Aleya

Capítulo III: El dilema de las voluntades

Aleya

Hoy me reuniré con mi querido prometido, será la primera vez que nos veamos luego de firmar aquel acuerdo de unificación. Normalmente, soy bien portada, un poco loca, pero bien portada. Sin embargo, hoy seré una chica mala y dado que a Max no le gusta que me vista provocativa, lo haré con mucho más gusto. 

Cenaremos en un restaurante, será el primer avistamiento de nuestra unión y estoy algo nerviosa. Siendo honesta, esperaba que mi reencuentro con el hombre que sacudió mi mundo fuera un poco más… caliente. No obstante, me alegra que haya sido así porque de ese modo nos evitaremos inconvenientes. Al ser viernes, salgo más temprano de la oficina y conduzco hasta el centro comercial más cercano para comprar el atuendo de esta noche. Quiero algo que grite sensualidad y elegancia, que haga que todos los hombres y mujeres volteen a mirarme. ¿Estoy mal por hacer eso?, no lo creo. 

Camino por los atestados pasillos escaneando las tiendas hasta que uno llama mi atención, o mejor dicho, el vestido que está en la vitrina lo hace. Es justo lo que busco. 

—Buen día, ¿en qué puedo ayudarla? —Me pregunta una dependienta. 

—Quiero ese vestido —señalo el que llamó mi atención—. En talla M. 

¿Qué puedo decir?, las comidas chatarra me están pasando factura. 

—Ese vestido es de diseñador, señorita. Puedo ofrecerle opciones que se ajusten más a su… economía. 

La miro estupefacta por lo que acaba de decir, ¿acaso duda de mi capacidad adquisitiva? Mi boca se abre para dejar salir una retahíla sobre no suponer nada sobre las personas que ingresan, pero otra trabajadora se acerca y le pega un codazo. 

«Espero que le haya dolido, así como dolió mi ego», pienso. 

—Lamento la indiscreción de mi compañera, señora Bastión —Vaya, parece que me conoce—. La invito a pasar a la sala de espera en lo que traigo su vestido —Extiende la mano para que la siga. 

—Gracias, querida —Camino y cuando paso al lado de la indiscreta susurro: —No asumas lo que no debes, niña. ¿No sabías que los ricos tenemos gustos exquisitos? 

Si no fuera así, nadie compraría las prendas inusuales que algunos diseñadores idean. 

No la culpo del todo por suponer que no podría pagar el vestido, digamos que hoy me puse un pantalón negro y una blusa blanca de satín, tacones bajos y carteras. Paso por una persona normal y no como una de las herederas de un imperio. No es nada costoso, solo compro prendas de elevado costo cuando tengo que asistir a un evento importante. 

Tomo asiento en los lujosos sillones, una copa de champaña es dejada a mi lado y la degusto mientras espero pacientemente que la mujer regrese con mi pedido. A los minutos lo hace, ingreso al vestidor, retiro mis prendas y dejo que la suave tela caiga sobre mi cuerpo. 

Me gusta cómo luzco. 

Es un vestido negro con escote en V, tiras delgadas con pedrería cruzan la espalda por lo que no podré utilizar brasier, cae delicadamente hasta mis tobillos. ¿Lo mejor?, las aberturas a los lados que le dan ese toque sensual que quería. Me queda ajustado a la cintura y no hace nada por ocultar las anchas caderas que me gusta presumir. 

Estoy matadora. 

—Me llevo este —Le informo a la chica que me espera afuera. 

—¿Le gustaría ver accesorios? —inquiere. 

—Sí, elige los que quieras. Confío en ti. 

Cuando regresa trae consigo tacones plateados y una cartera con piedras similares a las del vestido. Pago lo que he comprado y salgo del centro comercial rumbo a casa para prepararme para lo que me espera. Entro con sigilo no queriendo que mis hermanas se den cuenta de que he llegado, estoy segura de que intentaría disuadirme de no cometer una locura y esta vez no quiero que nadie haga el papel de conciencia. 

Estoy terminando de quitarme la ropa antes de entrar a la ducha cuando un mi celular suena anunciando un mensaje entrante. 

Max: Pasaré por ti a las ocho en punto, no tardes. 

¿Será que come limón?, no entiendo el motivo de su amargura, ni un hola ni nada. Es un grosero, pero yo seré peor y no le responderé.

Pongo música relajante, agarro la botella de champán que tenía en el baño y me sumerjo en la bañera para dejar que todo el estrés sea llevado por el agua. Dormito por lo que parecen unos minutos, hasta que el insistente sonido de mi celular me saca de mi somnolencia. Con los ojos borrosos logro ver la hora, son las ocho. 

—Ay, me va a matar —exclamo mientras salgo del agua. 

Casi me voy de cabeza al suelo por la prisa y el agua que cae de mi cuerpo. El nombre de Max aparece en la pantalla y con temor respondo. 

Te dije que no tardaras —Es lo primero que dice cuando respondo—. Tienes cinco minutos. 

¡Colgó! 

—Te odio —Me quejo. 

Me echo crema a toda marcha, perfume y algo de maquillaje antes de pasar el vestido por mi cabeza. Considero cambiar los zapatos por otros, dado que no solo estoy somnolienta, sino algo borracha. Sin embargo, no tengo otros que combine y rogándole al universo que me proteja de todo mal, salgo de mi habitación. 




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