Algo bonito

Capítulo 5

¿Vendrás?

Veinte segundos pasaron hasta que recibí respuesta.

No me lo perdería por nada.

Dejé el celular sobre la mesita de luz y me cambié de camiseta. El reloj marcaba casi medianoche y, sin duda, los invitados empezarían a llegar en cualquier momento. Satisfecho, y quizá un poco preocupado por la respuesta de Santana, caminé escaleras abajo justo en el momento en que el timbre resonaba en el interior de mi casa.

—¡Chris, amigo! —exclamó Bryan, un compañero de la preparatoria, al abrirle la puerta.

Él no era popular en el sentido de la palabra, pero sí reconocido a nivel estudiantil por ser el primero en llegar a las fiestas y el último en irse. Y también por ser un maldito borracho. Al parecer ya estaba pasado de copas porque se tambaleó hacia delante y entró a la sala. Detrás comenzaron a aparecer más personas, quienes se adentraron como si se tratara de su propia casa.

Así como él tenía su pandilla, yo tenía la mía. Di un paso fuera de mi casa y no tardé en vislumbrar a mis amigos. Augusto con su particular forma de llamar la atención en las mujeres, Dylan vistiendo las típicas gorras estilo rapero que lo identificaban en cualquiera lugar que te lo encontraras y, detrás de ellos, sus fanes de la noche. Un par de chicas, con vestidos nada sutiles y un cuerpo de infarto.

Después de un minuto de estar parado en el patio, observando alrededor, me di cuenta que sería una de las más grandes y agitadas fiestas que hubiese dado. Incluso había visto llegar a Paul, el capitán del equipo de fútbol, y a su última novia porrista, Claire. ¿Podía ser que, además, hubiese visto a un par de nerds? ¿En mi fiesta?

Todo era un caos; quien fuese que se encargaba de la música, hizo estallar los parlantes.

—¿Quieres una? —Giré hacia un lado y vi a Augusto ofreciéndome una lata de cerveza―. Parece que tus fiestas son la última tendencia —murmuró después de verme tomar un largo sorbo del amargo, espumoso y amarillento líquido.

Me encogí de hombros. Quizá tenía razón, al fin y al cabo no podía negar que con solo enviar tres textos desde mi celular había organizado todo un festín. Había conseguido la música con una llamada a uno de mis viejos amigos, y también las luces que ahora mareaban e iluminaban los más recónditos espacios de mi casa; desde donde estaba podía ver cuerpos fregándose entre sí, así como también grupos de chicas cuchicheando y dándome miradas de reojo mientras sonreían. Conseguir la bebida tampoco me fue difícil; el padre de un compañero era comerciante, había sido simple de convencerlo. Y sobre los invitados, obviamente había sido la parte más fácil de todas. Con un solo mensaje a Mia Lubort, todo Castacana se había enterado.

—Mira allí —me indicó Gus señalando sin recato a una morena con una falda que apenas le cubría el trasero y un top que dejaba a la vista el piercing de su ombligo—, ¿no se ve atractiva? Admite que sí.

Interesado, le di una mirada más larga.

—¿Cómo se llama? —le pregunté al fin.

—No tengo la menor idea, pero lo averiguaré —aseguró sin dudar.

—¿Hay reunión de idiotas aquí? —gritó Dylan, mi amigo, apareciendo de repente.

―Sí, te estábamos esperando. Tú eres quien dará las clases, ¿no? ―le devolví.

Él rió y, poco después, los tres nos encontramos hablando y mirando alrededor en busca de diversión. No tardamos en encontrar el punto de la casa donde parecía haber mayor movimiento; allí, entre unas cuantas personas más, había una chica con vestido naranja que no dejaba mucho a la imaginación. Ella sacudió su cabello teñido azul hacia un costado y sus pechos se acentuaron tanto que pareció como si fuesen a salírseles de la blusa. Dylan jadeó, teatralizando.

—Eso fue sexi —siseó sin apartar la mirada de ella.

—Ni que lo digas —acotó Gus.

No es tan sexi, quise refutar. Sin embargo, me limité a apretar los labios y mirar hacia otra parte. Inmediatamente, mis ojos fueron a dar con Mia. Ella, con su cabello rojizo, sus ojos celestes y ese diminuto vestido que dejaba a la vista gran parte de sus fantásticas y largas piernas, era hechizante.

—Ya saliste con ella —murmuró Dylan, al parecer siguiendo mi mirada.

—Le gusta lo fácil —añadió Gus—. Déjalo —rió con burla.

―No sean idiotas, ella no es fácil, ella...

—Oh, mierda ―me interrumpió Dylan―. Olvídate de Mia. Mira a tu derecha, junto al sofá —siseó con tanto disimulo como él era capaz de mostrar.

—¿Claire Collins? —se atragantó Gus, frunciendo el ceño y sacudiendo su cabello rubio con un gesto preocupado—. ¿Estás ideando acercarte a ella? Es novia de Paul —alargó.

—Joder, es la mejor parte. Imagíname quitándole la novia al capitán del equipo. ¡Sería como un golazo! —aplaudió Dylan.

Mi mirada se disparó hacia aquella rubia que se sostenía del brazo de Paul. Claire era lo que todo hombre llamaría imposible de conseguir, claro está si no eres del grupo popular; y tal como porrista, tenía todo lo que a cualquier hombre le atraía. Un cuerpo que...

¡Santa mierda! Ella al verme mirándola, sonrió abiertamente.

—Hombre, está sonriéndote a ti ―señaló Gus dándome una mirada sorprendida.

―Incluso mientras está de la mano de su chico —murmuró Dylan, no sé si quejándose o asombrado también.

—¿Te imaginas abrazándola? —me preguntó Gus.

—Yo... —titubeé.

—No, seguramente te imaginas con Mia.

¿De la mano? ¿Qué...? No, claro que no, quise negar.

—No me gusta en ese sentido —aseguré.

Seguí observando el tumulto de personas ya sudadas, serpenteando sus cuerpos entre otros, moviéndose al ritmo de la música que se disponía a romper incluso al oído más resistente. Una nueva canción de un DJ de moda comenzó a sonar y, entre coros desafinados y movimientos agitados, la multitud enloqueció.




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