―Abre la jodida puerta o tiro todo abajo ―escuché que gritó Dan por décima vez.
Entreabrí mis ojos y me estiré sobre mi cama mientras bostezaba. Justo encima de mi cabeza, en el techo de mi dormitorio, estaba el póster de Ellie Dawson que me recibía sonriente cada día.
Me senté en la cama y me fregué los ojos, entonces parpadeé al ver el desorden a mí alrededor. Miles de imágenes consecutivas comenzaron a caer en mis recuerdos.
―Tiraré la puerta y lo sabes ―advirtió Daniel, con seguridad, al otro lado de la puerta.
―Joder, espera que me vista ―grazné.
Y aunque mi cuerpo estaba vestido, tal como el día anterior cuando había terminado de escribir el ensayo de lo peor de Castacana, le mentí y demoré mi camino hacia la puerta adrede.
Necesitaba tiempo y espacio.
Y algo para quitar el horrible dolor que me atravesaba el cuerpo de lado a lado.
Mis pies chocaron con algo en el suelo, provocando el ruido de vidrio rompiéndose, y bajé la mirada con cuidado de no pisar y herirme. Allí estaba una fotografía que, si bien no tenía filo ni era peligrosa, hizo que mi respiración se estancara por varios segundos.
¿Por qué ella seguía torturándome incluso en fotos viejas?
―Romperé la puerta. Tres, dos... ―empezó a contar mi hermano, haciéndome apartar la mirada de Santana versión niña.
Mis ojos ardieron.
―Joder, ahora abro ―rugí dando un paso por encima de los vidrios y jalando el picaporte de la puerta.
Un Daniel rojo, con mirada asesina y malditamente fuera de sí, fue lo que tuve que enfrentar apenas abrí. Pestañeé ante la luz proveniente de afuera, desperezándome, y entonces sentí un golpe duro, seco y completamente rápido impactar en mi mandíbula.
Cuando comprendí qué había sido, mi cuerpo estaba de espaldas en el piso de mi habitación.
―¡Mierda! ―me quejé sobándome el mentón.
―¡Doblemente mierda! Creo que me fracturé la mano ―rugió Daniel observando su mano con un mohín fruncido y quejumbroso―. Pero te merecías eso por idiota ―añadió dándome una mirada desde arriba.
―¿Merecía esto? ―urgí sacudiendo mi cabeza mientras me ponía de pie.
―Por supuesto que sí, pedazo de imbécil. Ahora por ti y tus niñerías tendré que vendar mi... ―su voz perdió énfasis y se deshizo abruptamente a medida que desviaba los ojos hacia el interior de mi dormitorio―. ¿Qué demonios pasó aquí?
―¿Un tornado? ―intenté explicar todavía masajeando mi mandíbula adolorida.
―Un tornado las pelotas, Christopher ―maldijo ingresando y girando la cabeza en ciento ochenta grados como un búho―. Habla ―me urgió.
―¿Qué quieres qué te diga? ¿Que me emborraché y perdí el control? De acuerdo, me emborraché y perdí el control ―siseé aparatando la mirada del piso.
―¡Estupendo, maravilloso! ―celebró con elevado sarcasmo.
―Oh, y me drogué también ―agregué intentando sonar arrepentido.
―Si fuera un imbécil cualquiera me creería cada una de tus jodidas palabras, pero... noticia de último momento, Einstein, no soy un imbécil cualquiera, soy tu hermano ―indicó dándole mayor acento a la palabra «tu».
―¿Eso significa qué...? ―pregunté con desgano.
―Significa que como no me digas qué pasó lo averiguaré yo mismo y te obligaré, directa y personalmente, a que soluciones lo que sea que haya pasado. ¿Entendido? ―advirtió alzando ambas cejas para dar énfasis.
―Vete a la mierda, Dan ―ladré completamente seguro de querer evitar la verdad.
―Resulta que tu dormitorio es una mierda en este instante, así que me quedaré aquí.
Se cruzó de brazos, luciendo más robusto que nunca antes, y barrió mi habitación con la mirada.
―No quiero contarte ―hablé serenamente por primera vez desde el día anterior.
Daniel siguió con su inspección sin prestarme la mínima atención.
¡Que no mire al suelo! ¡Que no mire al suelo! ¡Que no mire al suelo!
―¿Qué jodida parte de «no quiero contarte» no entiendes? ―intenté distraerlo.
¡Que no mire al...! Joder.
―Así que... ―se acuclilló en el lugar, deteniéndose para coger la foto, y entonces lo supe. Estaba en graves problemas―. ¿Santana, eh? ―adivinó soltando una risita al final que no estuve seguro de haber entendido.
―Cállate, Daniela.
―¿Daniela, otra vez? ¿Qué más, Parker? ¿Ahora me dirás simio?
Su sonrisa engreída terminó por hastiarme.
―Tú y tu maldita boca pueden retirarse de mi habitación antes que...
―¿Antes que qué? ―inquirió con cinismo―. ¿Antes que me lances una fotografía de Santana por la cabeza? Dudo que queden fotos de ella sanas en esta casa. ¿Acaso destruiste todas? ¿O solo esta? ―prosiguió sacudiendo la foto frente a mi rostro.
―Cierra tu jodida boca ―dije rechinando los dientes.
―Resulta que ahora me pides que calle. ¿Y si te digo algo que sé? Un secreto. Algo que yo he descubierto recientemente y que de seguro te interesará. Y no solo porque te incluye a ti, sino porque tiene que ver con tu amiga de toda la vida y...
Tragué un nudo en mi garganta.
―¿Sabes? No quiero seguir escuchándote. Tengo cosas que hacer ―espeté.
Y sin esperar una respuesta u otra oferta insinuante de su parte, cogí las llaves del escritorio y salí con prisa.
...
Lo pasé muy bien anoche, Chris. ¿Cuándo nos volveremos a ver?
Probablemente, había dormido todo el día. No recordaba nada del día anterior, ni del anterior a ese. Solo tenía un mensaje que me confirmaba lo sucedido. Y era de Mia.
Mi celular volvió a emitir un corto pitido.
3 mensajes no leídos de «Mi heroína preferida».
Presioné la tecla para borrar sin siquiera darle la oportunidad de saludarme con un «hola», o de decir algo más que simplemente eso.