Alexitimia

Capítulo 40

Tres malditos días habían pasado. En total llevaba doce días metida en esa prisión para locos.

Sí, doce días a dieta.

Los medicamentos que me suministraban por la intravenosa solo me hacían efecto por unas horas, me pasaba exactamente igual que con aquellas gotas mágicas que el asesino de mi padre me daba. Pero cuando el efecto desaparecía, yo me desesperaba y comenzaba a sudar, sentía mucha ansiedad y entre más pasaba el tiempo, más inestable me volvía. Golpeaba la puerta y gritaba que me dieran más medicamento, me estaba haciendo dependiente de él.

El armario que había dibujado en la pared, fue destruido totalmente para combatir la ansiedad de querer golpear la pared para escapar por ahí.

Ya no podía estar un día más en ese lugar, ya no quería.

Ahora sabía lo que una mariposa sentía cada vez que yo la sujetaba entre mis dedos y la encerraba en una caja, para después asesinarla. Yo la retenía a la fuerza, la privaba de su libertad y le cortaba las alas para impedir que volara hacia otros horizontes. Ahora yo era esa mariposa, solo que una sin alas, sin color, sin ganas de vivir.

Desde que corrí a todos, nadie había vuelto a visitarme. Ni siquiera Naím, mi 911. Él nunca había estado tanto tiempo sin saber de mí, y sabía que él no me abandonaría allí, porque yo era su crimen.

Y todavía no nos terminaba de cog... de resolver.

—Julieta —el psicólogo chasqueó sus dedos frente a mí, para sacarme de mi ensimismamiento.

Todos los días había tomado mis terapias, y cada vez yo estaba más en negación. Lo miré fijamente a los ojos, sin ninguna expresión. Después miré el reloj que estaba detrás de él y fue de modo que me di cuenta que solo habían pasado cinco malditos minutos desde que había llegado.

—¿Qué? —respondí, mientras ponía cara de yeso.

—Ví que borraste el armario que dibujaste y en cambio, pintaste un círculo negro.

—Veo que está muy pendiente de mi vida ¿no?

—Soy tu psicólogo, estoy al tanto de todo.

—¿Ve las grabaciones? —inquirí.

—Debo de estar al tanto de las actitudes de mis pacientes, así que sí, las veo porque me interesas.

A mí también me interesas...

—Entonces la próxima vez que me duche, dejaré la cortina abierta para que también vea mis actitudes en la ducha.

Y luego la zorra soy yo.

El psicólogo me miró fijamente, pero no miré nada diferente en sus ojos. De pronto, se levantó de su asiento y caminó hasta llegar al respaldo de mi asiento.

—Vamos a realizar un ejercicio de relajación —comentó detrás de mí. Algo hizo en mi asiento para que éste, se reclinara hacia atrás—. Quiero que cierres los ojos y solo escuches mi voz. Quiero que relajes tu cuerpo y no pienses en nada, hasta que yo te lo pida.

También nos gusta con los ojos cerrados.

Hice lo que me pidió.

—Ahora quiero que me digas, ¿por qué borraste ese armario?

—Eso que más da —bufé.

—Concéntrate, Julieta —pidió—. Solo quiero saber qué fue lo que te hizo borrar eso que anteriormente habías dibujado.

—La incapacidad de imaginar que podía meterme ahí dentro y transportarme a otro lugar.

—¿Por qué crees que tienes incapacidad de imaginar? —inquirió.

—Porque no puedo imaginar nada.

—¿Lo has intentado?

—Sí. Y he fracasado como todo el tiempo.

—De acuerdo, Julieta —escuché suspirar al psicólogo—. Entonces... ¿De dónde crees que surgió el armario que pintaste en tu pared?

—De un libro —escupí, como si fuese lo más obvio—. Le comenté por qué lo había dibujado, ¿es que ya lo olvidó?

—No salió de un libro, Julieta —aseguró—. Salió de tu imaginación.

—Yo no...

El psicólogo me interrumpió.

—Tienes capacidad para imaginar, Julieta. Eres tú la que cierra la mente y bloquea todo, pero también puedes abrirla sin que puedas darte cuenta, y el ejemplo está en ese primer dibujo.

—Esto es estúpido —bufé y abrí los ojos.

—Te demostraré que no lo es —aseguró—. Quiero que cierres tus ojos nuevamente y te concentres en mi voz.

También me gustan mandones.

Me acomodé más sobre el asiento, suspiré y cerré los ojos, si me quedaba dormida lo culparía a él.

—Quiero que veas el círculo negro que dibujaste —comentó.

—Tengo los ojos cerrados y no estoy en mi celda —bufé.

—Olvida que estás aquí conmigo e intenta imaginar que estás en tu habitación frente a ese círculo negro —añadió.

Pídenos lo que quieras, pero no que nos olvidemos de ti.

El consultorio se quedó en total silencio y yo no imaginé, solo recordé cuando estaba frente al círculo negro que acababa de terminar de pintar.

—Lo tengo —dije.

—¿Estás frente al círculo?

—Sí.

—¿Qué es para ti, ese círculo negro?

—Un agujero negro.

—Bien. ¿Puedes ver su profundidad?

—Es muy profundo.

—Intenta meterte dentro de él —siguió.

—Parece un túnel, está muy oscuro...

—Imagina que hay una luz —pidió.

—¡Veo luz! —exclamé.

—¿Puedes decirme qué tan lejos la ves ?

—Está muy lejos, es como si yo estuviese en la profundidad de un poso.

—Bien, ahora estás en un poso. ¿Ves el aro de luz hasta arriba?

—Sí...

—¿Te gustaría subir?

—Creo que sí...

—Bien. ¿Puedes ver alguna cuerda?

—Aquí abajo está todo oscuro, no veo nada.

—¿Puedes gritar?

—Creo que sí.

—Pídele ayuda a esa persona que crees que no va a traicionarte.

—¡Lo veo, está ahí!

—¿A quién ves?

—A mi 911, a Naím.

Entonces, abrí lo ojos y me levanté del asiento con la respiración acelerada. Estaba sudando, temblando y sentía una especie de adrenalina dentro de mí. Volteé a mirar al psicólogo y susurré:

—Lo hice.

—Lo hiciste —me dio la razón.

Ojalá lo hubiésemos hecho...

—Se sentía real, muy real —expliqué.

—Pudiste entrar en un agujero negro, caminar por un túnel y terminar en el fondo de un poso. Todo, Julieta, todo está en la mente y tú puedes salir de este lugar cada que tú quieras, solo es cuestión de imaginar. Tienes más capacidad de la que tú quieres creer.




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