Pude oír susurros dentro de la cocina, a veces alternándose con pequeñas expresiones como «ajá», «uhm», «oh», pero nada concreto, y sinceramente me comenzó a poner los pelos de punta.
Apegué mi oreja a la madera de la puerta aun más, procurando no tocarla, temiendo que esta se abriera y yo quedara al descubierto. Ser intruso no estaba entre mis planes, al menos no por el momento. Lamentablemente, un silencio se extendió al otro lado cuando logré aguzar mis sentidos.
Mi mamá lo cortó.
―Solo... ten cuidado, ¿sí?
Me aparté un poco al oír claramente el pedido de mi mamá; pude imaginar la cabeza de Santana asintiendo vehemente a todas sus palabras.
―Sé por qué te lo digo, procura usar protección ―añadió con evidente seguridad.
Inmediatamente me sentí un idiota por estar oyendo una conversación privada.
―Gracias, se... Lilian ―murmuró mi amiga, corrigiéndose a sí misma.
―Recuérdalo, es por tu bien ―volvió a insistir mi madre, como si estuviese decidida a meterle algo en la cabeza.
―Sí, sí.
Tras la última respuesta de Santana, me pareció escuchar los pasos acentuados de los tacos de mi mamá acercándose a donde estaba yo. Me aparté de la puerta y corrí hacia el sofá más lejano.
No había hecho más que lanzarme encima cuando ellas salieron. Mi mamá me sonrió cálidamente. Aunque mi amiga quiso imitarla, solo vi preocupación en ella.
¿De qué habían hablado?
Intenté hacer un rejunte de sus palabras. Ten cuidado. Por tu bien. Procura usar protección. Recuérdalo. Me atraganté al recordar la vez que mi mamá me había dicho aquellas palabras, de forma tan cuidadosa y prudente como solo ella era capaz.
Miré a las dos mujeres más importantes de mi vida mientras caminaban hacia mí y fue en ese momento que me di cuenta.
Mi mamá le había dado la charla a mi amiga.
Inmediatamente pude imaginar la escena detrás de la puerta; mi mamá con la típica expresión seria dándole la charla sobre enfermedades de transmisión sexual, los anticonceptivos y lo que un descuido podía provocar.
―¿Te gustaría tener un hijo a esta edad? ¿Te crees capaz de sobrellevarlo? ¿No? Entonces ten cuidado, es por tu bien.
Estuve seguro que esas habían sido sus palabras mientras le daba una mirada piadosa. No me parecía mal que mi mamá le diese ese tipo de charlas, es más, le hubiera agradecido si no fuera porque Santana era mi amiga. Es decir, sabía que seguramente la señora Lloyd ya le habría hablado de condones, pastillas y demás, o tal vez su padre. El problema en sí, radicaba en por qué mi madre lo había hecho.
Recordaba que cuando fue mi turno, ella lo había hecho por prevención al verme salir con tanta frecuencia a fiestas y al oírme decir que las chicas me parecían más lindas que nunca.
Pero Santana no era así.
¿Mi mamá se había dado cuenta que ella estaba en esa etapa de hormonas locas o algo como eso? Mi cuerpo se tensó.
Enseguida supe el por qué.
Sin embargo, no alcancé a hablar cuando el celular de mi amiga sonó. Ella, sin dudar, lo llevó a su oreja.
―Hola mamá, sí, bien. ―Soltó un soplido, luciendo cansada por algo―. Está bien, ahora voy. Sí, lo sé. También te quiero. Chau.
―¿Te llevo? ―Fue lo único que me animé a decir, ladeando la boca.
―Y-yo... sí, me vendría perfecto.
―Ve despacio, Chris ―me aconsejó mi mamá antes de verme salir por la puerta principal, dedicándome una sonrisa que no concordaba del todo con su ceño fruncido.
―¿Qué pasó? ―dudé en cuanto ambos estuvimos en mi auto.
―Era mi mamá. Tiene que ir a trabajar y me pidió que cuidara de Juli y Jaco ―resumió abrochándose el cinturón de seguridad.
Abroché el mío, le di arranque al Volvo y presioné el acelerador mientras me unía al escaso tráfico de esa mañana.
―No preguntaba sobre eso. Me refiero a que pasó dentro de la cocina, con mi mamá ―aclaré mirándola de reojo para ver su expresión.
―Oh, eso ―balbuceó mirando por la ventanilla―. Cosas de tu mamá, ya sabes ―dijo agitando la mano para restarle importancia.
Cosas de mi mamá, seguro. Pero yo no era ningún estúpido y sabía, puesto que era su hijo, que el noventa y nueve por ciento de las veces ella tenía razón.
¿Tenía alguna razón específica para prevenir a Santana sobre las relaciones sexuales?
―Entonces... es cierto que estás enamorada ―murmuré recordando sus palabras en la noche de mi fiesta.
Ese era motivo suficiente como para que mi mamá intentara cuidarla, lo sabía.
―Yo... yo te dije que... ―empezó a tartamudear.
Temiendo su respuesta, me centré en la calle y esquivar autos.
―Yo... sí ―musitó al fin.
Mis dientes chocaron entre sí y llevé una mano a la caja de marchas para reducir la velocidad.
―¿Me dirás de quién? ―pregunté incapaz de mirarla.
―No ―fue lo único que recibí como respuesta.
...
―No.
Simple y claro. Y malditamente desconcertante. ¿Por qué no me lo quería decir? Era mi amiga y yo su única persona de confianza. ¿O no? Santana no tenía amigas, solo compañeras a las que no soportaba.
―Siempre están hablando de lo mismo: maquillaje, bolsos y chicos. Son irritantes ―me había dicho una vez.
¿Entonces a quién le contaba sus secretos más íntimos? ¿A un diario? ¿A sus hermanos mellizos? ¿A mi mamá?
Cuando Santana bajó de mi auto, agité mi mano hacia ella y, sin dudarlo, pisé el acelerador a fondo mientras conducía de regreso a mi casa. Si había alguien que podría saber qué tipo de enamoramiento tenía mi amiga, esa era mi mamá.
―Fuiste rápido y te dije que manejaras despacio, Christopher. ¿Sabías que...?