Alexitimia

Capítulo 38

Mis ojos se querían desbordar por tanta agua acumulada. Algo se había encajado en mi pecho, cuando él soltó lo que le pedí que guardara.

Es el dolor de una traición.

David había gritado a los cuatro vientos mi más grande secreto, pero eso ya no importaba, porque rompió la promesa que me hizo en el primer instante que pensó en decirlo.

Mis piernas querían flaquear, escuchaba voces a la lejanía, no sabía qué tanto decían. Tampoco podía ver bien, pues mis ojos se tornaron borrosos. Miraba todo a mi alrededor y sentía como si estuviese arriba de un carrusel, todo daba demasiadas vueltas. Miraba sus rostros cerca del mío, parecía que todos me estaban atacando, yo solo pude tapar mis orejas, para así dejar de escuchar esas voces que me atacaban.

—¡¡YA BASTA!! —grité y caí al suelo. Me hice pequeñita, mientras tapaba mis oídos y seguía murmurando «ya basta».

Enterré mi cabeza en mis rodillas y me comencé a mecer. Solo quería calmar el dolor de mi garganta, solo quería alejar a mi mente de todo lo que me rodeaba.

—Jul... Jul... —una voz me llamaba. Intentaba tomar mis brazos, pero éstos se hicieron como mi escudo.

Yo sentía que estaba siendo atacada y por eso tenía que protegerme. Estaba sudando y a la vez tenía escalofríos. Mi garganta cada vez se cerraba más y me sentía de una manera sofocada, como si todos estuviesen robando mi oxígeno.

—¡Ya basta! —él gritó, lo pude oír—. ¿Qué no se dan cuenta que Jul está teniendo una crisis nerviosa?

Era el adoptado... Liam, mi hermano.

Y no sabía en qué momento había llegado.

En el correcto.

No volvió a intentar quitarme mi escudo, solo me envolvió en sus brazos y comenzó a tararear una canción de cuna. Solo así pude soltar las lágrimas, solo así pude destapar esos sonidos que mi garganta reprimía. Las voces que me atacaban fueron reemplazadas por esa melodía que Liam de alguna forma, había instalado en mi cabeza.

—Está bien, princesa —susurró Liam—. Estoy aquí, estarás bien.

Pero no era verdad, no estaba, ni estaría bien. Mi mente alejó la canción de cuna y recordó la traición. Alejé a Liam de mí y me deshice del escudo, me levanté del suelo y los miré a ellos dos, mientras limpiaba mis lágrimas. Algo en mí había cambiado; me sentía como si yo fuese un arma letal que necesitaba destruir para volver a ser yo.

—¿Qué le dijiste? —escupí en dirección de Adara.

—Nada que no fuese verdad, Jul —respondió ella—. Sabes que necesitas ayuda de un profesional, no de David. Has intentado acabar con tu vida, tienes cambios drásticos porque no eres estable. Solo piensas en las mil maneras de cómo desaparecer y si realmente David te importa un poquito, no lo deberías de arrastrar en tus problemas. Lo tuyo va más allá de un psicólogo, Jul, y lo sabes.

Mientras Adara decía palabra tras palabra, yo volvía a sentir puñaladas en mi pecho. Ella también sabía que yo había querido quitarme la vida. Al parecer, David había hecho muy bien su trabajo de informante.

Quería volver a flaquear, cada palabra mencionada eran como dagas invisibles que me atravesaban.

—¿Eso es verdad...? —murmuró mi mamá.

Yo miré a David, negué con la cabeza, le suplicaba con la mirada que detuviera todo lo que había comenzado.

Pero no lo hizo.

—Sí —soltó y yo caí de rodillas nuevamente—, y mi papá lo sabía. Él lo supo todo este tiempo y prefirió vernos sufrir por todos los desplantes de Jul.

—¿Mi hija tiene un trastorno y yo no lo sabía? —escupió mi madre, supongo que en dirección de Leonel.

Yo no quería voltear a ningún lado, ni siquiera miraba a Liam quien intentaba levantarme del suelo. Yo solo miraba a David, el cual trataba de evitarme la mirada.

Sabía que mi madre discutía con Leonel, pero ni siquiera pude prestar atención a sus reclamos. Solo miré que Leonel avanzó hacia su hijo, lo tomó de su nuca y pegó su frente a la de él, algo le dijo, pero no supe qué. Solo sé que cuando Leonel se separó de su hijo, David me dio la espalda y Adara se acercó a él de inmediato.

Leonel llegó hasta mí y se hincó ya que yo estaba de rodillas, limpió mis lágrimas y me dijo:

—Siempre he admirado tu valentía para enfrentarte a los monstruos —asintió—. Que esto no acabe contigo, yo confío en ti, Jul. No me quedé callado porque me lo pediste —confesó—, sino porque un trastorno no era nada, para todo lo que tú has enfrentado. Tú eres la más fuerte de esta familia, y no necesitas a nadie para derrotar lo que quieras.

Besó mi frente, se levantó y se marchó. Mi madre lo llamaba, pero al parecer, él no se detuvo.

No era una pesadilla, realmente estaba pasando. Todo a mi alrededor giraba en cámara lenta, las voces estaban demasiado lejos, y lo único que extrañamente podía escuchar, eran mis movimientos al dar cada paso. Todo se había apagado para mí, pero yo me sentía lo suficientemente encendida para destruir a quien quería destruirme.

—¡Beba, no! —escuché muy lejos el grito de mi 911, ni siquiera me di cuenta en qué momento llegó.

En el momento perfecto, indicado y necesitado.

Adara y David voltearon, pero mi agilidad fue más rápida para agarrar a Adara de los cabellos, arrastrarla y hundirle la cabeza en el lago.

Tranquila, solo la estamos bautizando.

Solo quería que dejara de respirar, solo quería que dejara de ver lo mismo que yo veía, solo quería apartarla de él y por eso tenía que acabar con ella. Porque pensaba que ella era el problema.

Unas voces a la lejanía me pedían que me detuviera, pero eran más fuertes las voces en mi cabeza, esas que me susurraban que terminara lo que había comenzado.

Y yo no era.

Eran las voces de mis pesadillas, las mismas que me hacían atentar contra mi oscuridad.

—Soltala, mor, eres más que esto —me pedía su voz.

«Mátala, acaba con ella» —me susurraban las otras voces.

—Mamacita, no eres una asesina —sujetaba mi brazo, pero yo lo mantenía firme, porque era mi arma letal.




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