Algo bonito

Capítulo 1

¿Qué es lo mejor de Castacana?

Los dolores de cabeza siempre empiezan con problemas, los problemas con preguntas y las preguntas con, en mi caso, la profesora de Literatura. Releí la pregunta escrita en el encabezado de la hoja e hice un fracasado intento por responder. Obviamente nada salió de mi estrujado cerebro. ¿Es que acaso no era suficiente el ensayo que había escrito sobre los días de invierno?

La nieve cae como si de espuma se tratase, inundando los frentes de las casas, sus tejados...

Mierda, pensé. ¿Por qué siquiera estaba pensando en el invierno? Tenía derecho a disfrutar mis cortas vacaciones de verano. Tres semanas, como fuera.

—¡Chris! —gritó Daniel haciendo que mi impaciencia llegase al límite.

—¿Qué? —espeté apretando el lápiz entre mis dedos.

—Dice mamá que bajes, necesita hablar contigo —rió.

A pesar de estar al otro lado de la puerta de mi habitación y no poder verlo, supe que una sonrisa significativa y burlesca florecía en medio de su rostro.

Quité la mirada de la hoja vacía, excepto por el título, y apreté una mano contra mi frente. ¡Al diablo con la tarea! Tenía dos semanas más para terminar de escribir una carilla sobre lo mejor del maldito lugar donde había nacido.

Oí un sonido tosco aporrear la puerta y detrás apareció Daniel, mi hermano mayor y, gracias al cielo, el único.

—Apúrate, parece enfadada. —La sonrisa se intensificó al verme y arqueó sus cejas con evidente curiosidad—. ¿En qué te metiste ahora, Chris? —se carcajeó.

—En nada que te incumba —resoplé en el momento en que varias imágenes de la fiesta de la noche anterior golpearon detrás de mis párpados.

Esquivé a Daniel y salí de mi habitación con él detrás; pude oír sus pasos y su risa no disimulada a centímetros. Diviértete a mi costa, imbécil, pensé apurando el paso.

—¿Hiciste otra fiesta en casa? —indagó cuando empecé a bajar la escalera.

—No.

—¿Saliste sin permiso?

Quise reír por su pregunta. ¿Se creía que yo aún tenía diez años?

—No.

—Oh, vamos. Tus respuestas no suenan creíbles, ¿lo sabes? —Seguí bajando, ignorándolo—. Escuché a mamá decir que había encontrado una braga bastante minúscula debajo del sofá. Según dijo, no es de ella. Tampoco es mía, mucho menos si es de color amarilla. ¿Es tuya? —siguió insistiendo, con la ironía subyaciendo en su tono de voz.

—Cállate —gruñí.

—¿O qué? Diablos, Chris. ¿Mi inocente hermanito desnudando chicas en nuestra casa? Es muy irrespetuoso de tu parte, considerando que la sala es un espacio familiar. Joder, Chris, es donde armamos el árbol de Navidad cada año. ¿Allí tuviste sexo?

—Cierra tu maldita boca.

Salté los dos últimos escalones y caminé hacia la sala.

—¿Siquiera recuerdas el nombre de la pobre e inocente chica?

Reí sarcástico. Mia era de todo menos pobre e inocente. Ella se había ofrecido a mí, no al revés. Mierda, pensé, incluso ella había sugerido hacerlo en la sala.

Me detuve antes de entrar a donde estaba mi mamá y enfrenté a Daniel.

—Hice una fiesta anoche. Tuve sexo con Mia. Y sí, la braga es de ella. ¿Satisfecho? —murmuré diciendo la verdad sin recato y acentuando las palabras que tanto había remarcado él al hablar.

—Claro, satisfecho —declaró mientras su sonrisa se ensanchaba—. Pero creo que alguien no lo está —añadió, y mirando por encima de mi hombro hacia atrás, elevó las cejas.

Apreté los dientes mientras giraba sobre mis talones y me preparé para ver de frente a mi madre. Diablos, quise gruñir. Ella estaba bajo el umbral, con las manos en sus caderas y el ceño tan fruncido que hacía difícil la visión de sus ojos.

—¿Me voy por un fin de semana a Weakland, por trabajo, y haces una fiesta? —Su pregunta fue retórica, lo supe apenas abrió la boca. Solo fui capaz de mirar el suelo—. ¿Qué pasó con el «no mentiré más, mamá»? —preguntó usando un tono de voz distinto al suyo, repitiendo mis palabras de días atrás cuando le prometí que no mentiría más.

—Mamá, yo...

—Y no solo eso —me interrumpió—. Sino que también dejas la casa desordenada y cuando llego encuentro una braga ajena en el medio de la sala. ¡Impresionante! —exclamó con sarcasmo—. Al menos dime que te cuidaste, Christopher —agregó entrecerrando los ojos y haciendo obvio su enojo.

—Lo hice —asentí.

—¿Con quién? —continuó.

Sí, era cierto. Mi madre me acababa de preguntar con quién había tenido sexo. Tragué con fuerza. Desde que tuve edad para saber sobre el tema, ella se había encargado de asesorarme detalladamente; dándome la típica —y en ese momento, vergonzosa— charla sobre enfermedades de transmisión sexual, los anticonceptivos y lo que un descuido podía provocar. No quiero ser un padre tan joven, le había dicho a mi madre al oírla aquel día. Entonces usa condón, había replicado ella.

Sin duda, mi madre había cumplido bastante bien su rol de padre. No solo porque había reemplazado a mi inexistente padre, sino porque además yo aún no tenía hijos. A Dios gracias. ¿A quién le gustaría ser padre con diecisiete años? Jodidamente a mí no.

—Mia —le respondí nervioso, volviendo mis pensamientos al presente, específicamente a su pregunta nada encubierta.

—¿Mia qué? —cuestionó.

—Mia Lubort —susurré.

—¡¿Lubort?! —rugió, repentinamente, ella—. ¿La hija de Jack Lubort? ¿En serio, Chris? ¿Te acostaste con la hija del jefe de policías? ¿Crees que es divertido? Él podría enviarte a la cárcel si se entera que te metiste con su hija.

—Pensé lo mismo —intervino Daniel acercándose más.

—Cállate, Daniela ―espeté respirando con dificultad.

—Tienes una rara obsesión con las pelirrojas. La vez anterior fue Camila, ahora Mia. ¿Quién será luego, Ellie Dawson? Oh, cierto. Ella no podrá ser, es una súper modelo americana con la que solo fantaseas en las noches —me provocó sin dejar de reír.




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