Aleya

Capítulo V: Chispas de Desacuerdo

Aleya 

Nunca me imaginé estar preparando mi propia boda, eso de hablar mirando hacia arriba y que te escupa en la cara es real y no se siente nada bien. Me he estado comiendo las uñas luego de que me dijera que su madre vendrá para que organicemos la boda. 

—No puede ser tan malo, ¿cierto? —Le pregunto a Ema. 

Deja el trapo con el que estaba secando los platos y se gira a mirarme.

—No será malo —pronuncia—. Será malísimo, señora.  

—¡Ema! —Me quejo—. No ayudas a tranquilizar mis nervios. Esta vez mi muerte será real, y regalaré mi ropa antes de que puedas venderla. 

—No morirá, puede que la lastime un poco, pero no dejará a su hijo viudo antes de la boda. Al menos no es lo que yo haría. 

—¿Qué más harías tú?

—Dejaría que se casara con mi hijo y luego si la mataría, así al menos a él le quedaría la herencia. 

—Eres perversa, Ema. Ya no comeré tu comida. 

—Entonces moriría de hambre, usted no cocina ni aunque su vida dependiera de ello. 

—Me caes mal —murmuro. 

—Me ama. Ahora vaya y confronte a esa señora, estoy segura de que se la ganará. 

—Quisiera tener tu optimismo, Ema. 

—Y yo su dinero —bromea. 

O al menos espero que sea una broma. 

—Si todo va mal, te enviaré un mensaje para que me llames inventando que algo grave ha pasado. 

—Ay, en las que usted me pone. Espero que no sea necesario. 

—Espero lo mismo. 

La noche anterior el idiota me mandó un mensaje diciéndome que su madre ya estaba en el país y que nos veríamos hoy en una cafetería para comenzar con el proceso. 

Una semana entera ha pasado desde la fiesta, los dos nos hemos ignorado por completo desde que peleamos por su estupidez al haber insinuado que tenía problemas con la bebida. Sus palabras me afectaron más de lo normal, y desde esa vez no he bebido ni un trago de vino. En el fondo, me aterra que sus palabras se hagan realidad. 

Ninguno de los dos hemos pedido disculpa al otro, demasiados orgullosos para reconocer nuestros errores y me preocupa lo que será de nuestro matrimonio si seguimos así. Me niego a vivir en una guerra constante, uno de los dos deberá ceder primero. 

Y no seré yo. 

¿Qué puedo decir?, no es mi culpa ser que él haya sido el primero en atacarme. Yo fui un alma buena que se defendió. 

Conduzco hasta la cafetería luego de haber desayunado, es mejor enojarse con el estómago lleno, así el coraje no da tan duro. La mañana está hermosa, el cielo despejado indica que no lloverá pronto, eso significa que el clima no será una buena excusa para marcharme si veo todo perdido.

«Mamita, apiádate de mí», pienso bajando del auto. 

 Ingreso al lugar y el olor a dulces es lo primero que me recibe, creo que cualquier apetito se despertaría con este aroma. 

No conozco a mi futura suegra, pero me imagino que debe ser la señora que toma café como si fuera la reina de España, cuya ropa parece más cara que mi auto y que mira a su alrededor con una expresión de molestia. 

Se ve demasiado «amable» y me temo que debí ponerme algo más elegante que mi jean roto y mi camiseta blanca. Sin embargo, preferí mostrarme cómo soy en realidad y no vender una imagen que no tengo, eso lo dejo para las reuniones de negocios. 

—Buenos días —saludo llegando frente a ella. 

—Buenos días, no tengo dinero para caridad —exclama. 

¿Tan mal me veo?, si incluso me bañé y peiné. 

—No estoy pidiendo limosna, soy la prometida de su hijo —explico. 

—Oh, esperaba alguien más… exquisita —comenta. 

Parece que la manzana no cae muy lejos del árbol, su hijo mira de la misma manera que ella. Ya sé de donde salió tan juzgón. La mujer tiene el cabello negro, y los ojos grises. Es hermosa y los años que tiene no se notan en su cara, hay pocas arrugas. 

—Yo esperaba alguien menos… estirado —Le regreso la pulla.

Nos desafiamos con la mirada, un duelo tan intenso como si estuviéramos en el medio oeste a punto de sacar nuestras armas y disparar al enemigo. 

—Siéntate, querida. Hay mucho por hacer. —Se rinde primero—. Amélie Márquez —Se presenta.

—Aleya Bastión —Acato el mandato tomando asiento frente a ella.  

Ordeno un té para que ayude a bajar las bilis de molestia que empiezan a surgir de mi estómago. Espero pacientemente a que traigan mi pedido, ninguna emite palabra hasta que he dado el primer trago. 

 —¿Por dónde comenzamos? —tomo la iniciativa. 

—Por un momento contemplé la posibilidad de contratar a una experta, pero prefiero hacerlo yo misma, no todos los días se casa mi único hijo. 

—No tengo problema con ello, sin embargo, opinaré y elegiré lo que a mí me guste —aclaro. 




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