cara de yeso.

—Ajá, pero... ¿eso qué tiene que ver con la colgada?

Naím suspiró.

—Vea mi amor —se rascó la barbilla—. La vaina está en que si decidiste estar con él, tenés que estar ahí a su lado.

—No iré a ayudarlo a descolgar a una loca —bufé—. Que corten la cuerda y la dejen caer, total, ya está muerta.

Naím se dio la vuelta dándome la espalda, miré como cruzaba sus manos detrás de su nuca y finalmente lo escuché bufar antes de volver a voltear.

—Vení conmigo —me tomó de la mano.

—Debo...

—No va a regresar, beba. No necesitás esperarlo, vení conmigo y te podré explicar mejor esta vaina.

Dudé algunos segundos, pero era Naím y yo confiaba en él. Así que regresé a recoger mi celular y salí de la habitación con la bata enrollada y descalza.

Está bien así. No necesitamos ropa cuando se trata de nuestro gatito.

Ignoré a mi zorra conciencia y caminé junto a Naím. Mi 911 abrió el convertible para que me metiera dentro de él y así lo hice sin mencionar nada. Una vez que Naím se subió del lado del conductor, cerró la capota del convertible. El ruido de afuera dejó de escucharse y dentro del convertible todo era silencioso.

—Sabías que cualquier cosa me la pudiste haber dicho en la habitación ¿no? —lo miré.

—Lo sé.

—¿Entonces para qué tanta vuelta?

—Beba... quizás no lo entiendas, pero para mí no es cómodo estar en un sitio que... olvídalo —negó con la cabeza—. Mejor hablemos de lo que te interesa, de David.

—Como sea —le resté importancia.

—Así que ya lo sabe ¿cierto? —dijo, sin verme.

—Se lo conté en la noche...

—¿Todo bien?

—Sí.

—Ya veo.

—Ajá.

Podía sentir algo diferente entre los dos. No sabía qué era, pero se sentía como si algo nos estuviese dividiendo, como si algo se hubiese levantado entre los dos. Era algo duro, grueso y...

¿Es una adivinanza? ¡Fácil! la respuesta es:  la longaniza de Naím.

—Yo... —ambos nos volteamos a ver, al mismo tiempo que decíamos la misma palabra. Naím negó con la cabeza y después añadió—: tú primero.

—No, tú —le cedí la palabra.

Él asintió.

—Yo estaba cerca cuando David se fue —comentó—. Crucé algunas palabras con él y mencionó lo de su mamá. Le dije que yo me haría cargo de ti y que la cogiera suave, que yo te explicaría toda la vaina.

—¿Qué se supone que debo hacer en un momento así? —inquirí.

—Nada, mor. Tu único deber es estar ahí para el man, ahora que él sabe sobre la vaina que tenés, debe entender que en casos así, es complicado contar con tu empatía ¿cierto?

—Yo no sé si pueda...

—Vea mi amor, lo que el man está pasando ahora es algo muy maluco. Sea lo que haya sido, era su madre, la mujer que le dio la vida. Es un proceso complicado, no tenés que decir palabras reconfortantes porque no las hay. Solo debes estar ahí, a su lado, con eso el man se sentirá más fuerte.

—¿Y si la cago más?

—Yo sé que vos podés con esto y con más. Solo permanece a su lado, él no necesitará palabras, solo tu compañía.

—¿Por qué haces esto? —inquirí.

—¿Hacer qué?

—Esto. David no es tu persona favorita.

—Pero sí es la tuya. Y si el man está bien, vos también lo estarás. Por eso lo hago, porque siempre buscaré maneras de que estés bien, aunque no sea como yo deseo.

—¿Y cómo deseas?

Hubo un silencio de algunos 10 segundos. Naím esbozó una pequeña sonrisa y después encendió el convertible sin darme una respuesta.

A veces el silencio dice más que mil palabras.

Mientras Naím conducía, yo volví a sentir esas sensaciones que la ansiedad me provocaba. Sentía cosas extrañas que no podía etiquetar, no estaba preparada para pararme frente a David. ¿Qué se suponía que tenía que decirle?

Hola, por fin se murió, je.

Mis piernas temblaban, mordía mi labio inferior como si quisiera arrancarme un pedazo. Miré mis uñas y ya no podía morderlas porque ya lo había hecho. Estaba sudando aún cuando hacía demasiado frío, quería golpearme para que mi cuerpo reaccionara.

Naím paró el convertible unos metros antes de la entrada de mi casa. Puso su mano en mi pierna para que dejara de temblar y yo volteé a verlo como si le estuviera pidiendo ayuda.

—Recuerda, solo sé vos, siempre vos. No necesitás ser otra persona, ni fingir que puedes serlo. El man ya sabe tu condición y debe entenderte, te ama, lo hará.




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