Llevaba veinte minutos viéndome al espejo. Nunca imaginé casarme así, más bien, jamás me miré casada con alguien. Mi cabello estaba peinado perfectamente en una coleta baja y lacia, mi maquillaje era discreto, pero con los labios rojos como cereza. Mi vestido era sencillo; algo elegante, corto, amoldado a mi cuerpo y en color negro.
Porque se acabaría nuestra putería.
Toqué mi cuello, imaginado cómo se vería mi collar favorito en ese preciso momento. No quería entregarle mi collar a Naím, pero tenía que hacerlo, o de lo contrario, él desgastaría su vida solo para encontrarme. No lo había olvidado, todos los días me preguntaba qué estaría haciendo, si me hizo caso y se regresó a Nueva York, si logró terminar su carrera, o si ya conoció a alguien que le diera todo lo que yo no pude darle. Muchas veces quise desistir y pedirle a Marwan un aparato de comunicación que me hiciera saber de él, pero me terminaba arrepintiendo, porque creía que él podría estar mejor sin mí.
Aunque no puedo negar que me hubiese gustado que él estuviera conmigo el día de mi boda, por si yo necesitaba huir, él tapara mi acto criminal.
—¿No has preparado tu maleta? —Legna aparece detrás de mí, sacándome de mi ensimismamiento—. Pero si te dejé haciendo la maleta.
—Oh, sí, yo..., lo olvidé —negué.
Legna aspiró y exhaló
—Es normal que estés nerviosa —se acercó a mí—. No es lo mismo estar casada y saber que en cualquier momento eso se podría terminar, a decidir casarte por ti misma y compartir eternamente tu vida al lado de mi hermano.
—No es eso, es solo que... Mejor hagamos la maleta —propuse.
—Mejor te sientas y te relajas. Yo la haré por ti.
—¿Qué pasaría si Marwan nunca logra enamorarse de mí? O peor aún, ¿si yo nunca logro enamorarme de él?
Legna comenzó a guardar las prendas que estaban sobre la cama.
—Eso es imposible que no suceda —bufó—. Eres hermosa, joven y muy inteligente. Marwan es guapo, caballeroso y es un hombre centrado y seguro de sí mismo. Ambos se complementan, solo les falta conocerse un poco más.
Sonreí sin ganas.
—Marwan sabe mucho de mí y ni siquiera sé como es que sabe tanto —me miró de reojo, pero siguió guardando las cosas en la maleta—. Y yo no sé nada de él, ni siquiera sé cuándo es su cumpleaños.
—Podrías iniciar con hacerle todas las preguntas que tienes metidas en esa cabecita —sugirió—. ¿En dónde está el pene?
—Se lo llevó Marwan.
—Oh, no hablo de ese —hizo una mueca de asco—. Hablo del que te regalé en tu cumpleaños, es perfecto para que Marwan lo use contigo en su luna de miel.
Sí, en la caja que Legna me regaló, estaba metido un pene de plástico. Al día siguiente de mi cumpleaños, fue muy emocionada a mostrarme todos los niveles que esa cosa tenía. Y también era cierto que tendría “luna de miel”. Según la tradición de Romanova, es que una vez que alguien se case, debe pasar una semana en la academia para asesinos.
Una vil tortura para la socia.
—Lo encontré —mencionó saliendo del guardarropas.
Estaba tan distraída, que no notaba lo que pasaba frente a mí, hasta que ya había pasado.
—Bien pues, ya está —dijo mientras bajaba la maleta al suelo—. Es hora de que vayas al laboratorio y termines con la desintoxicación.
Eso me emocionaba más que mi boda. Saber que iba a estar limpia y que había logrado vencer algo con lo que intentaron hundirme.
—Pero Marwan...
—Él te está esperando en el laboratorio, ni creas que se iba a perder algo tan importante para ti —se acercó a mí y me apretó los hombros para relajarlos—. Eres importante para él. No sé cuánto, pero lo eres.
Asentí. Seguía teniendo los nervios de punta, suponía que así pasaba cuando alguien cumplía un logro en su vida.
Legna me animó a abandonar la habitación y cuando salí, Lombardi ya esperaba por mí.
—Permítame decirle que será la novia más bella de Romanova —me halagó.
Lombardi era de pocas palabras, incluso era muy difícil hacerlo hablar, pero cuando lo hacía, era con mucho respeto.
—Gracias Lombardi —agradecí con una sonrisa.
—Le he dicho que... —aspiró—. Olvídelo, llámeme como más les guste.
Sabía que Lombardi se llamaba “Roderick”, me lo dijo la primera vez que le cambié el nombre, pero ya me había acostumbrado. Además tenía cara de Lombardi.
Me acompañó hasta el laboratorio, sentía los nervios a flor de piel, pero me hacía mucha ilusión ver vacío el maletín de ampolletas. Quizás para muchos eso era algo insignificante, pero para mí era un gran logro. Marwan estaba de espaldas, hablando con un químico que le explicaba algo sobre una sustancia. Yo no quería interrumpir, pero Lombardi le hizo saber que ya estaba allí.
Marwan volteó a verme, me escaneó de pies a cabeza, pero no mencionó nada. Me llevó de la mano al lugar donde Bella siempre me ponía las dosis, Marwan era quien me pondría la última, ya que según él, no confiaba en nadie más. Hizo el mismo proceso que Bella hacía antes de inyectarme.
—No sé si cuente como halago —dijo mientras preparaba la dosis y me daba la espalda—, pero luces tan hermosa, que me dan ganas de llevarte a la cama y no a Romanova.
Me sonrojé. Marwan tenía tanto poder en sus palabras, que actuaban sobre mí de una forma anormal.
Se acercó a mí con la jeringa en la mano, pero se detuvo a observar mis labios. Su mirada era tan oscura y perversa a la vez, me hacía pensar en las cosas más candentes que podían existir. Su olor tan varonil me hacía desearlo, tenerlo cerca..., y pareció entender que eso quería. Terminó dejando la jeringa sobre la mesa y me arrinconó a la pared solo para pegar sus labios con los míos.
Podemos practicar antes de la luna de miel.
Marwan no era de mostrar actos de afecto en público, pero en ese cubículo nadie podía vernos. Mientras me besaba, yo solo podía pensar en una sola cosa; me iba a enamorar de Marwan, iba a poner todo de mi parte para amarlo.