Algo bonito

Capítulo 13

Estaba leyendo Como enero y diciembre.

Llevaba la mitad del libro leído cuando, a la fuerza, tuve que detenerme. Mis ojos parpadearon hasta que pude asimilar lo que estaba leyendo y entonces volví a bajar la vista hacia la hoja en la que había quedado. No entendía cómo la vida podía ser tan irónica, tan desquiciante.

¡Era obvio que algo había pasado entre los protagonistas!

Definitivamente sus vidas no están sincronizadas, pensé al leer cómo Sofía y Damián habían seguido tan diferentes caminos, ambos casados y con hijos, pero con personas completamente opuestas a ellos.

¿Cómo era posible que ninguno de los dos se diese cuenta de lo que sentían?

Avancé un par de páginas más, hasta que me sentí mareado por tanta frustración, y sin saber qué más hacer me puse a ordenar mi dormitorio.

Abrí las ventanas y cortinas, ordené mi cama, colgué mi ropa y miré mi celular de reojo. Era raro que no hubiese recibido un mensaje o llamada de Santana, ella solía hacerlo cada vez que estaba aburrida. Es decir, casi siempre. Si no enviaba emoticones, entonces me llamaba para decirme que las puntas de su cabello estaban resquebrajadas o que la hoja tanto de su historieta se había doblado, o que estaban dando alguna película de Marvel en la televisión... o simplemente que no podía encontrar cierta palabra en un crucigrama.

Cogí mi celular y me estiré sobre la cama.

¿Qué haces?

Apenas terminé de escribir, ella leyó mi mensaje.

Leyendo. ¿Tú?

Recién terminé de ordenar mi habitación, ahora estoy aburriéndome. ¿Qué estás leyendo?

Un libro.

Al leer su respuesta, cabeceé sonriendo.

¡Qué graciosa! ¿Puedo saber qué libro?

Uno que jamás leerás. ¡Es genial! Es la combinación perfecta de héroes, historietas y amor.

Por un momento, me encontré tenso.

¿Y qué hay sobre la amistad?

Ningún libro de amistad termina con simple amistad. El amor siempre triunfa.

Excepto en la historia entre Sofía y Damián, ¿no?

Por diez minutos no recibí respuesta de Santana, entonces mi paranoia volvió. ¿Qué diablos pasaba con el libro? ¿Y por qué con solo mencionar un par de palabras ella dejaba de escribirme?

Resoplé, pero antes de que pudiese pensar en algo que escribirle, una luz titiló en la pantalla del aparato que tenía entre manos.

Excepto en su historia, exactamente.

Suspiré aliviado, sin saber la razón, y sonreí de medio lado a nadie en particular.

Estoy aburrido, ¿puedo ir a tu casa? ¿O vienes a la mía?

Otra vez tuve un lapso de tiempo sin respuesta; me impacienté. ¿Por qué demoraba tanto en contestar una simple pregunta?

Estoy ocupada, Chris. Y solo han pasado tres horas desde que nos separamos. ¿No tienes otra cosa para hacer? ¿Un ensayo sobre lo mejor de Castacana, por ejemplo?

Era cierto, solo habíamos pasado tres horas separados. ¿Y qué? Estábamos de vacaciones y tenía derecho a verla cuando quisiese, ¿no? A menos que ella no me quisiera ver, por supuesto.

Gracias por destruir mi buen humor, nos vemos después. Te quiero, S.

Te quiero más, C.

Y yo mucho más que más, quise escribir. Fruncí el ceño al verme escribiéndolo como respuesta, pero me detuve antes de enviarlo y simplemente preferí no responderle.

Una hora después, seguía con la cabeza entre mis manos y sentado frente a mi escritorio. ¿Haciendo qué? Intentando escribir un maldito ensayo.

Busqué mi laptop y googleé «Castacana».

Castacana es el tercer Estado más grande de Zendar, después de Weakland y la respectiva capital del país, Belmonte. Se encuentra ubicado al oeste de Weakland, con una población de 60.296 habitantes.

¿En serio? ¿Iba a escribir una maldita descripción robada de Wikipedia?

Rayé las palabras escritas con lápiz sobre la hoja que tenía enfrente y garabateé un par de dibujos antes de arrugarlo y arrojarlo al cesto de papeles.

Minutos después, alguien abrió la puerta de mi dormitorio.

―No estoy de humor ―grazné cerrando mi laptop y tirando de mi cabello hacia atrás.

―Entonces vine en el momento justo ―escuché decir.

Volteé la cabeza, con sorpresa, y vi a mi rubio amigo, Gus. Él sonrió mientras pasaba un balón anaranjado con líneas blancas de una mano a otra.

―¿Vienes o tengo que darte un golpe en la cabeza para que reacciones?

Lanzó el balón hacia mí, con más fuerza de la necesaria, y la recibí como acto reflejo. Inmediatamente me puse de pie, dispuesto a jugar y despejarme al menos por unos minutos.

Cuando caminé por el pavimento que abarcaba la mitad del patio, retrocedí haciendo rebotar la pelota en el suelo e insté a Gus para que me la quitase. Él no dudó en aceptar el desafío y comenzamos a jugar como siempre lo hacíamos. O por lo menos, desde que Daniel y yo habíamos construido una pequeña cancha de baloncesto.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.