Algo bonito

Capítulo 15

El instinto me decía una cosa y mi mente gritaba otra. Y así estaba, debatiéndome a quién hacerle caso, cuando escuché a Daniel gritar mi nombre desde afuera.

Una hora no había servido para hacerme de coraje e ir a la casa de Santana. Quería ir, sacarme las malditas dudas y sentirme en paz. ¿Qué me lo impedía? Una voz que me decía «no lo hagas, te arrepentirás».

Abrí la puerta y asomé mi cabeza al pasillo.

―¿Qué quieres? ―le grité a Daniel, suponiendo que se encontraba en la planta baja.

―Llamada para ti ―respondió.

¿Llamada? ¿Para mí? ¿Al teléfono de casa? Corrí las escaleras y antes de hacerme una idea de quién podría ser, ya tenía el aparato blanco apegado a mi oreja.

―Soy yo ―dije con un resoplido.

¿Chris?

La voz de Santana me cogió desprevenido; el corazón me llegó a la garganta.

―Hola ―musité―, ¿pasó algo? ¿Estás bien? ―balbuceé en un arrebato, preguntándome por qué llamaba al teléfono fijo.

Sí, yo... llamaba para preguntarte lo mismo. ¿Pasó algo? ¿Estás bien? ―indagó.

A mi lado, Daniel arrugó la frente con curiosidad, expectante a cada palabra mía, tal como si esperase una revelación o algo similar.

―Estoy bien ―mentí.

¿No estás enojado conmigo?

¡Claro que sí! ¡Muy enojado! ¡Tremendamente decepcionado!

―No, ¿por qué? ―pregunté mordiéndome la lengua para no decir demás. Ella suspiró―. ¿Tendría que estarlo?

No ―aseguró con prisa―. Pero como no respondías mis mensajes ni mis llamadas a tu celular pensé que tal vez tú...

Volvió a suspirar interrumpiéndose.

¿Qué demonios has estado haciendo? ¿Dónde tienes el maldito celular? ―gruñó cambiando drásticamente de tono.

Su preocupación, que había dejado paso al enojo, me hizo gruñir.

―Mi celular está apagado ―respondí visualizándolo debajo de mi almohada desde la noche anterior―. Se quedó sin carga en la batería ―mentí.

Podrías cargarlo e intentar responder a los mensajes y llamadas, ¿sabes?

Sí, Santana me estaba dando un buen sermón. Sin embargo, cuando quise decirle que no era mi madre, me interrumpió.

¿Qué has estado haciendo? ―urgió luciendo intrigada como un detective y tan suspicaz como una madre.

Por alguna extraña razón, su entonación me aturdió y molestó a niveles similares, entonces me pareció correcto decir lo que dije:

―Salí con Mia anoche.

La mentira me dolió; sentí cómo mi garganta se hubiera escocido ante esas escasas palabras y quise golpearme la frente contra un muro, duro y áspero, para ver si dolía más que mentir.

Junto a mí, Daniel apretó los labios y batió la cabeza.

¿Salir de «salir a pasear» o salir de...?

La duda en Santana me convenció de que había sido un idiota, pero eso no me prohibió responderle con otra mentira.

―Salir de «ir a una fiesta y acabar en la misma cama».

Oh. Bueno... ―se aclaró la garganta y me pareció escuchar su voz quebrada, pero entonces continuó―. Me alegra saber que estás bien y no hay problema entre nosotros. ―Un largo silencio se prolongó a través de la línea―. Nos veremos alguno de estos días ―alargó.

―¿No vendrás hoy? Dijiste que me ayudarías con el ensayo y... ―No había terminado de hablar, cuando escuché tres tonos que daban fin a la llamada―. ¡Joder! ¡Me cortó! ―gruñí.

―¿Te digo la verdad? Lo merecías.

Apretando la mandíbula, miré a Daniel. Él se encogió de hombros y yo le mostré el dedo del medio mientras corría a mi habitación y cogía mi celular.

¿Por qué estás tan obsesionado con saber de quién estoy enamorada?

¿Quieres saberlo de verdad o solo quieres molestarme?

Chris... ¿no me responderás?

¿Te enojaste?

Leí cuatro de sus mensajes de la noche anterior y en vez de tranquilizarme, me alteraron otra vez.

No iré a tu casa hoy, lo siento. Estaré ocupada. Puedo ir a ayudarte otro día, ¿qué dices?

Esa misma mañana me había enviado ese mensaje.

Ella había cancelado nuestra juntada.

Porque estaría ocupada.

Mis pies comenzaron a rebotar contra el suelo cuando me imaginé con quién podría estar ocupada. Entonces quise lanzar el celular contra la pared, que se estrellara y no funcionara más. Contrario a mis ganas, me limité a leer el último mensaje.

Usted ha recibido siete llamadas de «Mi heroína preferida».

¡Por eso la odiaba! Porque en vez de explicarme cómo eran las cosas y tomarse el tiempo para aclarar los detalles o intentar confiar en mí, ponía excusas tontas, se escondía detrás de palabras ambiguas y cada vez que podía me ignoraba completamente.

También la odiaba porque, a pesar de ello, no podía dejar de quererla. Mi heroína preferida, pensé. Tenerla en los contactos con ese nombre tampoco ayudaba mucho.

Gruñí mientras metía el celular en mi bolsillo.

Sin dudarlo un minuto más, bajé corriendo las escaleras y cogí las llaves de mi Volvo. Tenía un par de preguntas para hacerle, varios puntos que aclarar y unos cuantos sermones sobre la verdadera amistad. Santana me iba a escuchar.

O quizá no.

No había terminado de doblar la esquina por donde comenzaba la calle de su casa, cuando vi el inconfundible y excéntrico convertible de Augusto aparcado a metros de aquellas vallas del patio en el que yo tanto había jugado a las escondidas con mi amiga cuando éramos pequeños. Y eso no fue lo peor. El cuerpo de Santana subiendo al rojo y brillante Dodge Viper de Gus, mientras este le abría la puerta con una gentileza poco vista en él, fue lo que me enfermó.




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