―Gracias, Selene ―la saludé cuando bajó de mi auto dos horas después.
Excéntrica, rubia y ojos oscuros. Ella era perfecta y casi lo opuesto a mi amiga.
Apenas salió del auto, sentí un nudo en el estómago. ¿Qué diablos me pasa?, quise saber. Aunque pude haber hecho muchas cosas con ella, más allá de besarla, no hice siquiera eso. Ni la rocé, joder.
Habíamos hablado, reído y andado unos cuantos kilómetros sobre la carretera, sí. Pero nada más. Y eso me incomodaba tanto como imaginar lo que podría haber hecho.
Cuando llegué a casa, Daniel, que estaba sentado frente al televisor, me dedicó una mirada desinteresada y siguió mirando un partido de fútbol. Subí las escaleras, me dejé caer en la cama y volví a agarrar el libro.
Retomar la lectura, desde donde la había dejado la noche anterior, no me fue difícil. Aceptar lo que estaba pasando, por otro lado, sí.
Casi no pude creerlo. ¿Sofía se iba a casar?
A medida que seguía leyendo, mis ojos se abrían más y más. Sofía se iba a casar y no con su mejor amigo, Damián, sino con un completo desconocido. ¡Así como así!
¿Por qué todo parecía tan raro?
Cogí mi celular y vacilé unos minutos entre decirle a Santana que estaba leyendo el libro y no decirle. Finalmente me decidí por la última opción y volví a abandonar la lectura por un rato.
Habían pasado horas desde el mediodía cuando me senté en el sofá, junto a Daniel, para mirar la tele. Él me ignoró.
―¿Estás enojado conmigo? ―le pregunté después de largos minutos en silencio.
Su cabeza, que se sostenía sobre sus hombros como si le pesara una tonelada, giró hacia mí para mantenerme la mirada.
―¿Por qué habría de estarlo?
―No sé, dímelo tú ―me encogí de hombros.
―No estoy enojado. Solo no estoy de humor. ¿Vemos una película? ―preguntó cogiendo el mando del reproductor de DVD y encendiéndolo.
―Está bien ―respondí.
Minutos después, This is England abarcó la pantalla.
Me gustaba la película, me gustaba el cine independiente, me gustaba todo lo que tuviese que ver con la historia. Daniel lo sabía y creo que eligió la película solo para entretenerme. Él simulaba prestarle atención, aunque lo veía bostezar cada tres minutos y mirar el reloj cada cinco segundos.
El día había pasado volando y cuando miré a través del ventanal, las cortinas entreabiertas me dejaron ver un cielo crepuscular reinando afuera.
Mi celular emitió un pitido.
Lindo.
Releí el mensaje y rasqué mi nuca.
―¿Qué pasa? ―averiguó Dan mirándome detenidamente.
―Santana, ella... ―no terminé de hablar, cuando apareció otro mensaje.
Hermoso.
Estaba a punto de volverme loco, cuando otro pitido resonó.
Bello.
¡Mierda, no! ¿Santana estaba borracha? Ella halagándome no era cosa de todos los días, ni siquiera era cosa de... nunca.
―Oye, Chris. ¿Estás bien?
Miré a Dan, parpadeé, y me convencí de que era una pesadilla.
―No ―balbuceé.
Entonces cuando terminé de decirlo, mi celular volvió a sonar y mi pecho se sacudió.
¿Otro sinónimo?
―Oh, mierda ―proliferé llevándome las manos a la cabeza y soltando un largo suspiro.
Casi había estado a punto de darme un ataque al corazón. Santana no había estado coqueteando conmigo, tampoco estaba borracha ―¿cómo iba a estarlo si ni siquiera bebía alcohol?―; ella simplemente estaba haciendo un maldito crucigrama.
―Por un momento pensé que me habías imaginado desnudo, ¡tu rostro estaba pálido! ―bromeó mi hermano sonriendo ligeramente―. ¿Qué pasó?
―Nada ―contesté aliviado, tecleando una respuesta para Santana.
Lindo, hermoso, bello. ¿La palabra no es Christopher?
Engreído.
Su respuesta me hizo sonreír.
Simplemente no se me ocurre otro sinónimo más acorde.
Solté una risa al escribirle la respuesta.
―¿Por qué no la invitas? Hace mucho que no la veo ―sugirió Dan.
Lo miré por el rabillo del ojo.
―¿Invitar a quién?
―A Santana. Con ella te estás enviando mensajes, ¿no?
―¿Cómo lo sabes?
―Tu sonrisa ―dijo como respuesta; fruncí el ceño―. ¿Entonces? Dile que venga.
Mi hermano quiere verte, ¿vienes?
No escribí el «yo también quiero verte» porque me pareció insignificante. Y sobre todo porque se podría malinterpretar.
Esperé la respuesta con la mirada pegada a la pantalla.
Claro. También quiero verlo.
A él. Quiere verlo a él, pensé con cierta molestia. Pero le devolví una respuesta rápida y después llamé al delivery mientras Santana venía camino a casa.
―¿Dijo que sí? ―indagó Dan pausando la película.
―Sí ―apenas respondí.
Diez minutos después, Santana entró a mi casa. Le sonreí mientras la abrazaba y me sentí realmente bien. Por alguna razón, los momentos que pasábamos separados parecían hacerse eternos.
―Está bien, ya puedes soltarme ―habló haciéndome quedar como un exagerado.
―Sí, ya puedes soltarla ―siseó mi hermano desde alguna parte cercana―. Es mi turno.
Al alejarme, Daniel se abalanzó sobre mi amiga. Santana le devolvió el abrazo con efusividad. Ellos son como hermanos, pensé. Y luego, el pensamiento me confundió. ¿Yo también era como un hermano para ella?