Ver a su hija jugar en la sala de su casa la llena de una alegría inmensa, esa alegría que no se puede comparar con nada en este mundo, porque un hijo es algo maravilloso. Lía Isabel es una combinación exquisita entre sus padres, tiene rasgos tan hermosos que siempre que llegan a un lugar todos la miran y cabe anotar que no es solo por su belleza, sino también por esa forma tan extrovertida de ser que atrae miradas llenas de sonrisas y ternura, es que parece el norte magnético para que todas las brújulas apunten hacia ella.
Y es que la sala de su casa nunca se ve completamente ordenada, como envidia esas casas donde todo parece de revista, siempre en orden y con una estética envidiable. En algunos momentos extraña el pequeño apartamento que tenía unos años atrás, cuando aún vivían sus padres y ella estaba casada con Volker, era pequeño pero acogedor, moderno y elegante, siempre todo estaba en su sitio. Claro, solo eran dos adultos que prácticamente llegaban a dormir.
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En aquellos días todo era calmado, armonioso y muy, pero muy placentero. No se podría asegurar a ciencia cierta quien tenía un mayor apetito sexual, era un dar y recibir placer constante, aunque la finalidad fuera meramente recreativa porque habían planeado tener hijos en otro momento, cuando algunas cosas estuvieran en su lugar. Pero nunca lo estuvieron, Volker nunca pudo concretar su sueño de establecer un restaurante en el centro de Cartagena, nunca pudo conseguir un local que se ajustara a su austero presupuesto y cuando intentó hacer sociedad con otros de sus connacionales simplemente no se podía, era realmente imposible ponerse de acuerdo con él, ninguno de sus "amigos" lo soportaba, era realmente irritante.
Jacquie nunca supo si se casó enamorada de Volker o de lo que él le hacía sentir. Ahora piensa que simplemente se dejó llevar de la emoción, de la atracción física, de lo que sentía cuando estaban juntos, porque si alguna vez sintió amor ahora no quedaba nada. De algo estaba segura, eso no era amor, tal vez enamoramiento.
Es que todo fue tan rápido. Se conocieron en septiembre, el regresó en enero por tres semanas. Luego volvió para su cumpleaños en mayo, por dos semanas más y cuando regresó en agosto vino con una propuesta de matrimonio que debía concretarse antes de tres meses para no tener que volver a su país y poder sacar la visa lo más rápido posible.
En esa época de su vida llegó a pensar que adoraba las rosas, porque él siempre le llevaba rosas, en un inicio fueron rosadas, pero después fueron rojas, porque según él, simbolizaban el gran amor que le tenía y, aunque las rosas son hermosas ella tenía un gusto diferente, prefería flores menos convencionales, siempre que podía compraba "Ave del Paraíso" o "Heliconias" y hasta le gustaba comprar "Ginger", pero para él esas eran horribles.
─ Eso no son flores, son plantas del monte, solo hojas de colores que le quitan elegancia a nuestra casa. ─ el gesto de su rostro era de completo desagrado y los ojos parecían hielo, completamente fríos, sin rastro de ese amor que decía tenerle.
─ Pero a mí me parecen hermosas, tan salvajes y coloridas, todas unas guerreras que pueden sacar lo más bello en medio de lo silvestre. ─ Aseguró Jacquie, acomodando tres bellas flores en un sencillo jarrón, sobre una mesa enana que tenían en la esquina de la sala.
─ Entonces se parecen a ti, salvajes. ─ Cuando lo dijo sonó muy molesto, pero cambió el gesto y la posición de su cuerpo volviéndose seductor, así la tomó por la cintura y la talló contra su cuerpo, frotándose para que sintiera su creciente erección al tiempo que olfateaba su cuello y la hacía perder el sentido con esa forma de tocarla que solo él conocía.
Durante los dos primeros años todo fue maravilloso, salidas a tomar algo, comidas en restaurantes, deliciosos platillos cocidos en casa de recetas alemanas exquisitas, fines de semana fuera de la ciudad, en fin, la vida de recién casados que muchos envidian. Volker vio como ella se recibía de administradora de empresas en la Universidad, título que recibió con honores y celebraron con su familia. Su madre ya estaba enferma en esa época, ese maldito cáncer de mama que no dejó que luchara, porque ya era muy tarde, solo pudieron hacer tratamientos paliativos, su condición era muy avanzada y nada se podía hacer.
Así que solo dos meses después de su grado, su madre murió dejando un dolor grandísimo en su interior, su madre era la mejor del mundo siempre dispuesta dar todo por sus hijos. Siempre presente para ellos en todos los sentidos, un ama de casa insuperable, una esposa perfecta y una madre sin igual. Cuando alguien decía "madre solo hay una" ella respondía "la mía".
Sus días de llanto fueron largos, pero no tuvo tiempo de reponerse cuando su padre sufrió una isquemia cerebral fulminante, que lo dejó unas pocas horas en estado vegetal para luego llevárselo tan rápido que solo pudo sumar su dolor al que ya tenía entre pecho y espalda.
Esto no solo le dejó el dolor de la pérdida, sino también la responsabilidad de sus hermanos de dieciséis años, Johana y Javier eran gemelos que no se parecían en nada, no solo en lo físico, sino también en temperamento y gustos.
Ante esta nueva realidad tomaron la decisión de mudarse a la casa donde habitaba su familia y donde ella vivió desde sus 5 años hasta que se casó con Volker.
Siempre recordaba lo difícil que fue para sus padres decir el nombre de su esposo, ellos no podían pronunciarlo y ella solo les escribió un día la forma como debían pronunciarlo "folca".
Siempre que decían su nombre reían porque debían recordar la forma de pronunciarlo.
¿Qué hacer cuando hay tanto dolor junto?
Solo se puede seguir adelante, la vida sigue y muchas cosas siguen su curso, otras cambian y vaya que cambian.
Cambió.
Si, Volker cambió. Dejó de ser el hombre amable y cariñoso, para ser uno frió y distante. La pasión que se encendía con solo miradas ya no existía, por lo menos de parte de él. Los silencios eran eternos entre ellos. La convivencia se volvió monótona y el sexo era nulo. Su relación estaba muerta, no había nada.