Aleya

Capítulo IV: Hijo de…

Aleya

La resaca del día siguiente solo me hace sentir más miserable, ni siquiera es que haya llegado hasta el punto de estar borracha, pero el alcohol y yo no somos buen equipo. Ojalá pudiera quedarme en casa sin hacer nada, sin embargo, me espera una «gran noche», nótese el sarcasmo. 

Y que la fiesta de esta noche salga bien, requiere que yo me esfuerce más de lo usual y haga mi trabajo. Me levanto con pesar de la cama, dejo que el agua helada alivie mis males y vistiéndome con un conjunto de ropa deportiva salgo de mi habitación rumbo a la cocina. 

¿Quién no tiene ropa deportiva en su closet a pesar de no hacer ejercicio?, espero no ser la única con esas costumbres. 

—Buen día, señora —saluda la mujer de la cocina. 

—No grites, por favor —ruego—. Me estoy muriendo. 

—No sea dramática, señora —Me regaña—. Le daré la cura contra su mal. 

—Te amaré el resto de mi vida. 

Se mueve por la cocina con maestría, saca una cosa de por allí, otra de por allá y pronto tengo delante de mí un vaso con una bebida de color extraño. 

—Si me matas, quiero que sepas que no ganarás nada —amenazo. 

—Venderé toda su ropa en eBay. 

—Espero que al menos te den buen dinero. 

Contengo la respiración y bebo aquel líquido milagroso, logro saborear los restos en mi lengua y solo puedo decir una cosa: 

—Sabe a muerto. 

— A ver, ¿cuándo comió usted un muerto? —pone sus manos en su cintura mientras me reta. 

—Nunca, pero me imagino que el sabor sería similar. 

Niega con la cabeza como si estuviera cansada de mí. ¿Qué puedo decir?, parece que provoco eso en las personas. Si no que le pregunte a Max. 

Pensar en él aviva mi malestar, quisiera tomar su cuello y retorcerlo entre mis manos, pero soy demasiado buena como para ir a la cárcel. Además, el naranja no es mi color. 

Una vez me siento mejor, conduzco hasta el salón donde el evento se llevará a cabo con el fin de terminar de coordinar lo que se supone será el mejor evento de la corporación Bastión en lo que va del año. 

—Señora Bastión —Uno de mis ayudantes me llama—. ¿Ponemos el fucsia con el rojo? —eleva los dos tipos de telas para que pueda apreciarlos. 

Ay, mis pobres ojos fueron lastimados por la horrorosa combinación. 

—No, no y no. ¡Sacrilegio! —exclamo—. Retira eso de mi vista, y no te atrevas a juntarlos —ordeno. 

—Como usted mande —corre despavorido lejos de mí. 

Cielo santo, ¿acaso tengo que hacer todo yo misma? 

Faltando unas horas para que comience la ceremonia, salgo de ese lugar estando contenta con el resultado, puede que haya sido un poco demandante, pero era necesario si quería que se viera bonito y refinado. Todo lo que no soy. 

Y es por ese motivo que conduzco hasta una tienda especializada que se encarga de transformar gusanos como yo en hermosas mariposas listas para presentarse en la sociedad. Incluso tienen un servicio de baño con exfoliación y masaje incluido, uno que aprovecho. 

Cuando mi piel está suave como la de un bebé, me pasan al salón donde me hacen un peinado elaborado, luego me entregan un vestido rojo oscuro con algunas transparencias y los demás accesorios para combinar el atuendo. Cuando me miro en el espejo casi no me reconozco, se nota que hay una producción más experta de por medio. 

Digamos que mis colas de caballo y pantalones se quedan en pañales en comparación con la magia que estas mujeres hacen. 

—Gracias, bellas damas. Parezco una reina —Les digo feliz con el resultado. 

—No hicimos gran cosa, usted es hermosa de por sí —adula.

Si no me hubiera visto esta mañana cuando me levanté pude haberle creído, pero su trabajo incluye hacer sentir bien a las personas que arregla y no soy nada para impedir que lo haga. De todas formar, recibir un halago no le hace daño a nadie. 

—Gracias, querida —comento como toda una dama. 

Conduzco de regreso al salón con el tiempo justo para comprobar una vez más que las cosas estén marchando bien, los invitados llegan, mi hermana da un discurso que ignoro porque justo en ese momento un mensaje entrante me amarga el rato. 

El idiota de mi casi esposo: Voy llegando al evento. 

¿Y a este quien lo invitó? 

Yo: Pon la dirección equivocada y piérdate. 

Me avergüenza un poco comportarme así con él, sin embargo, Max saca lo peor de mí. 

El idiota de mi casi esposo: Si alguien te dijo que eras graciosa, te mintió. Hay cosas que aún tenemos que hablar. 

Yo: Tú puedes hablar, yo te ignoraré. 

Y es lo que hago, sigue mandando mensajes que no abro. Lo que tenga que decirme que sea de frente, así puede ver de primera mano cómo lo ignoro por completo. 




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