Aleya

Capítulo II: Una Propuesta Esperada

Aleya

La noche anterior no pude dormir nada, estoy demasiado ansiosa por la reunión que se llevará a cabo el día de hoy, adiós a mis largas noches viendo series, adiós a comer helado a la hora de la cena. 

Me ha llegado el momento, mi libertad morirá el día de hoy, tendré que renunciar a mis predilecciones para unirme con, sabrá Dios quién. 

Solo espero que no sea un viejo o un ogro, peor, un viejo ogro. 

—Qué asco —exclamo con solo pensarlo. 

Quise investigar un poco, sin embargo, me contuve. La primera imagen que tendré de él será cara a cara, eso lo hará más emocionante o al menos eso espero. Lo que sea por mantener viva la llama de la, ¿pasión? Agh, ni sé en qué estoy pensando. 

Cavilaciones locas dado mi falta de sueño, no ha pasado ni un día y ya me estoy arrepintiendo de aceptar. Soy una mujer fuerte, yo puedo hacerlo. 

Y para demostrar mi punto, me vestiré como si quisiera devorarme el mundo. Usualmente, voy al trabajo con pantalones elegantes y tacones bajos, pero hoy será diferente, quiero causar una buena impresión, verme irresistible. 

Cuando me miro en el espejo, considero que cumplí con mi objetivo, tengo puesto un vestido negro entallado, adecuado para el funeral de mi libertad, unos tacones rojos de más de once centímetros, una cartera del mismo color, y mi cabello sujeto en un peinado elegante. 

Bah, a quien pretendo engañar, ni sé peinarme. Solo me hice una cola de caballo que despeja mi rostro permitiendo que mis facciones se aprecien mejor, mis labios carmín completan el atuendo. Me veo sensual y joven. 

—¿Se me verá gordo el trasero? —Me pongo de medio lado intentando verlo—. No, solo se ve apetecible. 

Aunque tal vez deba considerar dejar de comer dulces de noche, no me estoy haciendo joven y los pequeños rollos en mi cintura son la prueba de ello. 

El primer reto que enfrentaré este día es bajar las escaleras de casa sin romperme el cuello, no tengo experiencia utilizando zancos de este tamaño, por lo que me demoro más de lo usual en llegar al primer piso. 

—Sana y salva —exclamo al bajar el último escalón. 

—Señora Amaia, supuse que no vendría a la casa —escucho que alguien dice por lo que me viro—. Perdón, señora Aleya, la confundí con su hermana. Es extraño verla así tan… sofisticada. 

Espera, ¿qué? Tampoco es como si me vistiera como un habitante de calle. 

—Pero me veo bien, ¿no? —Incluso doy una vuelta para que me aprecie—. Sé honesta. 

—Está muy bonita, señora. Lamento la confusión —Se aleja antes de que pueda interrogarla más. 

Como no está ninguna de mis hermanas en casa y no confío en nadie más, debo salir de casa, así como estoy, me siento un poco incómoda, pero hermosa como hacía años no me sentía. Espero no verme ridícula porque eso solo haría que el bochorno sea peor. 

En la entrada de la mansión me encuentro con el jardinero, un joven muy trabajador. Lo saludo como cada mañana, no obstante, me queda viendo como si fuera una aparición. 

Esto debe ser una broma, ni que me hubiera operado. 

—Señora, este… —carraspea un poco—. Se ve hermosa, casi no la reconozco —expresa. 

—Gracias, querido —Le lanzo dagas con mis ojos. 

Subo a mi auto antes de que explote del enojo y me desquite contra alguien que no tiene la culpa, debí vestirme como todos los días y no hacer este papelote delante los demás. No regreso a quitarme la ropa porque y es muy tarde y lo que menos quiero es dar una mala impresión, con mi vestido es más que suficiente. 

¿Lo peor de todo?, es que vine a casa, a cambiarme exclusivamente para mi cita matrimonial y ahora debo conducir como loca en medio del tráfico de la ciudad. 

—Me lleva el que me trajo —murmuro cuando faltan cinco minutos y me faltan unas cuadras—. Amaia me matará. 

Aparco a las malditas seas faltando un minuto, lanzo las llaves al guardia de seguridad y a gritos le pido que lo estacione bien por mí. Todos me miran extrañados y no creo que sea solo por mi atuendo, puede que sea porque no todos los días ven a una de las jefas corriendo como animal recién nacido hasta el ascensor. 

—Oh, no —jadeo al verme en el espejo del elevador. 

Rebusco en mi bolso por paños para limpiar el sudor de mi rostro y el labial corrido, me he vuelto un desastre en pocos minutos. Antes de que las puertas se abran logro verme un poco más decente, sin embargo, en medio de mi afán por salir, tropiezo y caigo al suelo. 

Logro poner mis manos y evitar golpearme el rostro, en el proceso mi cartera cae regando el contenido por todo el piso. 

«¿Es que no podría pasarme algo peor?», pienso al ver desastre que he causado. 

—Levántate, llegas tarde —Me regaña Amaia. 

—Voy. 

Recojo mis cosas tan rápido como puedo y la sigo hasta su oficina, antes de ingresar me toma del brazo y me detiene. 

—Te amo, Aleya, y sabes que no tienes que aceptar si no quieres —Me recuerda—. No obstante, no tolero que seas impuntual, tuve que mentir sobre tu ausencia y no me gusta eso. 




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