Media hora después me fregué la frente con el puño de mi mano, sintiendo la transpiración desaparecer de mi piel.
—Terminé —exclamé entrando a la cocina con una expresión de victoria.
Al instante las voces en el interior cesaron. Frente a mis ojos estaba mi madre, sentada junto a Santana, cercana una a la otra como si hubiesen estado compartiendo un secreto militar.
Santana adoptó una expresión vacía cuando su mirada se encontró con la mía; mi mamá solo sonrió enternecida.
—Perfecto, Chris. Aquí con Santana ya terminamos de lavar las vajillas. Eres libre —declaró mi mamá, señalándome a la vez que extendía los brazos dando a entender mi supuesta libertad.
—Ya oíste —murmuré a mi amiga—, vayámonos antes de que inspeccione mi limpieza y me obligue a repasar. —Las dos rieron y sin más Santana caminó hacia mí—. Ven, vamos a mi habitación. Necesito tu ayuda —dije mientras la tomaba de la mano.
—¿Más ayuda? —dramatizó fingiendo estar agobiada.
—Christopher, deja de explotar a tu amiga —me reprochó mi mamá, riendo.
Reí, ignorándolas, y arrastré a Santana conmigo hacia las escaleras. Ella solo rió, sin oponerse a mi agarre. Una vez que llegamos a la puerta de mi habitación, abrí y la empujé dentro con rapidez.
—Chris —masculló arrugando la nariz apenas hube cerrado la puerta a mis espaldas—, esto parece una caverna. No, no. Un hotel abandonado. No, tampoco. Una... una guarida de vampiro. ¡Eso es! —exclamó girando en el lugar y observando todo cuanto podía—. ¿Por qué nunca abres las cortinas? —se quejó.
La vi pasearse alrededor y caminó con intención hasta la ventana. Apenas corrió las cortinas, la luz del día, brillante y cálida, me cegó por unos instantes. Gruñí, inconscientemente, y me cubrí los ojos con las manos.
—Increíble. Siempre lo sospeché —festejó riendo; oí sus pasos acercándose cada vez más—. Tu piel es pálida, amas la oscuridad y eres sexi. ¡Vampiro! —gritó señalándome.
Volví a gruñir, pero esta vez porque odiaba que me dijesen vampiro. Claro estaba que yo no era una bestia mítica y, sinceramente, odiaba cualquier cosa relacionada con la sangre, incluso la famosa saga escrita por Stephanie Meyer. Sabía que mi piel era, quizá, un poco blanca, pero era efecto de lo poco que salía al sol en verano. Y sí, odiaba el sol, pero solo porque me quemaba y después tenía que sufrir la picazón en mi piel. Daniel e incluso mi mamá solían decir que parecía un vampiro. ¿Y ahora Santana? Estaba por responder con malhumor cuando, de sus palabras, rescaté una que me dio gracia. Ella me había dicho «sexi».
—¿Qué tan sexi crees que soy? —me burlé.
Su rostro perdió color repentinamente y, llevándose las manos a la boca, sacudió la cabeza.
—No te dije sexi.
—Sí lo hiciste —apunté haciéndole un guiño.
—No, Chris —se esforzó en decir, estática en su lugar.
—Claro que sí —la contrarié.
—No —remarcó, y retrocediendo un paso alargó—; es más, no creo que seas sexi en absoluto.
Su seriedad, sumado al convincente sonido de sus palabras, me hizo dudar. ¿Me había dicho sexi? ¿O solo había sido ilusión mía?
Santana no era de apreciar, mucho menos expresar sus gustos con palabras como sexi, sin embargo, la palabra parecía un eco taladrándome la cabeza. O mi imaginación era gloriosa, o ella se había atrevido a decirme aquello.
Mierda, no. Seguramente lo había imaginado.
—Da igual —dije alzando las manos a mis lados y dudando de mi sentido auditivo—. De todos modos sé que soy sexi —la vi sonreír y elevé las cejas—; aunque no soy vampiro —aclaré por las dudas.
Uno nunca sabe las ideas locas que pueden pasar por la cabeza de la gente, ¿no?
—¿Seguro que no lo eres?
Sonriéndole, me acerqué a ella e inhalé con exagero.
—Espera, huelo sangre —murmuré acercando mi nariz a su cuello y apartando el cabello que le caía a ambos lados—. Uhm. ¿Qué tal si te muerdo? —siseé.
Sin poder evitarlo, simulé clavar mis dientes en su clavícula. Me sorprendí cuando ella no se movió; en su lugar, soltó una risa suave. Moví mi cabeza hacia atrás, riendo, y la miré a los ojos.
—Te creo, no eres vampiro ―vaciló sonrojada―. De haberlo sido ya me hubieras mordido.
Dicho eso, acomodó su cabello suelto hacia delante, volviendo a cubrir la piel de su cuello.
—Te lo dije —advertí caminando hacia atrás para volver a cerrar las cortinas, dejando que la habitación quedara iluminada solo por el pequeño velador encima del escritorio—. Ahora ven —la llamé sentándome en mi silla giratoria y dejándole un diminuto espacio a mi lado. Una vez que se hubo sentado, busqué una hoja y cogí mi lápiz—. Tienes que ayudarme.
—Oh, no. ¿En serio, Chris? Hace una semana empezamos las vacaciones, ¿y ya quieres hacer tarea? —preguntó haciendo prevalecer un tono divertido.
—Es sobre el ensayo de la clase de Literatura —especifiqué frustrado—. Debo entregarlo cuando regresemos a clase y, la verdad, no sé qué diablos escribir.
—¿Sobre qué debe tratar?
—Lo mejor de Castacana —respondí señalando el título.
—Bueno, uhm... ―frunció sus labios en una mueca pensativa―. Las tiendas de historietas son unas de las mejores cosas —susurró sin quitar la sonrisa de su expresión—. Podrías nombrar a Súper Cómic y decir que venden las mejores historietas de todo el mundo. Si buscas la historia de cada héroe o villano de Marvel, allí está. Y no solo de Marvel —añadió—, también las hay de Batman, Superman... —se detuvo al verme sonriendo—. ¿Qué? —indagó a la defensiva.
—Lo sé.
Le sonreí al ver su mueca.
—¿Qué sabes? —preguntó confundida.
Batí mi cabeza con diversión y, lentamente, ojeé su ropa. Llevaba puesta su camiseta preferida, una roja y holgada sin mangas, con todos los héroes de Marvel estampados en la parte delantera, que le llegaba casi hasta las rodillas. Sus piernas estaban cubiertas por un leggings negro liso y tenía sus típicas Vans rojas en los pies. Sonreí una vez más.