Alexitimia

Capítulo 53

David y yo volvimos del cine, era de noche y hacía un frío terrible. Me prestó su chaqueta, puesto que nos fuimos en la moto y el aire helado golpeaba nuestros cuerpos. La habíamos pasado muy bien, después del cine fuimos a caminar un poco, algo que veía que se hacía normalmente después de una salida. Lo miré en varias películas de esas que vi con Lombardi, así que fui yo quien lo invitó a caminar.

Era muy noche, todo estaba en plena oscuridad, incluso las luces navideñas estaban apagadas. Creímos que de nuevo se pudo haber ido la electricidad, pero no fue así. Me dio curiosidad mirar hacia la casita de mi padre y pude ver a mi madre frente a ella, puesto que llevaba una bata blanca. David me había hecho esperar afuera, mientras que él iba a encender las luces para evitar que yo tropezara.

—Listo, ya podemos entrar —volvió por mí.

Yo de verdad quería pasar más tiempo con él, porque no me había cansado de hacerlo, pero creció un sentimiento dentro de mí, que no podía entrar y dejar a mi madre afuera, sola, en la oscuridad y hablando con una tumba.

—Gracias por este día, David —suspiré—. Pero creo que por el momento, hay otras cosas más importantes que debo enfrentar —miré hacia la tumba, para que él me entendiera.

—Estaré en mi habitación y la puerta quedará abierta para ti, por si me necesitas.

Asentí y lo abracé. Yo sabía que sí lo iba a necesitar, porque aún no aprendía cómo era estar sola.

Caminé mientras abrazaba a mi cuerpo, rodeé el lago y llegué hasta la banca en la que ella se encontraba sentada. Me posicioné a su lado, con la vista hacia donde ella la tenía, la tumba de mi héroe.

—Yo lo amaba mucho —habló de repente—. Era un creído y arrogante, pero me enamoró. Fue un buen hijo, un grandioso esposo y un excelente padre.

Ahí estaba de nuevo, esa nostalgia dentro de mí. El tema de mi padre, seguía siendo muy filoso para mí.

—Si tanto lo amabas ¿Por qué dejaste entrar a nuestras vidas a su asesino? —volteé a verla. Estaba tranquila, pero tenía un montón de preguntas tormentosas en mi cabeza.

No respondió a mi pregunta.

—Tú y tu papá, compartían el mismo pensamiento —suspiró y miró hacia el cielo—. A los dos les gustaba guardar secretos para no generar compasión o lastimar a quienes más querían. Y hasta ahora me doy cuenta que fui una pésima esposa y madre. Si yo les hubiese puesto más atención, quizás todo habría sido distinto.

—No te atrevas a manchar la memoria de mi padre, solo para limpiar tus malos actos —me levanté de la banca y la señalé—. Él no escondía secretos, no a mí.

Ella se levantó después de mí.

—Jamás mancharía la memoria de mi gran amor.

—Pero sí pudiste aliarte con su asesino ¿No? —la voz se me rompió—. ¿Sabes que me me ofreció drogas, mamá? ¿Sabes que me volví adicta a lo que él me dio y que me costó seis meses de recuperación?

Ella negó llorando.

—Yo no te odiaba, mamá —la voz se me quebró—. Yo te admiraba. Una mamá de puta madre, viuda, con el dolor de una pérdida tan grande, y aún así, sacando adelante a sus dos hijos caprichosos. Te admiraba, porque no solo cargabas con tu dolor, sino también con el nuestro. Te admiraba porque jamás dejaste que te viéramos caer, por más rota que estuvieses por dentro. Yo crecí queriendo ser como tú, así de fuerte. Quería que me vieras y te sintieras orgullosa de mí —lloré—. Yo no sabía que era diferente, yo no quería que me vieras distinto a mis hermanos. Y yo sabía que había algo en mí, por algo me analizaban tanto. Por eso no quise que fueras conmigo a esa última cita, porque muy en el fondo de mí, yo quería seguir siendo tu niña, no tu hija trastornada.

—Hija... —quiso tocarme, pero me aparté.

—Por eso le pedí a Leonel discreción, porque no quería que me vieras diferente. Me fui con un vacío aquí dentro —señalé mi corazón—. No podía saber porqué lo sentía, pero ahora sí lo sé. Me iba para protegerlos de mí, sin importarme cuán sola me iba a encontrar llegando a España. Me alejé de ustedes, pero no imaginas cómo dolía no verlos. No imaginas cuán difícil fue para mí adaptarme a una nueva vida, deprimida, ansiosa y sola. Hasta que conocí a mi mejor amiga —me limpié las lágrimas.

—Nunca te habría visto diferente.

—Lo hiciste cuando te grité a la cara, que me comí al asesino de mi padre —sollocé—. Lo hiciste cuando David te dijo que era alexitímica.

—Jamás habría podido verte diferente. Eres mi hija, mi sangre, lo único que me hace sentir cerca de tu papá. ¿De verdad crees que todo lo que hice fue porque te miré distinto? —se acercó más a mí —. Lo de Daniel no fue decepción hacia ti, sino hacia mí. Yo te fallé como madre y le fallé a tu padre.

—El proteger al asesino de mi padre, sí es tu fallo —escupí—. Pero el que yo haya dejado que se metiera entre mis piernas, fue cosa mía —apreté los dientes con coraje—. No me metí con él por gusto, mamá. Lo hice para pagarle el que haya matado al asesino de mi mejor amiga. Y te juro, que lo volvería a hacer si ese hijo de puta volviera a nacer. Lo volvería a hacer, solo para que Daniel lo volviera a matar.

Me rompí. Caí al césped, de rodillas y abrazaba mi estómago para intentar calmar los espasmos. Gritaba con dolor y con coraje a la vez. Ella también se hincó y se encargó de abrazar mi cuerpo destruido.

—Todos se van, mamá —sollocé—. Me los mataron, me hicieron pedazos. Mi papi era lo que más amaba en esta vida y me lo quitaron. Nicole era mi mejor amiga, la hermana que nunca tuve y me la quitaron. No es justo, mamá. No es justo que la vida me haga mierda. Siempre me pregunté porqué mejor no me llevaba, si tanto me odiaba. Me quitó muchas oportunidades de ser feliz, porque también me trastornó. Y no entendía nada —seguí—. Dos veces quise irme de aquí y no me lo permitió. Yo solo quería paz, quería estar con mi papá, que me abrazara y me dijera que ya nunca nadie podía hacerme daño, porque estaba en sus brazos.

Estaba envuelta en una capa de sufrimiento, sentía cómo me quemaba la garganta cada que soltaba lo que me guardé por años.




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